Bienvenida

¿QUE ES “Los bajos fondos de Mordor”?

Sintiéndolo mucho por la extensa legión de seguidores de Tolkien (entre los cuales me incluyo) no tiene nada que ver con la Tierra Media, ni con las leyendas élficas, ni de ninguna otra raza. Para mí son todas aquellas actitudes que secretamente muchísimos de nosotros tenemos guardadas dentro.

Esos deseos “oscuros” que jamás contamos a nuestros amigos, esos anhelos “extraños” que no podemos dejar salir por el miedo al que dirán, todas aquellas cosas que nos gustaría hacer pero que nunca llevaremos a cabo por que las personas “normales” jamás las hacen. El objetivo de este blog es intentar sacar a relucir todos esos pensamientos, comentarlos, mejorarlos y quien sabe, a lo mejor así ver que no somos tan “raros”.

Por todo lo anteriormente expuesto os pido vuestra colaboración y vuestra ayuda, a través de vuestra lectura, vuestros comentarios, vuestras aportaciones, si os apetece.

Al mismo tiempo aprovechar estas pocas líneas para agradeceros el tiempo y el esfuerzo que ello os pueda suponer, sabiendo siempre que cualquier colaboración, por pequeña e insignificante que pueda parecer, puede ser la clave para encontrar ese atisbo de normalidad que todos buscamos en lo que hacemos y deseamos para que nuestra vida y nuestra mente estén a gusto con ello.


Una y mil veces gracias.

Los bajos fondos de Mordor 2.0

LOS BAJOS FONDOS DE MORDOR 2.0

¿Que significa esto?

Pues es bastante sencillo. Quiero creer que es una mejora del estilo del blog, de los relatos en sí, de mi manera de expresarme y de mi deseo de una mayor calidad de todo el conjunto.

¿Son nuevos los relatos?

No. Básicamente son los mismos relatos pero, según mi modesta opinión, más evolucionados. Hace ya más de 4 años que tengo este blog, 4 años de experiencia, que en virtud de las creencias populares, mejoran al escritor tanto como al escrito. He cambiado algunas formulas, algunas palabras y detalles pues las circunstancias personales afectan a lo que se escribe y he intentado hacer éstos, mis relatos, más intemporales, más genéricos.

¿Los comentarios que hicimos a los anteriores relatos?

Los he guardado para mí. Al ser nuevos relatos, me ha parecido lo mas adecuado. Agradeceré enormemente cualquier nuevo comentario que podáis aportar a este blog.

¿Las colaboraciones también han cambiado?

He enviado a los colaboradores que colgaron sus relatos en mi blog, una propuesta de modificación. Puede que alguno cambie, pero no dependerá de mi, sino de su autor.


Espero que con estas 4 sencillas preguntas y respuestas haya aclarado la nueva versión del blog que encontrareis a continuación.


Un saludo a todos y espero veros pronto por estas paginas.


Trilogia. Parte 3

Un día, aprovechando una jornada de compensación, decidí tachar otra de mis fantasías con Anabel. Llegué sigilosamente a casa y me mantuve sin hacer demasiado ruido. Sin moverme en casa, sin hacer ni siquiera un café. Solo leía distraídamente, mientras prestaba toda mi atención a los ruidos que me devolvía la escalera.


Así escuché que su marido salía, quedándose ella sola y que como miércoles que era, empezaba a limpiar la escalera del bloque.


Aguardé pacientemente a que pasara por mi rellano en dirección a la azotea. Salí con mucho sigilo a la escalera y me acerqué a ella por detrás en silencio. Me cogí a sus pechos por detrás, fuertemente, mientras le susurraba al oído:

- “SHHHHHH, tranquila Anabel. No grites, no te preocupes, no va a pasar nada que no quieras”, le dije tranquilamente, “Pero ahora mismo, te voy a poner contra estos escalones, te voy a bajar estos pantalones que llevas y te la voy a clavar hasta que te corras sobre ellos, mojándolos con tus corridas. Y después te voy a pintar la garganta con mi esperma”, terminé de explicarle mientras mi mano derecha buceaba en su pantalón en dirección a su rajita.


Allí, con mi mano dentro de su pantalón, masturbando su clítoris, y mi mano izquierda poseyendo su seno izquierdo, apoyé mi erección, marcada en el pantalón del uniforme, entre sus nalgas. Sus caderas no tardaron en empezar a moverse para sentir mas aquel trozo de carne palpitante.


Subí su camiseta por delante y tiré hacia abajo del sujetador, dejando libres sus senos, que rebotaron por la inercia del movimiento. Me aferré entonces a su pantalón y tiré con decisión de él hacia abajo, llevándome sus braguitas blancas con él hasta las rodillas. Pellizcando sus pezones, tiré de ellos hacia abajo hasta hacerla arrodillar en el primer escalón del tramo, quedándome yo arrodillado en el rellano, entre sus gemelos y con la bragueta del pantalón del uniforme contra su húmeda vulva. Al echarla para adelante, sus pezones rozaron el frio mármol de la escalera y esto provocó que diera un respingo que llegó hasta mi sexo, haciendo que se escapara de mi boca un gemido de placer que ella recibió gustosa y entregada.


La penetré con dos dedos, para ir preparando su coñito para la penetración que tenia en mente. Excavé con ellos en su gruta, disfrutando de la lubricación de su sexo, de la calidez de su interior y de los ligeros espasmos que sus paredes interiores transmitían a mis dedos.


Cambié mis dedos por la cabeza de mi polla y me dediqué a jugar en la entrada de su chocho. La penetraba solo con mi glande. Al sentir como su vagina se cerraba sobre la morada punta de mi sexo, detenía la penetración, procediendo entonces a sacarla completamente, para volver a empezar una y otra vez.


El hueco de la escalera comenzó a llenarse de gemidos y de olor a sexo prohibido, aumentando con ello mis sensaciones y disminuyendo mi control sobre la situación. Fui acelerando mis acometidas, tanto en velocidad como en intensidad hasta lanzarme en una penetración intensa y decidida que inundaba el ambiente de sonidos de gemidos ahogados de placer, del chapoteo de nuestros sexos y de golpes de caderas.


Anabel comenzó a correrse. Chillando quedamente, se licuaba con cada nuevo empujón de mi pelvis, impregnando la piel de mi bajo vientre con su esencia y pidiéndome mas, siempre mas,


Agarré sus muñecas con mi mano derecha por la espalda, haciendo que pegara sus senos y su cara a los escalones, mientras mis caderas imprimían toda la violencia que podían a las perforaciones de mi rabo en su coñito. Entré en modo perverso cuando con mi mano izquierda la cogí del pelo. Como se excitaba cuando la forzaba por su pelo. Tiré con fuerza hacia atrás y mirándola con ese sentimiento de propiedad que conseguía sacarme, me apliqué a romperla en dos a base de pollazos

- “¿Es así como te gusta que te follen, verdad?”, le pregunté retoricamente.


Allí estaba Anabel, de rodillas en la escalera, semidesnuda, follada por su vecino, y no podía hacer otra cosa que correrse como la pervertida viciosa que era.


Su cuerpo comenzó a temblar otra vez, a causa del placer que recibía por la follada y la situación, mientras me pedía gimiendo, una y otra vez:

- “Follame cabrón, parteme en dos”.


Cumplí con sus deseos. Penetrándola con fuerza, con rabia. Me clavé en ella completamente, hundiendo en su sexo todo mi miembro salvajemente. Disfrutando de su entrega, de la humedad de su vagina, el ardor de su piel, el sonido de mis enculadas y la fricción de mi polla en su interior.


Cada vez Anabel desfallecía antes, sus piernas empezaban a fallar con cada nuevo clímax y sentía como se iba deshaciendo entre mis manos que tenían que sujetarla con mas fuerza para que mis acometidas no la desparramasen por las escaleras. Y esto me llevó en volandas hasta mi orgasmo. La violencia de mis envites, la excitación que me producía estar follándome a Anabel en las escaleras, con sus tetas aplastadas contra el escalón superior, la lubrica calidez de su caricia intima y el placer de sentir su entrega absoluta a mis deseos me deslizaron hasta el borde de mi orgasmo.


Me centré en el cuerpo de Anabel. Me centré en sentir cuando alcanzaba el éxtasis. Su cuerpo se tensó momentáneamente, atenazando cada musculo, tensando cada tendón de su cuerpo, para descargarse de toda esa tensión en un grito prolongado y placentero que fue seguido de la laxitud de todo su ser.


Me salí de ella, dejándola caer sobre el piso. Que imagen mas sugerente, mas excitante, aquella mujer, allí despatarrada, inmóvil sobre los escalones, con su cuerpo medio desnudo, con el flequillo pegado a su frente por el sudor, con la cara interior de los muslos brillante y encharcada por su placer, respirando entrecortadamente y con unos ligeros temblores que hacían vibrar todo su cuerpo.


Me puse en pie, tirando de su pelo la incorporé lo suficiente para hacerla sentar en el escalón, con su cara a la altura de mi sexo. Me masturbé frente a ella con rapidez. Ella abrió su boca ligeramente, sacando a pasear su lengua, en un intento de complacerme, pues pensaba que quería correrme en su boca.


Cuando el orgasmo por fin me venció, disparé contra su cara, su pecho, su boca y parte de las escaleras mi corrida. Andanada tras andanada, eyaculé un torrente de blanco esperma contra ella, dibujando en su piel níveos trazos de espeso semen en sus mejillas y pechos, algunas gotas alcanzaron su lengua y boca, saboreandolas con ansia y algunas mas cayeron contra el claro mármol de la escalera.


Cuando terminé de descargar mi corrida, la solté, dejando que se recuperase poco a poco de nuestro escarceo. Recompuse mi uniforme, guardando mi pene, semiflaccido, y sonriendo al ver la mancha de flujo que se marcaba en mi pantalón. La miré entonces a ella. Estaba recogiendo con la yema de su dedo indice cada gota de mi esencia de su cuerpo y tragándosela. Que cabrona, como sabía lo mucho que me ponía eso.


Cuando terminé de acicalarme, la ayudé a levantarse y a colocar de nuevo cada prenda en su sitio. En el suelo de la escalera se podían ver varias gotas de mi semen, algunas gotas de su flujo y el rastro inequívoco de su vulva marcado en el suelo:

- “Muy bien Anabel, este ha sido muy bueno. Y como premio, estos escalones no los vas a limpiar”, le susurré al oído, “Quiero que cada vez que pases por aquí te acuerdes de como te follé en la escalera”.

Trilogia. Parte 2

A partir de aquel momento, avanzamos en nuestras aventuras sexuales. Nos comunicábamos con mensajes de WhatsApp. “¿Estas?”, “Sube”, era todo cuanto intercambiábamos. Y nos iba bien.


Una noche que salio con sus amigas a cenar, por la tarde, le había comentado que le dejaba una copia de las llaves de casa, escondidas en la azotea, por si le apetecía al volver que le rellenara el coño antes de irse a dormir. Me contestó que no estaba segura.


Me fui a la cama sin ninguna novedad por su parte, pensando que seguramente, lo de que me la follara, apenas a unos metros de su marido dormido, después de una noche de cena con sus amigas, iba a ser mucho.


La sorpresa fue despertarme con mas de la mitad de mi polla en su boca.


Sigilosamente se había colado en casa, se había desnudado, excepto el conjunto de ropa interior. Era una de las normas que habíamos acordado, siempre que quisiera ser follada, tendría que llevar puesto un conjunto de ropa interior. Se había subido a mi cama y arrodillada junto a mi, había comenzado a masturbarme mientras dormía, suavemente a juzgar por el estado en el que me había despertado. Cuando mi pene comenzó a coger cuerpo, gracias a su experta caricia, me regaló una felación de esas que tanto me gustan.


Tranquilamente, con tiempo, sin brusquedad, me comía la polla. Saboreaba todo el talle como si fuera un helado, con una sonora succión. La correspondía con gemidos apenas esbozados, cuando su nariz alcanzaba mi pubis y mi glande alcanzaba el cielo de su boca.


La excitación me volvió loco y al tiempo que tiraba de su pelo hacia arriba, le dije:

- “Esto lo vas a pagar. Ahora termina de ponérmela bien dura y déjamela bien mojada en saliva que después te la vas a clavar y me vas a cabalgar. Hasta que me corra dentro de tu coñito, para que cuando te acuestes al lado de tu marido, aun chorrees de mi”.


El resultado fue inmediato, y como una posesa se lanzó a comerme, devorarme mas bien, la verga, inundándola completamente con su saliva, hasta el punto de sentir como está escurría hasta mis pelotas y caía sobre el colchón.


Cuando le dije que era el momento, obedientemente, Anabel me cabalgó. Colocándose a horcajadas sobre mi, guiando mi húmedo miembro hasta la entrada de su sexo y sujetándose con una mano a mi pecho, se dejó caer de golpe, con todo su cuerpo sobre él. Hiriéndose profundamente con mi polla. Hasta sentirla completamente enterrada en ella. Y provocándose con ello un orgasmo. Una eyaculación salvaje y repentina que atenazó su cuerpo con temblores y risas nerviosas, mientras sus dedos se cerraban sobre mi pecho marcando mi piel con sus uñas.


Sus caderas empezaron a moverse rítmicamente, cada vez mas rápido. Sus gemidos fueron aumentando de intensidad hasta convertirse en gritos de placer, que ella intentaba acallar mordiéndose el antebrazo. Pero no era mi intención dejar que aquello pasara, me encantaba oírla gritar que se corría.


Cuando su coñito se licuó en otro orgasmo, su galopada adquirió tintes furiosos. Ya no había ritmo, ya no había velocidad, solo deseo puro, lo mismo me cabalgaba rápidamente, que se deshacía en una vaivén casi eterno, lo mismo subía sobre mi pecho provocando en su retorno una penetración casi total, que apenas temblaba completamente ensartada sobre la base de mi polla.


No tardó mucho en empezar de nuevo a correrse, una vez tras otra, resoplando como una yegua al galope tendido. En aquella postura, viendo sus senos botando delante de mi cara, con su encharcado coñito deglutiendo mi hombría y llenando la calma de la noche con sus gemidos de placer, no pude evitarlo y me incorporé levemente hasta que pude morder con fuerza uno de sus pezones.


Su reacción, salvaje. Su coñito estalló de nuevo en una eyaculación que empapó mi pubis, mis pelotas y buena parte de mis sabanas y mi colchón. Su cuerpo se batió presa de calambres violentos producidos por la intensidad del orgasmo que hacían a su cuerpo tensarse en las mas grotescas posturas, mientras chillaba como una posesa, a los 4 vientos, que se corría.


Cayó desmadejada y rota sobre mi pecho, presa aun de los últimos latigazos de su clímax. Temblando de placer y resollando, intentando mantener la respiración y controlar los latidos de su corazón. Con algún esfuerzo por mi parte salí de debajo de ella. Me coloqué detrás suya, tiré con fuerza de sus caderas obligandola a arrodillarse y ofrecerme su grupa abierta y expuesta. Ocupé entonces el hueco entre sus piernas y la penetré con calma, sintiendo en su vagina los espasmos de su ultimo éxtasis.


Una vez que estuve completamente hundido en ella, la cogí del pelo con mi mano izquierda y tiré con violencia de él hacia mi, obligandola a ofrecerme en mejor postura su vulva y llegando, si cabe, un poco mas dentro de ella. Descargué parte de mi excitación en una nalgada, seca y potente que restañó en la quietud de la noche y que hizo de nuevo que su cueva se colmara de jugos vaginales.


Me lancé entonces a una follada sin miramientos, profunda, fuerte, brusca y sobre todo placentera que hizo que Anabel empezara nuevamente a correrse sin parar.


Notaba como mi propio orgasmo se iba acercando, naciendo en mi nuca, creciendo mientras descendía por mi espalda, aumentando al pasar por mi entrepierna y volviéndose puro fuego al trepar por el canal interior de mi polla.


Aceleré el ritmo. Escupí sobre sus nalgas, dejando mi saliva escurrir hasta su ano y entonces, sin aviso, le hundí con determinación el dedo pulgar en él.


Chillando a dúo, totalmente entregados a aquella follada, sin reparar en nada que no fuera el placer que nos invadía a ambos, nos corrimos al unisono. Gritamos nuestro placer, mientras descargaba con furia una andanada de blanco semen en el interior de su coñito, donde se mezclaba con una nueva oleada de flujo. Mientras nuestros cuerpos terminaban de ajustarse por la intensidad del clímax alcanzado, nuestros músculos fueron relajándose y nos dejamos caer en la cama, vencidos por el gozo provocado o recibido, daba igual.


Cuando mi polla, al perder la erección, salió de su vagina, me incorporé junto a su cabeza y procedí a limpiarmela con sus cabellos.


La penetré con dos dedos, batiendo su interior un poco, metiéndoselos luego en la boca, sin preguntar, limpiándomelos ella con autentica glotonería.


Recogí los restos de liquido seminal y vaginal que chorreaban de su vulva con la tela de las braguitas negras de la noche y le ayudé a ponérselas. Recompusimos su ropa y la acompañé hasta la puerta.

- “No se te vaya a ocurrir ducharte o cambiarte de bragas antes de meterte en la cama”, fue todo cuanto le dije mientras salía renqueante de mi piso.

Trilogia. Parte 1

Las relaciones de vecindad son una maravilla. Una de las mejores que he tenido nunca, es el origen de esta trilogía. Espero que sea para vosotros tan excitante al leerla, como lo es para mi al recordarla.



Anabel, de 52 años, larga melena morena, ojos marrones, no muy delgada, como a mi me gustan, con curvas. Grandes pechos, algo caídos por la gravedad y la edad, pero increíbles al tacto. Muslos rotundos, anchos y suaves. Trasero ideal para ser azotado. Solo un “inconveniente”, estaba casada, pero eso añadía bastante morbo a su desatada sensualidad y a la entrega total al vicio que presentía en ella. Vamos una mujerona creada para el placer.


PARTE 1


Una tarde, al llegar a casa, me encontré a Anabel, mi vecina, asomada en la azotea. Llevábamos un tiempo, al menos a mi me lo parecía, intercambiando miradas y gestos picarones, alguna palabra sugerente y, aunque este mal reconocerlo, yo había hecho chillar mas de lo normal, durante mis encuentros sexuales, a mis ultimas visitas, a modo de provocación.


Pasé por casa, me puse algo cómodo y subí con la excusa de tomarme algo mientras me tumbaba una rato al sol. Cuando llegué arriba, me encontré a Anabel hablando por teléfono. Me dediqué a lo mio y perdí el tiempo hasta que ella colgó. Cuando terminó con el teléfono, se volvió hacia mi y comenzamos a charlar.

- “Buenas tardes vecino, ¿como estas?, ¿hoy no tienes “visita”?”, me preguntó dejando en el aire aquel tonito picaron.

- “De vez en cuando no encuentro compañía adecuada y con ganas”, respondí aun mas picante. Cuando nos quedamos los dos callados, mirándonos, supe que pasaría.

- “Bueno Anabel, me voy a casa a ver si encuentro algo que hacer para pasar la tarde. Ya sabes que mi puerta siempre estará abierta para ti”, la envidé, justo antes de dirigirme a casa.


Al entrar en casa, dejé la puerta entornada, en una clara invitación. Escuché como bajaba por las escaleras, pasando de largo por mi rellano en dirección hacia a su casa. Que desengaño.


Me decanté por quitarme la decepción con un café. Estaba en la cocina, delante de la cafetera, observando caer la negra infusión, cuando Anabel entró en mi casa, dubitativamente, aun no completamente convencida.


Cual no fue mi sorpresa, al verla vestida de aquella manera. Camisa negra, a medio abrochar, insinuando un sujetador de encaje negro, muy translucido, a juego. Cuando pasó la barra americana de mi cocina, sus glúteos, casi apenas ocultos por la camisa, me indicaron que no llevaba nada mas. Me abalancé sobre ella.


Cuando nuestros labios entraron en contacto, mis manos se aferraron a su camisa y de un violento tirón la abrí, sintiendo en mi pecho el impacto de sus botones al salir despedidos. La empujé contra la barra, estampando sus glúteos contra ella y clavándole toda la magnitud de mi erección en su pubis, haciéndole ver las ganas que tenia de ella. Nuestras caderas empezaron a moverse ligeramente, aumentando las sensaciones de aquel ósculo.


Solté los corchetes del sujetador, saqué fuera sus senos, redondos y masivos y los amasé con calma. Rocé con la yema de mis pulgares sus pezones, hinchados por el deseo acumulado, y su cuerpo me devolvió un estertor que hizo que el primer gemido se escapara de su garganta.


Anabel no tardó en tomar la iniciativa y deslizó su mano dentro de mis pantalones cortos. Alcanzó mi sexo, completamente inhiesto y comenzó a masturbarme. Lo hacía con calma, apreciando el tamaño, la forma, la dureza y la temperatura de mi miembro. Lo sacó fuera del pantalón y dejándose caer, se arrodilló delante mío. Todavía me masturbó un par de veces mas, deleitándose con la mirada en mi verga, relamiéndose, en un intento de facilitar la felación que se avecinaba.


Anabel posó sus labios contra mi glande y fue introduciéndose mi polla lentamente en su boca, abriendo convenientemente su mandíbula hasta que enterró por completo la longitud de mi pene en su boca. ¡Que delicia de labios!. La humedad de su saliva, la templanza de su boca, todo se transmitía a mi mente a través de la fina piel de mi polla, hinchada completamente y ansiosa por descargar mi lechada contra su garganta.


Se aplicó a una mamada salvaje, intensa y húmeda, chorreando con su saliva el talle de mi polla, mojando mis testículos y el elástico del pantalón corto. La sacaba completamente, lamiéndola con su lengua. Se la tragaba de nuevo hasta el fondo, succionando con fuerza para hacerme sentir la caricia de sus amígdalas. Con mis dedos enroscados en sus cabellos, presionaba su cabeza contra mi pubis en un intento por clavársela aun mas al fondo.

- “Levántate y apóyate contra la barra, que te voy a romper el coñito a pollazos”, le espeté muy excitado.


Obedeció sin rechistar. Se apoyó contra la barra y me ofreció sus glúteos, rotundos, claros, enmarcando su vulva, brillante por los jugos de su excitación. Comprobé entonces que no llevaba ropa interior, ninguna. Me cogí con la mano izquierda a sus caderas, clavando las puntas de mis dedos con fuerza, hasta oír un quejido por parte de Anabel. Apunté con la derecha mi glande hasta su hendidura. Repasé su sexo con la punta del mismo, recogiendo en mi piel la húmeda lubricidad de su esencia, separando sus labios mayores y colocándolo en la entrada de su cueva.

- “Métemela ya, cabrón, clávame esa polla hasta la garganta. Hazme chillar como a esas putas que traes a tu casa, cabrón”, retándome.


Se la clavé.


Se la clavé hasta el fondo, de un empujón brutal y salvaje que hizo que se soltara de la barra y cayera contra ella. Hizo que chillara de dolor y placer al sentir su coñito violentado por mi miembro, sin tiempo para acostumbrarse a su tamaño. Hizo que se corriera como una loca, chillando desaforadamente y eyaculando sobre mi pubis una oleada de placer.


Espoleado por aquel orgasmo salvaje de Anabel, me lancé en una follada brutal. Salia despacio de ella, haciéndola sentir cada milímetro de mi polla, hasta dejar solo mi glande enterrado. Después me dejaba caer contra ella, hincándome totalmente en su húmeda grieta, haciendo sonar sus glúteos con mi bajo vientre y provocando un chapoteo que me indicaba como de cachonda estaba por nuestra follada.

- “Follame cabrón, follame mas. Me corro sin parar. Dame como la viciosa que soy”, apostilló, haciéndome aumentar el ritmo de mis enculadas.


La agarré entonces por el pelo, tirando de él fuerte hacia atrás, para llenarla aun mas con mi sexo, para violentarla aun mas, para aumentar aun mas la sensación de ser dominada y mi placer al sentir su cuerpo convulsionando presa de otro orgasmo, húmedo e intenso que hizo que sus rodillas temblaran.

- “Córrete en mi cara cabrón, vacíate los huevos contra ella, pintame entera con tu leche”, chillaba desatada, mientras se corría otra vez.


La giré sobre sus talones. La empujé por sus hombros, hasta hacerla hincar de rodillas, de nuevo, delante mío. Apunté mi polla hacia su cara y aceleré el ritmo de mi masturbación, hasta llegar al punto de no retorno. Y entonces, chillando como un animal, me descargué en una corrida brutal.


Borbotón tras borbotón, que iban pintando su rostro, vacié mis testículos en su cara, surcándola de regueros de grumoso y blanco esperma, en su frente, sus ojos, su nariz, mejillas y labios, hasta que terminé de soltar todo mi semen y ella pudo con mas calma, dedicarse a limpiar por completo mi polla de sus flujos, hasta dejármela reluciente y limpia.


Se levantó entonces juguetona, satisfecha y manchada.

- “Hijo de puta, que polvazo me acabas de echar. Va a ser el primero de muchos, así que ya puedes ir descansando mas”, dijo mientras se colocaba de nuevo el sujetador y se anudaba la camisa rota sobre su torso.

- “Perdona, Anabel. Este va ser el primero de muchos, en eso estas en lo cierto, pero...., ese sujetador me pertenece, así que quitatelo”. 

Cuando llegas a casa. Colaboracion de Gordita

Cuando llegas a casa, dejas tus cosas en la mesa. Te diriges entonces hasta el frigorífico y reparas en el post-it pegado en él.

Coge el bote de nata y sigue las instrucciones del siguiente post-it. Está en el televisor”.


Tus pasos ansiosos, nervioso, te dirigen hacia el televisor, (¿que dirá?), piensas.


Por fin llegas hasta el televisor, (¿que dirá?).

Sigue hasta el final del pasillo”.


(Que cabrona), piensas, (Me estoy poniendo cachondo solo de pensar que pasara ahora).


La nota del final del pasillo dice:

Coge el juguete de la niña y tráeselo a la cama", con una flecha indica una caja no muy grande que hay en ese rincón.


Dentro de la caja, un consolador negro y un nuevo post-it.

Dirígete a la habitación de matrimonio”.


Cada vez mas nervioso, cada vez más impaciente. Te diriges con paso firme y te encuentras la puerta cerrada, y otro post-it.

"Desnúdate y entra".


(Que habrá detrás de la puerta), piensas, mientras te apresuras a quitarte los zapatos y el uniforme.


Entras.


Te encuentras una habitación casi a oscuras, tenuemente iluminada con unas velas, y allí estoy, de rodillas sobre la cama. Vestida con una minifalda a cuadros de colegiala, una camisa blanca que había en tu armario, semi-abierta, anudada, insinuando la redondez de mis pechos y mostrando la oscuridad y la marca de mis pezones, el pelo recogido en dos coletas, unas calcetas blancas hasta las rodillas.


Te miro mientras chupo una piruleta con cara de zorrita:

- “Dame mi chupa-chups.....”, te susurro.



Solo

La jornada había sido larga y agotadora. Demasiadas horas trabajando, demasiado tiempo de pie, demasiado tiempo pensando en como hacer que las horas pasaran más rápido. La doble jornada laboral irremediablemente había llegado a su fin.


Camino de casa pensé por un momento en algo parecido a una cena, pero descarté la idea, no me apetecía más que cama, aunque sólo de dormir. Con la tranquilidad propia del que se sabe cansado, me desnudé y me tumbé sobre la cama. El sueño no tardó en vencer a mis ojos y antes de lo pensado me dejé llevar por los cantos de Morfeo.


Algo agita mi calma. En mitad de la somnolencia puedo apreciar primero un ruido, algo parecido a una puerta que se cierra. Luego unos pasos ligeros y suaves. Ropa que cae al suelo.


Siento algo cálido que se sitúa junto a mí. Puedo notar como la temperatura de mi piel va aumentando en un intento de adecuar la calidez de mi dermis. Una cálida sensación acaricia mi pecho, recorriendo mi vientre, dibujando formas caprichosas en mi pubis y por fin se apodera de mi sexo, iniciando una suave masturbación.


Acierto a abrir los ojos y allí está ella, frente a mí.


Sus ojos me hablan de travesuras. Mi mundo se apacigua, mi sexo se despierta por sus sabias caricias y mi mente empieza a pensar en cómo proporcionarle el placer que tanto desea. Se acerca a mi oído y me susurra que esta vez es solo para mí, que está allí solo para hacerme gozar, para verme disfrutar.


Me besa con pasión pero con tranquilidad, su cuerpo se funde con el mío, noto cada una de sus curvas, cada recodo de su ser, cada poro de su piel. Su pecho reposa sobre el mío. Sus pezones inhiestos marcan la piel de mi torso. Sus piernas aprisionan mi sexo y le indican el camino hacia su sexo. La calidez de este abrazo hace que mi hombría se termine de despertar y siento como su excitación recorre la piel de mi sexo. Se incorpora un poco y sabiamente sus caderas colocan mi glande en la entrada de su coñito, húmedo y receptivo.


Se deja caer un poco y comienzo a entrar en ella, no puedo hacer nada por evitarlo, por hacerlo de otra manera, yo sólo soy un invitado a esta fiesta, ella se encarga de todo. Voy enterrándome en ella al tiempo que el placer de esa caricia íntima hace que mis sensaciones aumenten, las amplifica, ella sabe muy bien como hacerlo, como tenerme sometido, anhelante y deseoso de sentirla.


La lubricada suavidad de su interior envuelve mi ariete, apenas puedo contener un gemido al notar como nuestros pubis chocan. Intento hablar pero un dedo en mis labios me ordena que no lo haga, no necesita decirlo dos veces, solo quiero complacerla. Comienza un ligero contoneo de sus caderas que amplifica la impresión de profundidad de nuestro acoplamiento.


Mi ser deja de pertenecerme, nunca ha sido mío, pero esa falsa impresión desaparece cuando se acuesta sobre mi pecho y me besa, sus piernas se cierran y aprovechan esa posición para seguir contoneándose sobre mi vientre, trasmitiendo a mi mente, al centro del placer de mi ser, un roce que invoca mis mas bajos instintos.


La beso, la abrazo, mis brazos intentan desesperadamente asimilarla a mi propio cuerpo. Las oleadas de placer que su movimiento transmite se intensifican, respiro trabajosamente, gimo casi en silencio, me muerdo los labios, mis manos se crispan sobre su espalda, mi pelvis se lanza en un vaivén acompasado con sus movimientos buscando mas profundidad en nuestro escarceo.


Mi cuerpo se tensa, mi espalda se arquea ligeramente y así consigo entrar un poco más en ella. Ella acelera su cintura. Mi sexo se hincha. Sus gemidos caen directamente a mi garganta al ritmo que nuestras lenguas se entrelazan en otro abrazo que hace que estemos aun más unidos.

Se incorpora sin dejarme salir de ella, me cabalga sin pausa, sin piedad, sabe a donde me lleva este tratamiento y no frena lo mas mínimo.


Puedo ver su cabeza mirando al cielo. Por sus gemidos me imagino su labio inferior pálido por la fuerza que aplica en mordérselo, sus ojos cerrados para aumentar el placer de las sacudidas que su sexo derrama directamente en su cerebro. Sus uñas se clavan en mi pecho. Dolor, placer, dolor, placer, las sensaciones que me provocan son extrañas. No consigo decidirme, no quiero dejar de sentirlo todo.

Las convulsiones de mi cintura son el signo inequívoco de cuanto está por acontecer. No puedo mas, mi resistencia está al limite, mi aguante esta sobrepasado, estoy derrotado y vencido esperando el golpe de gracia de mi amante.


Gimo, grito.

- “Dámelo”, es todo cuanto dice.


Es todo cuanto puedo hacer. Me despeño por un precipicio, caigo sin remisión por un tobogán que acelera mi corazón, que emponzoña mi mente. Mi cuerpo me abandona y todo lo que queda es la sensación de vaciarme dentro de ella.


Siento como me bombeo a su interior, llenándola de mí, de la esencia de lo que soy, de lo que quiero, de lo que siempre seré. Mi cuerpo tiembla, mi pelvis ayuda con sus contracciones a depositarme en lo más profundo de su ser. Noto por sus movimientos que el momento es mutuo. Aprecio como su vagina se contrae espasmódicamente sobre mi sexo, siento como su cuerpo degusta el placer, obligándola a ensartarse un poco mas, a sentirse mas llena de mí.


Tiembla al mismo ritmo que yo, su cuerpo se tensa sobre el mío, sus piernas se aferran a mi cintura, su pecho parece un potro desbocado, pero esta en silencio, interioriza cada uno de sus gemidos que apenas se escuchan como un eco lejano.


Me despierto.


Estoy solo. Mi frente perlada de sudor. Mi pecho agitado intentando conseguir el aire que mi cuerpo solicita. Mi sexo aun henchido esta aprisionado por mano y mi vientre manchado de mi esperma.

Contra un arbol. Parte 2. Eowyn

Continuaron su excitante y divertido viaje hacia el sur.


Ella sentía la necesidad de dejarle claro que quería más, que sería un día muy largo, caluroso, excitante y placentero.


A él le invadía una sensación extraña. No tenía miedo de ella, pero nunca la había visto tan dispuesta a satisfacer todos sus deseos sexuales. Menos aun se esperó la devoción con la que ella se inclinó sobre su regazo, no solo por la determinación, sino también por la intensidad y la profundidad con la que succionaba su falo, nuevamente empalmado ante sus caricias bucales.


No había donde pararse y ella no tenia la mas mínima intención de permitírselo. Quería que con cada golpe de su glande contra su campanilla, él pisara a fondo el acelerador.


De pronto, paró. Observó la zona por la que transitaban y afirmó:

- “Toma ese desvío de la izquierda, ahí donde dice Las Hayas”.


Como siempre, él obedeció. Hasta ahora había resultado ser una buena decisión.


Llegaron a una zona aislada y ella le pidió que detuviera el coche. No había reparado en que era un cementerio.

- “Baja y ven conmigo”, le indicó ella, “No creo que te arrepientas”.


El sonrió picaramente, pero la empujó contra la puerta del coche. Deseaba deleitarse con el sabor de sus labios, sentir sus manos agarrándole fuerte por las caderas. Pero ella anhelaba otra vista y se zafó de su abrazo gracílmente.


Caminaron unos 5 minutos. De repente se encontraban en mitad de un prado con flores y en el horizonte se podían divisar dos montañas emergiendo de un manto de nubes.


Ella puso dos mantas en el suelo. En una, algo de comida, en la otra, solo un bote de nata montada y otro de sirope de chocolate.

- “¿Quieres comenzar a comer tu o empiezo yo?”, inquirió mientras los dedos de su mano derecha correteaban distraídos por su seno.


Entonces por fin se decidió a actuar, no estaba dispuesto a comer sin su entrante. La acercó hacia él, la tiró sobre la manta y violentamente le arrancó sus braguitas. Vació el bote de nata contra su sexo, embadurnando sus labios mayores y menores, llenado también su vagina por completo de fría crema montada. Un escalofrío recorrió la espalda de ella al sentir su cueva inundada de aquella fría mousse. Se aplicó entonces a devorar, a lamer, chupar y recoger con su lengua hasta la ultima gota de nata de su entrepierna. La excitación de ella era palpable en la tensión de sus muslos y sus gemidos de placer. Cuando sintió que ella estaba a punto de correrse, él paró. Quería hacerle sentir lo mismo que ella le había hecho sentir en el coche.


Y así la tuvo un rato, hasta que su vagina quedo brillante, limpia y con sus labios hinchados por el placer, sus jugos y la saliva de él. Derramó entonces el sirope de chocolate sobre sus pezones y los devoro con ansia, con gula. Mientras chupaba, glotonamente, sus aureolas empezó a masturbarla con dos dedos, cada vez mas rápido, cada vez mas fuerte, mas profundo, hasta que ella, chillando a los cuatro vientos, le regaló un orgasmo salvaje y potente, transmitido a su sexo en una oleada de jugos que escapaban de su vagina con un chapoteo provocado por las ultimas penetraciones de sus dedos.


Comieron entonces. Pero ella no se quedaría sin su postre. La excitación del momento originó que él rompiera su vestido. Ella no se detuvo e inclinándose sobre él, se ensartó en su pene. Cabalgó sobre su sexo repetidas e incontables veces. Alternando el ritmo, ya fuera lento o rápido, profundo o solo su glande, disfrutó de su sexo a su antojo y se movió sobre su miembro hasta sentir su esperma salir a borbotones, pintando el interior de su sexo y provocandole con la calidez de su corrida, un nuevo orgasmo que contrajo cada musculo de su cuerpo, quemó cada terminación nerviosa de su sexo y liberó su mente del deseo carnal que la había atenazado tanto tiempo.


Recogieron y volvieron hasta el vehículo. El rostro de ella no podía disimular el nerviosismo por tener su vestido roto. Solo pudo relajarse cuando él le susurró.

- No será necesario que vuelvas a usarlo”.



Contra un arbol. Parte 1. Eowyn

De nuevo, una nueva colaboración se asoma a mi blog. En este caso nuestra amiga Eowyn nos deleita con este nuevo relato.


Espero que lo disfruteis tanto como lo hice yo.


Yo no sé de relatos. No me gusta mucho leer y mucho menos escribir, pero bueno, esto es solo un poco de lo que pasa por mi mente.


Él la tentó. Le pidió compañía, un día solos, al calor del sur. Ella aceptó, no podía negarse, deseaba algo más, solo que aun no sabia que era eso que deseaba.


Iniciaron su viaje, por delante 52 km de carretera, muchos miradores, paisajes increíbles y mucho, pero muchísimo monte. Ahí empezó a fluir su imaginación, menos mal que iba preparada. Mientras él conducía, ella le tentaba, le tocaba, guiaba la mano con la que él sujetaba la palanca de cambios, hasta la cálida humedad de su entrepierna. Sabia que él no iba a resistirse.


Sus dedos intentaban desnudar su sexo. Ella inició la maniobra descorriendo su cremallera, introduciendo su mano por el orificio y aprovechando la oportunidad de tocar su erecto, duro y, sobretodo, excitado pene.

- “Desviate aquí a la derecha. Esta zona se llama Contadero, por aquí se suele ir hasta el valle, aunque no nos dirigimos allí. Ahora sígueme", dijo ella, sabiendo que él obedecería sin ningún reparo.


Entraron en un sendero sinuoso y frondoso. Pronto lo abandonaron. Él no sabia donde estaba, pero la sensación de riesgo que ella le suscitaba, le gustaba.


Salieron del coche y avanzaron entre los árboles. Ella aceleró el paso y durante unos instantes él la perdió de vista.


Cuando la alcanzó, estaba de pie, desnuda, delante de un gran árbol jugueteando distraídamente con una cuerda. Se inclinó sobre su pene, como si le hiciera una reverencia y empezó a lamerlo.


Como si estuviera poseída se entregó a chuparlo, a devorarlo, hasta que por sorpresa, se lo encestó en su garganta. Él no pudo soportar aquella caricia y gritando como un animal salvaje, se corrió contra su garganta. Los espasmos de sus caderas coincidían con cada nuevo borbotón de ardiente esperma, que descargaba directamente contra su faringe.


Cuando él comenzó a recuperarse, ella se aplicó a succionar su falo, semiflaccido, provocando la salida de las últimas gotas de semen.


De pronto le miró, tentandole.

- “Átame al árbol y entra dentro mía hasta el final”, le ordenó.


Así lo hizo. La amarró al árbol, desnuda, doblada sobre su estomago. Con sus piernas separadas, podía ver la excitación de ella en los brillos de su coñito. Se pegó a ella y mientras repasaba sus pechos ansiosamente, a manos llenas, empezó a ensartarla.


Cada vez pedía mas. Sus gemidos, su respiración, cada gota de sudor que recorría su piel, pedía mas. Fue cuando él se agarró con fuerza a sus muslos y de un solo golpe se descargó en ese orgasmo tan ansiado, llenando el interior de su sexo con una nueva descarga de esencia masculina. Mientras ella, tensando las cuerdas que sujetaban sus muñecas, se dejaba ir en un clímax profundo e intenso que licuaba su vagina.


Tras desatarla, ella le guió de vuelta al coche:

- “Quítate los pantalones, el viaje acaba de empezar”, le ordenó de nuevo, al oido.




Y por fin volvio

Y por fin, volvió.


Por fin, llegó ese día que anhelaba con ansia. Con su respiración acelerada, sabiendo que lo que la esperaba tras aquella puerta, la haría pedir más.


Aun se preguntaba como era posible que su voz la hiciera vibrar, como su imaginación la desbordaba y como él había sabido justamente que puntos debía tocar para llegar hasta su interior sin que ella pudiese resistirse.


Se dirige directa a su puerta.


Sabe lo que quiere. Sabe que si se lo pide, el lo hará.


Pero antes de poder tocar a la puerta, por sorpresa, él la abre, la coge por el brazo, tira de ella hacia dentro y cierra la puerta con tal decisión, que hace temblar el tabique.


Antes de que ella pueda reaccionar, los labios de él ya están sobre los suyos. Sus manos la empujan por el culo contra el bulto que su sexo erecto, marca en los pantalones. Quiere zafarse de él. Quiere desnudarle. Quiere hacerlo tan pronto como él se decida a desabrocharle el sostén.


¡Ahí va!. Él quiere controlar toda la situación, le encanta verla excitada.


Ella sabe, que en su anhelo por recibir una buena clavada, se dejará guiar y, a medida que crecen sus jadeos se olvida de todo. Él sabe que la tiene, que la posee, que es suya, pero aun así quiere dejárselo claro.


Él empieza a recorrer su cuerpo con los dedos, muy despacio, apenas rozándola con las yemas. El silbido de aprobación que deja escapar al quitarle las braguitas y comprobar que esta completamente mojada, bien humedecida, es toda una declaración de intenciones y hace aumentar en Violet la excitación.


Es hora de jugar.


Trae un poco de cera caliente y eso la provoca aun mas. Mientras recorre su cuerpo dulcemente con la punta de sus dedos, deja caer unas gotitas de cera en su piel. Las sensaciones se agolpan en la mente de Violet. El placer del roce de sus dedos, la súbita quemazón del contacto con la cera ardiente, el placer de la entrega voluntaria, la convicción de su dedicación a ella, hacen a Violet estar cada vez mas mojada, mas caliente, mas cachonda.


De repente, él hunde la mano entre sus piernas. Se dedica a jugar con su clítoris. Consigue transformar sus jadeos de gusto en gemidos de placer y cuando la penetra con dos dedos, en chillidos de gozo.


Esta lista. Lo esta deseando. Y él lo sabe.


La coloca sobre el sofá. Separa sus piernas con calma, lo hace todo a cámara lenta. Aumentando su excitación con esa parsimonia. Multiplicando su excitación al hacerlo todo con aquella lentitud. Desquiciando su mente por la urgencia del deseo.


Coloca sus piernas encima de los hombros de él. La coge por la muñecas.

- “Mírame, Violet”, dice él, tan tranquilo.


Y de un solo golpe, brutal y violento, la penetra tan fuerte que no puede evitar correrse. Un clímax que la hace verter todo su gozo sobre su polla, quedando inundada por sus fluidos.


Pero no es mas que el principio.


Ella le pide mas, sabe que a él le gusta jugar. La va a tentar, la va a provocar, la va a excitar y calentar hasta volverla loca. Haciéndole desear que se la clave hasta el fondo, desear que le parta el coñito de un pollazo.


En ese preciso momento, sin poder evitarlo, Violet se incorpora sobre él. Necesita cabalgarlo, hacerlo suyo, sentirlo dentro de ella, saber que también ella lo maneja. Él esta ahí y ella no lo dejará ir. Quiere montarlo hasta que se corra en su canal, hasta que se derrame dentro de ella, hasta sentir como la toma, entregándose a la vez.


Pero es tan viciosilla, que no puede evitarlo. Le pide que le abra el culo. Lo quiere todo y lo quiere ya.


Esta a punto. Lo siente perforando su culazo, dilatando su ano, torturando su esfinter y haciendo que su orgasmo, continuo desde que la penetrara, este a punto de estallar en un ultimo éxtasis, un orgasmo que Violet intuye salvaje y rompedor.


Esta a punto, se va a correr y entonces...


¡PAAMM!.


Él descarga una nalgada violenta y sonora contra su nalga, ella grita de placer. Su cuerpo, espasmódico, tiembla de gusto y mientras su orgasmo abrasa su espalda, su nuca y su espíritu, el se vacía en su ano.

- “Tómala Violet, es toda tuya. Toda mi leche es para ti”, chilla él mientras sus dedos se clavan en sus caderas y su polla escupe a borbotones su hombría en su interior.