Bienvenida

¿QUE ES “Los bajos fondos de Mordor”?

Sintiéndolo mucho por la extensa legión de seguidores de Tolkien (entre los cuales me incluyo) no tiene nada que ver con la Tierra Media, ni con las leyendas élficas, ni de ninguna otra raza. Para mí son todas aquellas actitudes que secretamente muchísimos de nosotros tenemos guardadas dentro.

Esos deseos “oscuros” que jamás contamos a nuestros amigos, esos anhelos “extraños” que no podemos dejar salir por el miedo al que dirán, todas aquellas cosas que nos gustaría hacer pero que nunca llevaremos a cabo por que las personas “normales” jamás las hacen. El objetivo de este blog es intentar sacar a relucir todos esos pensamientos, comentarlos, mejorarlos y quien sabe, a lo mejor así ver que no somos tan “raros”.

Por todo lo anteriormente expuesto os pido vuestra colaboración y vuestra ayuda, a través de vuestra lectura, vuestros comentarios, vuestras aportaciones, si os apetece.

Al mismo tiempo aprovechar estas pocas líneas para agradeceros el tiempo y el esfuerzo que ello os pueda suponer, sabiendo siempre que cualquier colaboración, por pequeña e insignificante que pueda parecer, puede ser la clave para encontrar ese atisbo de normalidad que todos buscamos en lo que hacemos y deseamos para que nuestra vida y nuestra mente estén a gusto con ello.


Una y mil veces gracias.

Los bajos fondos de Mordor 2.0

LOS BAJOS FONDOS DE MORDOR 2.0

¿Que significa esto?

Pues es bastante sencillo. Quiero creer que es una mejora del estilo del blog, de los relatos en sí, de mi manera de expresarme y de mi deseo de una mayor calidad de todo el conjunto.

¿Son nuevos los relatos?

No. Básicamente son los mismos relatos pero, según mi modesta opinión, más evolucionados. Hace ya más de 4 años que tengo este blog, 4 años de experiencia, que en virtud de las creencias populares, mejoran al escritor tanto como al escrito. He cambiado algunas formulas, algunas palabras y detalles pues las circunstancias personales afectan a lo que se escribe y he intentado hacer éstos, mis relatos, más intemporales, más genéricos.

¿Los comentarios que hicimos a los anteriores relatos?

Los he guardado para mí. Al ser nuevos relatos, me ha parecido lo mas adecuado. Agradeceré enormemente cualquier nuevo comentario que podáis aportar a este blog.

¿Las colaboraciones también han cambiado?

He enviado a los colaboradores que colgaron sus relatos en mi blog, una propuesta de modificación. Puede que alguno cambie, pero no dependerá de mi, sino de su autor.


Espero que con estas 4 sencillas preguntas y respuestas haya aclarado la nueva versión del blog que encontrareis a continuación.


Un saludo a todos y espero veros pronto por estas paginas.


Las huellas de mis muñecas

 


Sentado en el vagón del metro, repaso mentalmente lo acontecido durante la tarde. Las miradas inquisitorias de los pasajeros me recuerdan las laceraciones de mis muñecas, inconfundibles, inequívocas. Sus ojos me devuelven miradas desaprobadoras en su gran mayoría, pero algunas son de curiosidad y las menos, las que de verdad hacen que este viaje sea especial, son de sana envidia, pues imaginan lo ocurrido.


Cuando llegué a su casa, Isabel se encontraba ya preparada para cuanto iba a acontecer. Yo era el único que no sabía lo que se avecinaba. Su cuerpo rotundo, maduro y fresco me abrió la puerta, no pude evitar fijarme en la excitación que sin dudar almacenaba ya su mente, pues todas sus señales estaban activadas.


Nos besamos al tiempo que mis manos recorrían lentamente su espalda, disfrutando de su textura suave y sedosa, camino de su cintura. Cuando mis manos llegaron hasta las nalgas, aprisioné cada una de ellas y la empujé contra mí, sintiendo como su pecho se clavaba en el mío, como su cuerpo se pegaba a mi cuerpo y como Isabel apretaba su bajo vientre contra el bulto que mi sexo dibujaba en los pantalones.


Sus brazos alrededor de mi cuello me impedían separarme de ella. Mi mente se focalizaba en sus labios pegados a los míos, en su lengua recorriendo a voluntad mi boca, en el sabor dulce de su saliva y en el cálido aire que emitía con sus gemidos, ahogados en mi garganta.


Nos soltamos y tiernamente me tomó de la mano.

- “Tengo un regalo para ti”, dejó escapar suavemente de su garganta, mientras me guiñaba un ojo.


Me guió por el pasillo hasta su habitación. La cama estaba abierta, con las sabanas perfectamente dobladas, velas en las mesillas, una barrita de incienso aromático y una silla frente a los pies de la cama. Me sentó en la silla y con sumo cuidado ató mis muñecas a las patas de la misma.


Besándome al tiempo que desabotonaba mi camisa, la retiró hasta dejarla encajada por completo en mis hombros y entonces se dedicó a jugar con mi pecho, apenas rozándolo con la yema de los dedos, circundando la aureola de mis pezones, marcando con la uña el camino que separa ambos pectorales. No podía resistirlo, sabía cuanto me gusta y como hacerlo. Mi cabeza se dejó caer hacia atrás, mis ojos se cerraron, para aumentar el nivel de sensibilidad de mi piel, un gemido se escapó de mi.


Cuando su lengua y sus dientes ocuparon el lugar de sus dedos, mi nivel de excitación se multiplicó por mil. Tensé los brazos en un vano intento por soltarme, notando como las finas cuerdas se clavaban en mis muñecas, como laceraban la primera capa de piel. Chillé de placer cuando me mordió, estaba disfrutando.


De rodillas delante mio, soltó el cinturón, el botón del pantalón y la cremallera. Lo deslizó por mis caderas, incorporándome un poco para ayudarla en su maniobra. Al llegar hasta las rodillas se detuvo. Mientras con una mano acariciaba mis muslos, con la otra trababa mis tobillos a la silla, dejándome totalmente inmovilizado. Era suyo, me tenía a su merced. Una punzada de miedo impactó en mi nuca. Un ligero temor que aumentaba mi disfrute de su masaje en mis muslos. Sus dedos se dirigieron hacia la cara interna de mis muslos y separaron mis piernas todo lo que pudieron.


Se levantó y se colocó detrás de mí. Movió mi cabeza hacia delante y comenzó a mordisquearme los hombros, el cuello, el lóbulo de la oreja. Sus manos recorrían mi torso desnudo, impregnándome de la cálida sensación de su tacto. Empece a gemir, apenas un murmullo que esperaba que no hubiera oído. Un velo oscuro cubrió entonces mi mirada. “Hoy está perversa”, pensé. Me acababa de vendar los ojos, ahora sí que era totalmente suyo.


La sensación de abandono, de no poder negarme a lo que me tuviera preparado aumentaba aun más si cabía mi excitación. La falta de referencias visuales hacía que mis sensaciones aumentasen de intensidad. Podía sentir cada pelo de su cabellera rozando mi piel, su respiración entrecortada por la excitación del momento, el calor de su piel cerca de la mía, su olor a mujer, a sexo, a placer por venir.


Una cálida caricia recorrió mi sexo. Su humedad, su textura, su dulzura me indicaban que era su lengua la que recorría la piel tensa de mi pene. Se entretenía en dibujar su contorno, sus formas, recorriendo cada curva, saboreando su dureza. Sus labios aprisionaban mi ariete y al tiempo que engullía mi hombría, marcaba levemente con sus dientes mi piel.


Pero si ella aún está detrás de mí, ¿cómo puede estar chupando mi miembro?”, noté sorpresivamente. Un terror ciego inundó mi mente, no podía ver, no sabía quién estaba allí y lo que era peor aún, no conocía las intenciones de Isabel. Me había sorprendido.


Mi cuerpo se tensó al sentir como sus pezones dibujaban formas en mi espalda. Sentí sus labios junto a mi oreja, susurrándome dulcemente que éste era mi regalo, su amiga. Aquella situación había disparado mi deseo, sobre todo el no poder verlas y no poder gozarlas, sólo tendría mis sentidos para disfrutar de ellas.


La boca que se encargaba de mi sexo aceleró el ritmo, estaba buscando mi final. Los dientes de Isabel se clavaron en mis pezones, sus uñas en mis hombros, su saliva resbala por mi pecho. Estaba a punto. Eran dos lenguas ya las que lamían mi miembro, mientras una mano experta aceleraba el ritmo de sus movimientos. Mi cuerpo respondió tensándose, mi espalda se arqueó, mis brazos intentaban en vano soltarse, pero lo único que conseguían era clavar en la piel de mis muñecas la cuerda con la que estaba sujeto a la silla.


Grité. Me vacié.


Un millón de descargas recorrieron mi columna, obligándome a expulsar toda mi esencia. Mi pecho, agitado por el orgasmo, apenas podía mantener el ritmo de las respiraciones. Mi boca, abierta en una mueca de placer, exhalaba un rugido, un rugido de animal vencedor.


Cuando me tranquilicé un poco, presté la atención suficiente para saber que se estaban besando. Podía oír como sus labios húmedos chocaban entre ellos, como sus lenguas se rozaban, sus respiraciones empezaron a agitarse. Me imaginé que sus manos estarían también ocupadas buscando los puntos sensibles, rozando cada centímetro de su piel.

Escuché como el colchón de la cama las recibía, el roce de los cuerpos sobre las sabanas. Mentalmente recreé la imagen, sus cuerpos abrazados, mientras se fundían en un largo beso, sus melenas se mezclaban sin concierto, sus manos recorrían las espaldas, presionaban las nalgas. De repente un gemido. Una de ellas estaba descendiendo hacia el pecho de la otra. Cada nuevo gemido creaba en mí una nueva visión.


Imaginé como una boca deseosa se apoderaba de un pecho, lo lamía, lo chupaba, lo mordisqueaba, se entretenía en disfrutarlo. Un gemido largo fue asociado a una lengua que recorría el vientre camino del pubis, donde depositaba un montón de suaves ósculos, perfectamente audibles. Las manos separaban los muslos y acariciaban tímidamente el interior de estos, dejándose arrastrar después por la superficie de un sexo humedecido por la excitación.

Ruido de sabanas y de colchón, estaban cambiando la postura. Los gemidos y ruidos de roce húmedo que llegaban hasta mí, me transportaban hasta la situación que estaban dibujando ahora mismo. Una sobre la otra, cada una con el sexo de su compañera al alcance de sus labios, besando, sorbiendo, mordiendo, lamiendo sus sexos. La habitación se llenó de gemidos, de lametones, de respiraciones ahogadas. El aire me traía el olor a sus sexos, a sus flujos, a su placer, a su deseo. Nuevos ruidos, nuevos gritos. Sus sexos estaban siendo horadados por dedos deseosos de penetrar hasta el fondo, de tocar su interior, de acariciar sus almas. Se aceleraron las lenguas, los dedos, los labios. Gritaban, gemían, se quejaban, disfrutaban.


Por fin una de ellas cayó vencida y se abrió al orgasmo. No era Isabel, no era su voz. Pero ella no tardó mucho más en caer también ante las caricias de su amiga. Se movieron y de nuevo se entregaron a la dulzura de sus besos. Cuchicheaban en voz baja. Su respiración ya se tranquilizaba, se relajaba.


Volví a tomar conciencia de mi cuerpo. Las muñecas me dolían, los brazos estaban agarrotados, durante todo su encuentro han estado intentando liberarse de las ataduras. Forcé un poco mas y una de mis manos se liberó. Noté la sensación de quemazón que las marcas de las cuerdas habían dejado en mis muñecas, al sentir de nuevo el aire fresco recorriendo mi piel. Por fin pude soltarme.


La escena frente a mí no podía ser más excitante. Las dos féminas reposaban desnudas, abrazadas, calmadas, felices. Eran como dos estatuas de piel tersa y suave, recorrida aun por algunos hilillos de sudor, provocado por el placer que mutuamente se habían regalado, por su enfrentamiento carnal, por sus ganas de gozar y ser gozadas.


Con sumo cuidado recogí mis vestimentas y abandoné la habitación de Isabel y su piso mientras recomponía mi vestuario y le agradecía mentalmente este regalo tan especial que llevaría durante unos días tatuado en mis muñecas.





Y ademas, lo grabaremos

Por fin había llegado el día. Después de una semana esperando por ella, hoy iba a poder darle todo cuanto tenia para ella. Había sido muy concreta en su petición y eso me encantó al punto de no plantearme el mas mínimo cambio en su deseo. Bueno, alguno si.


Cuando llegó a casa, me senté con Victoria a tomar algo. Charlamos mientras mis manos recorrían sus piernas, presionando ligeramente aquí y allá, como distraídas, pero con toda la intención del mundo.


Cuando terminamos la bebida nos lanzamos a devorarnos a besos. Mi ropa voló por el salón. Apenas pude contener sus ansias el tiempo suficiente para coger la cámara.

- “Hoy lo vamos a grabar, Victoria, así que déjame bien seco”, le pedí.


De rodillas sobre el sofá, Victoria se aplicó a devorarme la polla. Se cogía a ella con ansia, su cara dibujaba una expresión de lujuria y gula que incendiaba aun mas mi deseo y hacia vibrar mi sexo. Sus labios rozaban mi glande y sentía su aliento y la humedad cálida de su saliva en él. Con calma fue tragándose todo mi miembro hasta que su naricita chocó con mi pubis. Completamente hundido en su boca, sentía la punta de mi sexo rozando su campanilla. No podía evitar, ni quería evitarlo, apoyé mi mano en su nuca y empujé contra mi. Un gemido ahogado por la rotundidad de mi sexo se escapó de su garganta.


Enfoqué la cámara sobre la imagen de sus labios recorriendo el talle de mi pene. Subiendo y bajando por él. Descubriendo la tensa piel de mi sexo, impregnada y brillante por su saliva, para hacerla luego desaparecer dentro de su boca.


Aceleró poco a poco el ritmo de su felación. Hasta que mi orgasmo anunció su llegada con un gemido gutural.

- “Victoria, me corro, me corro. Te voy a llenar la boca con mi leche”, avisé.

Me enganché a su pelo y tiré de él para clavarme, aun mas, en su garganta y derramarme en ella. Los borbotones de esperma se dispararon desde mis testículos hasta su campanilla, donde impactaron violentos y untosos. Con glotonería y como si de un batido de chocolate se tratara, Victoria, engulló y tragó mi esencia de macho y se incorporó mirando fijamente a la lente de la cámara. Traviesamente se relamió con mucha calma. Como una autentica viciosilla, mostraba su boca, aun blanquecina de mi semen, y su lengua, manchada con él.

- “Tragatelo, es todo para ti”, le dije.


Sonrío, picaramente. Y con una parsimonia incendiaria, se lo tragó todo. Rebañando con su lengua el resto y volviendo a tragar. Cuando se convenció de que había terminado con su postre, me mostró su cavidad bucal, abriendo la boca completamente y sacando la lengua, limpias de cualquier rastro de mi esperma.


Dejé la cámara en pausa y la incorporé. Nos fundimos en un beso frenético, salvaje, completo. Mi mano se deslizaba por su costado, marcaba el camino de su pubis y por fin se coló por debajo de la ropa interior. Su sexo apareció húmedo y ardiente al roce con la yema de mis dedos y su cuerpo reaccionó con un ligero temblor y un gemido derramado en mi boca directamente. Sus caderas comenzaron a moverse rítmicamente al son que marcaban mis dedos sobre su botoncito, inflamado por la excitación y por la estimulación directa.


Su respiración se entrecortó, sus labios temblaban al contacto con los míos, su cuerpo se entregó a disfrutar de un orgasmo ansiado y buscado, querido y anhelado. Su entrepierna se encharcó con sus fluidos al tiempo que sus dedos se clavaban en mi espalda, pegándose aun mas a mi y cerrando sus piernas, atrapando entre ellas mi mano y lanzando sus caderas en un vaivén frenético sobre mis dedos que terminaron de destrabar su éxtasis.

- “Como me pones, que ganas de tenerte dentro”, susurró en mi oido.


Me levanté del sofá y coloqué en la mesa la cámara con su trípode, la apunté hacia el sofá y le ordené mientras accionaba el botón de grabado.

- “Desnúdate, que vas a clavártela hasta la garganta”.


Mientras me colocaba de nuevo en el sofá, Victoria se deshizo de toda su ropa. Estaba parada delante mía y pude apreciar su excitación en la oscuridad de sus aureolas.

- “Cabalgame. Colócate encima mía y déjate caer sobre mi polla. Quiero que te la claves hasta las pelotas”, le dije perversamente, mientras mordía mis labios presa del deseo de partirle el coñito de un buen pollazo.


Se colocó a horcajadas sobre mi. Mirándome a los ojos fijamente, apuntó mi polla en la entrada de su vagina y cerrando sus ojos, se dejó caer sobre ella súbitamente. La sensación de sentir su cuerpo abrirse al contacto con mi polla, esa sensación de sentir la humedad de su sexo escurriendo por la piel de mi pene, mojando mi escroto y pubis, quedó plasmado en aquel gemido de placer que derramé contra su pecho. Ella respondió con otro gemido de placer. Un gemido que iba aumentando de intensidad a medida que aumentaba la cantidad de hombría que entraba en ella. Por fin se la hundió por completo. Se detuvo durante unos momentos sentada sobre mi regazo, sintiendo la totalidad de mi sexo dentro de ella, disfrutando de la sensación de estar colmada, de estar rellena, de estar plenamente ocupada por mi pene.


Tenerla allí empalada, notando los pequeños temblores que las paredes de su vagina transmitían a la dura extensión de mi talle, hacia que mis ganas de poseerla fueran mas allá.


Busqué sus pezones con mi dientes, los mordí, los lamí, los chupé con ansia y desesperación. Sus manos presionaban mi cabeza contra su torso, buscando mas intensidad, mas caricias, mas placer. Subí por su pecho hasta llegar al cuello y allí mis dientes se clavaron en su blanca y tibia piel. Sus músculos cervicales se contrajeron aprisionando mi cara. Mordí con mas fuerza aun. Gimió de placer, mientras sus caderas comenzaban a moverse en un vaivén hacia delante y hacia atrás. Cuando me separé de ella, la huella de mis dientes se apreciaba nitidamente en su epidermis. Sonrío maliciosamente. Con mucha delicadeza lamí la extensión de la marca. Victoria murmullaba con placer algo ininteligible.


Mis manos se apoderaron entonces de sus glúteos, y la ayudé, marcando el ritmo de la cabalgada, empujándola hacia mi.


Fui aumentando la velocidad del movimiento conforme sus gemidos iban transformándose en gritos. Estaba a punto de correrse de nuevo. Quería que se corriera de nuevo. Así que asiéndome fuertemente a sus glúteos la lancé en un frenesí de galopada. Cuando comenzó a chillar bestialmente, sentí su sexo licuarse en un nuevo clímax. Aproveché para darle un par de golpes de pelvis, que consiguieron que abriera sus ojos, incrédula de que aun pudiera entrar en ella un poco mas y rozar el fondo de su cueva. Una sensación indescriptible de dolor y placer que la obligó a clavarme los dientes en el hombro derecho al tiempo que descargaba parte de la intensidad de su placer en un alarido.

- “Date la vuelta, pequeña, quiero ver ese culazo botando sobre mi estaca y quiero azotartelo mientras te corres”, ordené satiramente, disfrutando del tono de mis palabras y de su mirada de placer al oírme decírselo.


Dificultosamente se incorporó dejando escapar mi sexo de su cavidad. Apareció ante mi, mi polla, brillante por sus jugos, apuntando al techo del salón y hasta mi nariz llegó el aroma de su sexo. Me embriagaba. Me excitaba.


De nuevo se dejó caer sobre mi polla y esta vez se apoyó en mis rodillas. Se incorporó hacia delante, regalándome una panorámica perfecta de su coñito, dilatado para albergar el grosor de mi pene, enrojecido por la excitación y el placer y resplandeciente por la cantidad de flujo vaginal que lubricaba sus labios mayores. Comenzó entonces a cabalgarme. Esta vez subía y bajaba por mi ariete, trepando lentamente para dejarse caer con fuerza sobre él. El chapoteo que me devolvía su coño incendiaba mi animo y una nalgada restañó en el salón, violenta e inesperada. Su reacción fue inmediata, un alarido de placer.

- “Massssssssssss”, me exigió lujuriosa.


No tardé en complacerla y la marca de mi mano derecha empezó a aparecer sobre sus glúteos, marcando perfectamente el contorno de mi mano y mis dedos. Las nalgadas reverberaban por el salón, confundiéndose con los alaridos de placer y las imprecaciones e insultos que me regalaba, retándome.

- “Mas fuerte, cabrón, dame mas fuerte, quiero acordarme de ti cuando me siente”.


No tardó de nuevo en chillar que se corría otra vez, y con una serie de espasmos nerviosos e involuntarios, se dejó ir de nuevo sobre mi polla. Que delicia sentir como su pozo se llenaba de jugos, como la humedad de su entrepierna aumentaba e inundaba mi entrepierna, mi pubis, mis testículos, goteando por entre mis piernas hasta el sofá.


Su cuerpo se tensó y una serie de estertores incontrolables recorrieron su espalda, haciendo que se moviera sobre mi polla, aumentando aun mas las sensaciones de su descarga.


Cuando su cuerpo se recuperó del éxtasis, cuando su respiración comenzó a volverse mas rítmica y de nuevo sus caderas comenzaban a moverse.

- “Túmbate en el sillón, que te voy a follar bien follada. Justo como te lo mereces”, le indiqué al tiempo que marcaba sobre su espalda con mis uñas seis trazos rojos desde sus hombros hasta el nacimiento de sus nalgas.


Obediente, se tumbó a mi lado y cogiéndose por las rodillas se ofrecía, completamente abierta a mi. Que visión, tumbada en el sofá, con sus tetas bamboleándose al ritmo de su respiración, con su hendidura abierta y expuesta, y con esa mirada de viciosa asomando entre sus pechos.


Coloqué sus piernas en mis hombros, dirigí mi polla a su agujero, dejando solo introducido en ella un par de milímetros de mi glande. Su cuerpo se movía expectante buscando mas cantidad de polla, como una viciosa hambrienta de que la taladren duramente. Cogí sus muñecas y sujetándolas contra el sillón y mirándola directamente a los ojos, le descargue el golpe mas violento de caderas posible.


Se quejó de dolor, esta vez se la había clavado hasta el fondo de verdad. Golpeando con ganas el fondo de su sexo, se retrajo momentáneamente por la sorpresa y por la sensación de estar rompiéndose por dentro, pero sin solución de continuidad me lancé a penetrarla con fuerza y rapidez.


Comenzó otra vez a gritar, a chillar, a querer librarse de la tenazas de mis dedos en sus muñecas. Intentaba expulsarme de ella empujándome con sus piernas, pero entre la postura favorable para mi, mi peso y la presa que hacia en sus muñecas sus intentos solo conseguían que me clavara en ella con mas intensidad, con mas placer y así en unos pocos empujones estaba a punto de descargar una nueva andanada de espesa esencia en su interior.

- “Y ahora te voy a llenar el coño. Quiero ver como te chorrea mi leche y quiero grabarlo, para poder ver cada vez que me apetezca lo zorra que eres Victoria”, la espeté autoritario.


No se hicieron esperar mucho la consecuencias deseadas y me chilló que otra vez se venia, que se venia conmigo, que quería acabar al mismo tiempo que yo.


Aumenté la velocidad de mis acometidas y cuando sentí por fin que me disparaba, me clavé de nuevo hasta el fondo de su sexo.


Nos corrimos los dos gritando, aullando, resoplando como animales salvajes enzarzados en una lucha de poder. No importaba quien ganase, no importaba quien perdiese, solo importaba el placer, el gozo, el éxtasis que nos hacia entregarnos, ella mojándome, encharcándose y yo vaciándome en su interior, contra el fondo de su sexo. Mi lechada blanca y grumosa golpeaba su interior aumentando las sensaciones de su propio goce y por las contracciones de su sexo del mio propio.

- “No te muevas Victoria, quiero grabar como mi leche chorrea de tu coñito”, le dije mientras aprovechando el momento en que mi miembro resbalaba fuera de su chocho, me acerqué hasta la cámara y la recogí, enfocando su sexo, rojo, húmedo y lleno de mi simiente.


Un pequeño rio blanquecino comenzó a correr por sus labios mayores, guiando su camino hacia el ano. No pude contenerme y ansioso, absorbí mi corrida, mezclada con sus flujos. Que extraña y placentera sensación.

- “Damela cabrón, dame tu leche calentita, déjame que me la beba, escupemela en la boca”, me imploró.


La idea me atraía. Me excitaba saber que era una tragona golosa, me excitaba saber que disfrutaba de mi sabor. Recogí, ayudado por mi lengua, toda mi corrida, limpiando su vulva de mi esperma y sus flujos. Coloqué de nuevo el trípode, enfocando esta vez solo su boca, abierta, su lengua voraz buscando mi regalo y cogiéndome a su cara me separé lo suficiente de ella como para poder observar como la primera gota de ese mejunje que era mi semen, sus jugos y mi saliva, se dejaba resbalar de mi boca y caía a plomo sobre su garganta.


Gimió, al sentir como el liquido de nuestro placer golpeaba su campanilla.


Dejando una buena ración de cóctel escurrir entre mis labios y jugando con ese goteron, lo escupí sobre su labio superior. Impaciente y sedienta recogía con su lengua y con su dedo hasta la ultima parte de engrudo, engullendolo. La ultima parte se la escupí directamente a la garganta. Con autentico placer sádico, esputé el resto de nuestras corridas en el fondo de su boca.


Cuando terminó de degustar mi regalo, me dejé caer a su lado. Puse de nuevo la cámara en pausa y paseé mi mano, distraída por su muslo. Nuestras respiraciones fueron calmándose al tiempo que nuestros cuerpos, cálidos por el esfuerzo y por las descargas de placer obtenidas, se juntaban el uno al otro para disfrutar del placer de ese calorcito añadido al nuestro.


Nos besamos con dulzura, con calma y por fin con mimo. Sonreímos, nos miramos con agradecimiento, teníamos esa expresión de dulce satisfacción que se queda plasmada en la cara después de una buena corrida.

- “Dentro de un rato, te voy a llevar a la cama, te voy a comer ese coñito tan rico que tienes hasta que te corras. Te voy a follar con mi lengua hasta que te corras. Te voy a chupar el clítoris mientras te follo con dos dedos hasta que te corras. Te voy a masturbar con tres dedos hasta que te corras. Te voy a meter toda la mano y follarte con ella hasta que este corras. Te voy a penetrar de lado y follarte y masturbarte el clítoris hasta que te corras. Voy a ponerte a cuatro patas y te voy a taladrar ese coñito de viciosa que tienes, hasta que te corras. Después seguiré un poco mas pero con mi dedo pulgar hundido en tu culito hasta que te corras. Te acostare boca arriba y te lo haré al misionero, mientras los dedos de mi mano derecha destrozan tu clítoris, mis dientes se encargan de tu pezón izquierdo y los dedos de mi mano izquierda pellizcan tu pezón derecho, hasta que te corras. Y entonces, te la voy a sacar y me voy a correr sobre tus tetas para poder disfrutar del espectáculo de ver como te las devoras para tragarte hasta la ultima gota de mi leche”, le susurré al oido, tomándome mis pausas para cada corrida, “Y lo vamos a hacer viendo este vídeo, para que veas lo zorra que eres, lo mucho que me pone y ademas lo grabaremos para que veas lo puta que puedes llegar a ser”. 

Me miro en el espejo

Todo cuanto mis ojos observan no son más que las cicatrices de la batalla que acabo de librar. Una batalla física, dura, sin ganador ni vencido, pero con un montón de heridas, algunas moradas, algunas rojas, algunas aun sangrantes y otras solo con el anuncio de la laceración.


Recorro con mi mano el mapa que dibujan, empezando por mis labios, inflamados y acorchados. Descendiendo por mi cuello, horadado de círculos carmesís. Continuando por mis hombros, marcados con la silueta de su dentadura. Bajando hasta mi pecho, arado de líneas rojas al final de las cuales se aprecia el nacimiento de una minúscula hemorragia. Recorriendo la línea de mi vientre, donde atisbo el reflejo de seis manchas coloradas. Y por fin recalando en mi pubis, mordisqueado.


No son más que los restos de cuanto ha sucedido. Testigos mudos, que cada vez que acaricio, reactivan la memoria física de cuanto ha ocurrido. Una memoria que vuelve a encender en mi el deseo, las ganas, la necesidad de otro enfrentamiento. Mi memoria me atenaza y me obliga a retroceder en el tiempo.


Me encuentro en la cama con ella. Sus besos están inflamando mi cuerpo, noto como asciende mi temperatura corporal. Desde mi bajo vientre una hoguera esta quemando mi piel, expandiendo su calor por mi interior, calentando mi sangre y mi mente.


Su cuerpo desnudo junto al mío no hace sino aumentar esta sensación de ardor.


Puedo sentir a través de los poros de mi piel como su cuerpo se va pegando al mío. Sus pezones marcándose en mi pecho, sus caderas moviéndose en busca de una caricia deseada y esperada, sus piernas abrazando mi cintura.


A través de mi pubis noto su calor interno, la humedad de su sexo que me atrae, deseo saborearlo, devorarlo, lamerlo, sentirlo en mi lengua. Pero su boca se esta ocupando de la mía. Sus dientes muerden mis labios sin compasión, a continuación su lengua calma el ardor que esto me produce.


Sabe hacer daño y sabe curar las heridas que produce.


Cada vez tengo más insensibles los labios, pero cuanto ellos no sienten yo puedo sentirlo a través de su fuerza, de su dentadura, de su lengua recorriendo el interior de mi boca.


Se arrastra por mi cuerpo, impregnando de rastros visibles y dolorosos cada rincón, hasta que engulle con su boca toda mi hombría. Su saliva moja mi piel, recorre mi sexo con su lengua, acaricia mi miembro, me excita con sus dientes al rozar mi piel. Juega conmigo, le encanta jugar conmigo. Juega a darme placer y dolor, pero no me duele. El dolor físico llega a través de mis nervios a mi cabeza convertido en un placer psíquico, mas dolor, mas placer.


Me besa de nuevo.


Su lengua recorre mi cuello, su respiración enfría el rastro de saliva que va dejando, mi piel se eriza, mi espalda se arquea, mi mundo se reduce a esta cama, a este encuentro, no hay mañana, no hay luego, sólo ahora. Por sorpresa aprisiona parte de mi piel entre sus labios, succiona, suelta, lo mira y sonríe. Repite. Sus dientes se clavan en mi hombro, puedo apreciar cada uno de sus blancos dientes hundiéndose en mi piel, mi carne se comprime entre sus fauces. Me esta devorando, me dejo masticar.


De un golpe estoy dentro de ella. Mi entrada brusca y placentera la obliga a apretar un poco más. Duele, pero excita. Mis músculos se contraen, mi deseo se expande, la penetro un poco mas. Un poco más profundo, un poco mas fuerte, quiero partirla por la mitad, quiero entrar totalmente en ella, quiero llenarla de mí, quiero ahogarme en ella.


Giramos, ahora estoy debajo de su cuerpo, sintiendo su peso, su cálida piel sobre la mía. Apoya sus manos en mi pecho y se incorpora, aun empalada en mí. Mi sexo esta completamente dentro de ella. Noto su pubis contra el mío, noto como su esencia moja mi entrepierna, su sexo esta ardiendo. Mis manos se aferran a sus hombros y la empujo contra mí. Sus uñas se clavan en mi pecho. Mi piel se rompe, un millón de agujas traspasan mi dermis y llegan hasta mi espalda. Me muevo rápido, deseo más, quiero más, necesito más. Su cuerpo se tensa, sus manos se aferran a mi vientre, sus piernas se cierran sobre mis caderas, tiembla, gime. Su cabeza se echa hacia atrás, un gemido sordo, profundo, contenido, sale de su garganta. La fuerza de su éxtasis se queda marcada en mi piel.


Rígida, tensada, entregada.


Giro una vez mas y queda de nuevo a mi merced. Yo marco el camino, yo dispongo de su placer, yo soy su dueño y a la vez su esclavo.


Continúo con mis bombeos, no deseo otra cosa que poseerla totalmente, hacerla mía, que chille mi nombre, que grite que es mía. Despierta del pequeño letargo de su clímax. Sus ojos me miran con una rabia indescriptible, sus manos llegan a mi espalda, marcan su territorio, me hacen empujar mas fuerte, me hacen entrar mas profundo. Marcan el ritmo, la fuerza, la presión, el tiempo.

Ella ordena con sus uñas perforando mi piel.


Al fin se acaba todo. Una descarga eléctrica recorre mi columna, tensando cada músculo, estimulando cada nervio, obligándome a sentir, a gritar, a dejarme ir. Mi corazón galopa, mis venas parecen a punto de estallar, mi mente se cierra, mi visión se apaga, me dejo ir.


Ella me posee.


Me vacío dentro de ella al tiempo que su sexo aprisiona el mío. Noto sus espasmos, sus contracciones, convulsiona en torno a cuanto de mí esta dentro de ella. Poco a poco siento un pequeño reguero de sudor recorriendo mi espalda, siguiendo su lento camino. Me paso la mano para secarme, no es sudor, su color rojizo me hace desearla aun más. La pruebo, su sabor salado me halaga.


No puedo entregar más de lo que soy y se lo he dado todo.