Bienvenida

¿QUE ES “Los bajos fondos de Mordor”?

Sintiéndolo mucho por la extensa legión de seguidores de Tolkien (entre los cuales me incluyo) no tiene nada que ver con la Tierra Media, ni con las leyendas élficas, ni de ninguna otra raza. Para mí son todas aquellas actitudes que secretamente muchísimos de nosotros tenemos guardadas dentro.

Esos deseos “oscuros” que jamás contamos a nuestros amigos, esos anhelos “extraños” que no podemos dejar salir por el miedo al que dirán, todas aquellas cosas que nos gustaría hacer pero que nunca llevaremos a cabo por que las personas “normales” jamás las hacen. El objetivo de este blog es intentar sacar a relucir todos esos pensamientos, comentarlos, mejorarlos y quien sabe, a lo mejor así ver que no somos tan “raros”.

Por todo lo anteriormente expuesto os pido vuestra colaboración y vuestra ayuda, a través de vuestra lectura, vuestros comentarios, vuestras aportaciones, si os apetece.

Al mismo tiempo aprovechar estas pocas líneas para agradeceros el tiempo y el esfuerzo que ello os pueda suponer, sabiendo siempre que cualquier colaboración, por pequeña e insignificante que pueda parecer, puede ser la clave para encontrar ese atisbo de normalidad que todos buscamos en lo que hacemos y deseamos para que nuestra vida y nuestra mente estén a gusto con ello.


Una y mil veces gracias.

Los bajos fondos de Mordor 2.0

LOS BAJOS FONDOS DE MORDOR 2.0

¿Que significa esto?

Pues es bastante sencillo. Quiero creer que es una mejora del estilo del blog, de los relatos en sí, de mi manera de expresarme y de mi deseo de una mayor calidad de todo el conjunto.

¿Son nuevos los relatos?

No. Básicamente son los mismos relatos pero, según mi modesta opinión, más evolucionados. Hace ya más de 4 años que tengo este blog, 4 años de experiencia, que en virtud de las creencias populares, mejoran al escritor tanto como al escrito. He cambiado algunas formulas, algunas palabras y detalles pues las circunstancias personales afectan a lo que se escribe y he intentado hacer éstos, mis relatos, más intemporales, más genéricos.

¿Los comentarios que hicimos a los anteriores relatos?

Los he guardado para mí. Al ser nuevos relatos, me ha parecido lo mas adecuado. Agradeceré enormemente cualquier nuevo comentario que podáis aportar a este blog.

¿Las colaboraciones también han cambiado?

He enviado a los colaboradores que colgaron sus relatos en mi blog, una propuesta de modificación. Puede que alguno cambie, pero no dependerá de mi, sino de su autor.


Espero que con estas 4 sencillas preguntas y respuestas haya aclarado la nueva versión del blog que encontrareis a continuación.


Un saludo a todos y espero veros pronto por estas paginas.


Y ademas, lo grabaremos

Por fin había llegado el día. Después de una semana esperando por ella, hoy iba a poder darle todo cuanto tenia para ella. Había sido muy concreta en su petición y eso me encantó al punto de no plantearme el mas mínimo cambio en su deseo. Bueno, alguno si.


Cuando llegó a casa, me senté con Victoria a tomar algo. Charlamos mientras mis manos recorrían sus piernas, presionando ligeramente aquí y allá, como distraídas, pero con toda la intención del mundo.


Cuando terminamos la bebida nos lanzamos a devorarnos a besos. Mi ropa voló por el salón. Apenas pude contener sus ansias el tiempo suficiente para coger la cámara.

- “Hoy lo vamos a grabar, Victoria, así que déjame bien seco”, le pedí.


De rodillas sobre el sofá, Victoria se aplicó a devorarme la polla. Se cogía a ella con ansia, su cara dibujaba una expresión de lujuria y gula que incendiaba aun mas mi deseo y hacia vibrar mi sexo. Sus labios rozaban mi glande y sentía su aliento y la humedad cálida de su saliva en él. Con calma fue tragándose todo mi miembro hasta que su naricita chocó con mi pubis. Completamente hundido en su boca, sentía la punta de mi sexo rozando su campanilla. No podía evitar, ni quería evitarlo, apoyé mi mano en su nuca y empujé contra mi. Un gemido ahogado por la rotundidad de mi sexo se escapó de su garganta.


Enfoqué la cámara sobre la imagen de sus labios recorriendo el talle de mi pene. Subiendo y bajando por él. Descubriendo la tensa piel de mi sexo, impregnada y brillante por su saliva, para hacerla luego desaparecer dentro de su boca.


Aceleró poco a poco el ritmo de su felación. Hasta que mi orgasmo anunció su llegada con un gemido gutural.

- “Victoria, me corro, me corro. Te voy a llenar la boca con mi leche”, avisé.

Me enganché a su pelo y tiré de él para clavarme, aun mas, en su garganta y derramarme en ella. Los borbotones de esperma se dispararon desde mis testículos hasta su campanilla, donde impactaron violentos y untosos. Con glotonería y como si de un batido de chocolate se tratara, Victoria, engulló y tragó mi esencia de macho y se incorporó mirando fijamente a la lente de la cámara. Traviesamente se relamió con mucha calma. Como una autentica viciosilla, mostraba su boca, aun blanquecina de mi semen, y su lengua, manchada con él.

- “Tragatelo, es todo para ti”, le dije.


Sonrío, picaramente. Y con una parsimonia incendiaria, se lo tragó todo. Rebañando con su lengua el resto y volviendo a tragar. Cuando se convenció de que había terminado con su postre, me mostró su cavidad bucal, abriendo la boca completamente y sacando la lengua, limpias de cualquier rastro de mi esperma.


Dejé la cámara en pausa y la incorporé. Nos fundimos en un beso frenético, salvaje, completo. Mi mano se deslizaba por su costado, marcaba el camino de su pubis y por fin se coló por debajo de la ropa interior. Su sexo apareció húmedo y ardiente al roce con la yema de mis dedos y su cuerpo reaccionó con un ligero temblor y un gemido derramado en mi boca directamente. Sus caderas comenzaron a moverse rítmicamente al son que marcaban mis dedos sobre su botoncito, inflamado por la excitación y por la estimulación directa.


Su respiración se entrecortó, sus labios temblaban al contacto con los míos, su cuerpo se entregó a disfrutar de un orgasmo ansiado y buscado, querido y anhelado. Su entrepierna se encharcó con sus fluidos al tiempo que sus dedos se clavaban en mi espalda, pegándose aun mas a mi y cerrando sus piernas, atrapando entre ellas mi mano y lanzando sus caderas en un vaivén frenético sobre mis dedos que terminaron de destrabar su éxtasis.

- “Como me pones, que ganas de tenerte dentro”, susurró en mi oido.


Me levanté del sofá y coloqué en la mesa la cámara con su trípode, la apunté hacia el sofá y le ordené mientras accionaba el botón de grabado.

- “Desnúdate, que vas a clavártela hasta la garganta”.


Mientras me colocaba de nuevo en el sofá, Victoria se deshizo de toda su ropa. Estaba parada delante mía y pude apreciar su excitación en la oscuridad de sus aureolas.

- “Cabalgame. Colócate encima mía y déjate caer sobre mi polla. Quiero que te la claves hasta las pelotas”, le dije perversamente, mientras mordía mis labios presa del deseo de partirle el coñito de un buen pollazo.


Se colocó a horcajadas sobre mi. Mirándome a los ojos fijamente, apuntó mi polla en la entrada de su vagina y cerrando sus ojos, se dejó caer sobre ella súbitamente. La sensación de sentir su cuerpo abrirse al contacto con mi polla, esa sensación de sentir la humedad de su sexo escurriendo por la piel de mi pene, mojando mi escroto y pubis, quedó plasmado en aquel gemido de placer que derramé contra su pecho. Ella respondió con otro gemido de placer. Un gemido que iba aumentando de intensidad a medida que aumentaba la cantidad de hombría que entraba en ella. Por fin se la hundió por completo. Se detuvo durante unos momentos sentada sobre mi regazo, sintiendo la totalidad de mi sexo dentro de ella, disfrutando de la sensación de estar colmada, de estar rellena, de estar plenamente ocupada por mi pene.


Tenerla allí empalada, notando los pequeños temblores que las paredes de su vagina transmitían a la dura extensión de mi talle, hacia que mis ganas de poseerla fueran mas allá.


Busqué sus pezones con mi dientes, los mordí, los lamí, los chupé con ansia y desesperación. Sus manos presionaban mi cabeza contra su torso, buscando mas intensidad, mas caricias, mas placer. Subí por su pecho hasta llegar al cuello y allí mis dientes se clavaron en su blanca y tibia piel. Sus músculos cervicales se contrajeron aprisionando mi cara. Mordí con mas fuerza aun. Gimió de placer, mientras sus caderas comenzaban a moverse en un vaivén hacia delante y hacia atrás. Cuando me separé de ella, la huella de mis dientes se apreciaba nitidamente en su epidermis. Sonrío maliciosamente. Con mucha delicadeza lamí la extensión de la marca. Victoria murmullaba con placer algo ininteligible.


Mis manos se apoderaron entonces de sus glúteos, y la ayudé, marcando el ritmo de la cabalgada, empujándola hacia mi.


Fui aumentando la velocidad del movimiento conforme sus gemidos iban transformándose en gritos. Estaba a punto de correrse de nuevo. Quería que se corriera de nuevo. Así que asiéndome fuertemente a sus glúteos la lancé en un frenesí de galopada. Cuando comenzó a chillar bestialmente, sentí su sexo licuarse en un nuevo clímax. Aproveché para darle un par de golpes de pelvis, que consiguieron que abriera sus ojos, incrédula de que aun pudiera entrar en ella un poco mas y rozar el fondo de su cueva. Una sensación indescriptible de dolor y placer que la obligó a clavarme los dientes en el hombro derecho al tiempo que descargaba parte de la intensidad de su placer en un alarido.

- “Date la vuelta, pequeña, quiero ver ese culazo botando sobre mi estaca y quiero azotartelo mientras te corres”, ordené satiramente, disfrutando del tono de mis palabras y de su mirada de placer al oírme decírselo.


Dificultosamente se incorporó dejando escapar mi sexo de su cavidad. Apareció ante mi, mi polla, brillante por sus jugos, apuntando al techo del salón y hasta mi nariz llegó el aroma de su sexo. Me embriagaba. Me excitaba.


De nuevo se dejó caer sobre mi polla y esta vez se apoyó en mis rodillas. Se incorporó hacia delante, regalándome una panorámica perfecta de su coñito, dilatado para albergar el grosor de mi pene, enrojecido por la excitación y el placer y resplandeciente por la cantidad de flujo vaginal que lubricaba sus labios mayores. Comenzó entonces a cabalgarme. Esta vez subía y bajaba por mi ariete, trepando lentamente para dejarse caer con fuerza sobre él. El chapoteo que me devolvía su coño incendiaba mi animo y una nalgada restañó en el salón, violenta e inesperada. Su reacción fue inmediata, un alarido de placer.

- “Massssssssssss”, me exigió lujuriosa.


No tardé en complacerla y la marca de mi mano derecha empezó a aparecer sobre sus glúteos, marcando perfectamente el contorno de mi mano y mis dedos. Las nalgadas reverberaban por el salón, confundiéndose con los alaridos de placer y las imprecaciones e insultos que me regalaba, retándome.

- “Mas fuerte, cabrón, dame mas fuerte, quiero acordarme de ti cuando me siente”.


No tardó de nuevo en chillar que se corría otra vez, y con una serie de espasmos nerviosos e involuntarios, se dejó ir de nuevo sobre mi polla. Que delicia sentir como su pozo se llenaba de jugos, como la humedad de su entrepierna aumentaba e inundaba mi entrepierna, mi pubis, mis testículos, goteando por entre mis piernas hasta el sofá.


Su cuerpo se tensó y una serie de estertores incontrolables recorrieron su espalda, haciendo que se moviera sobre mi polla, aumentando aun mas las sensaciones de su descarga.


Cuando su cuerpo se recuperó del éxtasis, cuando su respiración comenzó a volverse mas rítmica y de nuevo sus caderas comenzaban a moverse.

- “Túmbate en el sillón, que te voy a follar bien follada. Justo como te lo mereces”, le indiqué al tiempo que marcaba sobre su espalda con mis uñas seis trazos rojos desde sus hombros hasta el nacimiento de sus nalgas.


Obediente, se tumbó a mi lado y cogiéndose por las rodillas se ofrecía, completamente abierta a mi. Que visión, tumbada en el sofá, con sus tetas bamboleándose al ritmo de su respiración, con su hendidura abierta y expuesta, y con esa mirada de viciosa asomando entre sus pechos.


Coloqué sus piernas en mis hombros, dirigí mi polla a su agujero, dejando solo introducido en ella un par de milímetros de mi glande. Su cuerpo se movía expectante buscando mas cantidad de polla, como una viciosa hambrienta de que la taladren duramente. Cogí sus muñecas y sujetándolas contra el sillón y mirándola directamente a los ojos, le descargue el golpe mas violento de caderas posible.


Se quejó de dolor, esta vez se la había clavado hasta el fondo de verdad. Golpeando con ganas el fondo de su sexo, se retrajo momentáneamente por la sorpresa y por la sensación de estar rompiéndose por dentro, pero sin solución de continuidad me lancé a penetrarla con fuerza y rapidez.


Comenzó otra vez a gritar, a chillar, a querer librarse de la tenazas de mis dedos en sus muñecas. Intentaba expulsarme de ella empujándome con sus piernas, pero entre la postura favorable para mi, mi peso y la presa que hacia en sus muñecas sus intentos solo conseguían que me clavara en ella con mas intensidad, con mas placer y así en unos pocos empujones estaba a punto de descargar una nueva andanada de espesa esencia en su interior.

- “Y ahora te voy a llenar el coño. Quiero ver como te chorrea mi leche y quiero grabarlo, para poder ver cada vez que me apetezca lo zorra que eres Victoria”, la espeté autoritario.


No se hicieron esperar mucho la consecuencias deseadas y me chilló que otra vez se venia, que se venia conmigo, que quería acabar al mismo tiempo que yo.


Aumenté la velocidad de mis acometidas y cuando sentí por fin que me disparaba, me clavé de nuevo hasta el fondo de su sexo.


Nos corrimos los dos gritando, aullando, resoplando como animales salvajes enzarzados en una lucha de poder. No importaba quien ganase, no importaba quien perdiese, solo importaba el placer, el gozo, el éxtasis que nos hacia entregarnos, ella mojándome, encharcándose y yo vaciándome en su interior, contra el fondo de su sexo. Mi lechada blanca y grumosa golpeaba su interior aumentando las sensaciones de su propio goce y por las contracciones de su sexo del mio propio.

- “No te muevas Victoria, quiero grabar como mi leche chorrea de tu coñito”, le dije mientras aprovechando el momento en que mi miembro resbalaba fuera de su chocho, me acerqué hasta la cámara y la recogí, enfocando su sexo, rojo, húmedo y lleno de mi simiente.


Un pequeño rio blanquecino comenzó a correr por sus labios mayores, guiando su camino hacia el ano. No pude contenerme y ansioso, absorbí mi corrida, mezclada con sus flujos. Que extraña y placentera sensación.

- “Damela cabrón, dame tu leche calentita, déjame que me la beba, escupemela en la boca”, me imploró.


La idea me atraía. Me excitaba saber que era una tragona golosa, me excitaba saber que disfrutaba de mi sabor. Recogí, ayudado por mi lengua, toda mi corrida, limpiando su vulva de mi esperma y sus flujos. Coloqué de nuevo el trípode, enfocando esta vez solo su boca, abierta, su lengua voraz buscando mi regalo y cogiéndome a su cara me separé lo suficiente de ella como para poder observar como la primera gota de ese mejunje que era mi semen, sus jugos y mi saliva, se dejaba resbalar de mi boca y caía a plomo sobre su garganta.


Gimió, al sentir como el liquido de nuestro placer golpeaba su campanilla.


Dejando una buena ración de cóctel escurrir entre mis labios y jugando con ese goteron, lo escupí sobre su labio superior. Impaciente y sedienta recogía con su lengua y con su dedo hasta la ultima parte de engrudo, engullendolo. La ultima parte se la escupí directamente a la garganta. Con autentico placer sádico, esputé el resto de nuestras corridas en el fondo de su boca.


Cuando terminó de degustar mi regalo, me dejé caer a su lado. Puse de nuevo la cámara en pausa y paseé mi mano, distraída por su muslo. Nuestras respiraciones fueron calmándose al tiempo que nuestros cuerpos, cálidos por el esfuerzo y por las descargas de placer obtenidas, se juntaban el uno al otro para disfrutar del placer de ese calorcito añadido al nuestro.


Nos besamos con dulzura, con calma y por fin con mimo. Sonreímos, nos miramos con agradecimiento, teníamos esa expresión de dulce satisfacción que se queda plasmada en la cara después de una buena corrida.

- “Dentro de un rato, te voy a llevar a la cama, te voy a comer ese coñito tan rico que tienes hasta que te corras. Te voy a follar con mi lengua hasta que te corras. Te voy a chupar el clítoris mientras te follo con dos dedos hasta que te corras. Te voy a masturbar con tres dedos hasta que te corras. Te voy a meter toda la mano y follarte con ella hasta que este corras. Te voy a penetrar de lado y follarte y masturbarte el clítoris hasta que te corras. Voy a ponerte a cuatro patas y te voy a taladrar ese coñito de viciosa que tienes, hasta que te corras. Después seguiré un poco mas pero con mi dedo pulgar hundido en tu culito hasta que te corras. Te acostare boca arriba y te lo haré al misionero, mientras los dedos de mi mano derecha destrozan tu clítoris, mis dientes se encargan de tu pezón izquierdo y los dedos de mi mano izquierda pellizcan tu pezón derecho, hasta que te corras. Y entonces, te la voy a sacar y me voy a correr sobre tus tetas para poder disfrutar del espectáculo de ver como te las devoras para tragarte hasta la ultima gota de mi leche”, le susurré al oido, tomándome mis pausas para cada corrida, “Y lo vamos a hacer viendo este vídeo, para que veas lo zorra que eres, lo mucho que me pone y ademas lo grabaremos para que veas lo puta que puedes llegar a ser”. 

Me miro en el espejo

Todo cuanto mis ojos observan no son más que las cicatrices de la batalla que acabo de librar. Una batalla física, dura, sin ganador ni vencido, pero con un montón de heridas, algunas moradas, algunas rojas, algunas aun sangrantes y otras solo con el anuncio de la laceración.


Recorro con mi mano el mapa que dibujan, empezando por mis labios, inflamados y acorchados. Descendiendo por mi cuello, horadado de círculos carmesís. Continuando por mis hombros, marcados con la silueta de su dentadura. Bajando hasta mi pecho, arado de líneas rojas al final de las cuales se aprecia el nacimiento de una minúscula hemorragia. Recorriendo la línea de mi vientre, donde atisbo el reflejo de seis manchas coloradas. Y por fin recalando en mi pubis, mordisqueado.


No son más que los restos de cuanto ha sucedido. Testigos mudos, que cada vez que acaricio, reactivan la memoria física de cuanto ha ocurrido. Una memoria que vuelve a encender en mi el deseo, las ganas, la necesidad de otro enfrentamiento. Mi memoria me atenaza y me obliga a retroceder en el tiempo.


Me encuentro en la cama con ella. Sus besos están inflamando mi cuerpo, noto como asciende mi temperatura corporal. Desde mi bajo vientre una hoguera esta quemando mi piel, expandiendo su calor por mi interior, calentando mi sangre y mi mente.


Su cuerpo desnudo junto al mío no hace sino aumentar esta sensación de ardor.


Puedo sentir a través de los poros de mi piel como su cuerpo se va pegando al mío. Sus pezones marcándose en mi pecho, sus caderas moviéndose en busca de una caricia deseada y esperada, sus piernas abrazando mi cintura.


A través de mi pubis noto su calor interno, la humedad de su sexo que me atrae, deseo saborearlo, devorarlo, lamerlo, sentirlo en mi lengua. Pero su boca se esta ocupando de la mía. Sus dientes muerden mis labios sin compasión, a continuación su lengua calma el ardor que esto me produce.


Sabe hacer daño y sabe curar las heridas que produce.


Cada vez tengo más insensibles los labios, pero cuanto ellos no sienten yo puedo sentirlo a través de su fuerza, de su dentadura, de su lengua recorriendo el interior de mi boca.


Se arrastra por mi cuerpo, impregnando de rastros visibles y dolorosos cada rincón, hasta que engulle con su boca toda mi hombría. Su saliva moja mi piel, recorre mi sexo con su lengua, acaricia mi miembro, me excita con sus dientes al rozar mi piel. Juega conmigo, le encanta jugar conmigo. Juega a darme placer y dolor, pero no me duele. El dolor físico llega a través de mis nervios a mi cabeza convertido en un placer psíquico, mas dolor, mas placer.


Me besa de nuevo.


Su lengua recorre mi cuello, su respiración enfría el rastro de saliva que va dejando, mi piel se eriza, mi espalda se arquea, mi mundo se reduce a esta cama, a este encuentro, no hay mañana, no hay luego, sólo ahora. Por sorpresa aprisiona parte de mi piel entre sus labios, succiona, suelta, lo mira y sonríe. Repite. Sus dientes se clavan en mi hombro, puedo apreciar cada uno de sus blancos dientes hundiéndose en mi piel, mi carne se comprime entre sus fauces. Me esta devorando, me dejo masticar.


De un golpe estoy dentro de ella. Mi entrada brusca y placentera la obliga a apretar un poco más. Duele, pero excita. Mis músculos se contraen, mi deseo se expande, la penetro un poco mas. Un poco más profundo, un poco mas fuerte, quiero partirla por la mitad, quiero entrar totalmente en ella, quiero llenarla de mí, quiero ahogarme en ella.


Giramos, ahora estoy debajo de su cuerpo, sintiendo su peso, su cálida piel sobre la mía. Apoya sus manos en mi pecho y se incorpora, aun empalada en mí. Mi sexo esta completamente dentro de ella. Noto su pubis contra el mío, noto como su esencia moja mi entrepierna, su sexo esta ardiendo. Mis manos se aferran a sus hombros y la empujo contra mí. Sus uñas se clavan en mi pecho. Mi piel se rompe, un millón de agujas traspasan mi dermis y llegan hasta mi espalda. Me muevo rápido, deseo más, quiero más, necesito más. Su cuerpo se tensa, sus manos se aferran a mi vientre, sus piernas se cierran sobre mis caderas, tiembla, gime. Su cabeza se echa hacia atrás, un gemido sordo, profundo, contenido, sale de su garganta. La fuerza de su éxtasis se queda marcada en mi piel.


Rígida, tensada, entregada.


Giro una vez mas y queda de nuevo a mi merced. Yo marco el camino, yo dispongo de su placer, yo soy su dueño y a la vez su esclavo.


Continúo con mis bombeos, no deseo otra cosa que poseerla totalmente, hacerla mía, que chille mi nombre, que grite que es mía. Despierta del pequeño letargo de su clímax. Sus ojos me miran con una rabia indescriptible, sus manos llegan a mi espalda, marcan su territorio, me hacen empujar mas fuerte, me hacen entrar mas profundo. Marcan el ritmo, la fuerza, la presión, el tiempo.

Ella ordena con sus uñas perforando mi piel.


Al fin se acaba todo. Una descarga eléctrica recorre mi columna, tensando cada músculo, estimulando cada nervio, obligándome a sentir, a gritar, a dejarme ir. Mi corazón galopa, mis venas parecen a punto de estallar, mi mente se cierra, mi visión se apaga, me dejo ir.


Ella me posee.


Me vacío dentro de ella al tiempo que su sexo aprisiona el mío. Noto sus espasmos, sus contracciones, convulsiona en torno a cuanto de mí esta dentro de ella. Poco a poco siento un pequeño reguero de sudor recorriendo mi espalda, siguiendo su lento camino. Me paso la mano para secarme, no es sudor, su color rojizo me hace desearla aun más. La pruebo, su sabor salado me halaga.


No puedo entregar más de lo que soy y se lo he dado todo.





Empezamos otra vez. Colaboracion de Traviesa

Aquella noche él se sentó en el sillón para ver la película, mientras yo me eché junto a él. Nos cogimos de la mano, pero enseguida se quedó dormido. Al terminar la película me bajé del sillón y me quité la camiseta que llevaba puesta. No hice lo mismo con mis pantaloncitos ya que sabia que le gustaban, porque eran tan pequeños que se me veía la mitad de los cachetes.


Me arrodillé entre sus piernas y le bajé un poco el calzoncillo, lo único que llevaba puesto, sacando su miembro. Me entretuve en observarlo, inerte, encogido, diminuto. Aunque no por mucho tiempo. Me imagino que aquel ciclope carnoso debía de intuir algo ya que comenzaba a despertarse y a crecer en mi mano aunque él seguía durmiendo. No pude evitar relamerme por la posibilidad que se abría ante mí de disfrutar de la dureza de aquel falo, de su calidez en mi boca, de la suavidad de su piel en mis labios, de la tersura de su glande en mi lengua y de aquella golosina que tanto me gustaba. Sé que deben ser las feromonas, pero su olor y su sabor me encanta.


La boca se me hacía agua mientras cogía su pene con mi mano, acercando la cabeza de su glande y apoyandola en mis labios cerrados. Cuando sentí como latía en mis labios fue la punta de mi lengua la que salió al encuentro de aquella masa de carne, cada vez mas grande, mas hinchada, mas dura. La introduje en mi boca entera, lentamente, sintiendo cada vena, cada protuberancia de su tallo en mis labios, sintiendo como su miembro queria llegar hasta mi garganta, como llenaba mi boca y me obligaba a abrir cada vez mas mis mandibulas


Empecé a chuparla, despacito como a él le gusta. Me decidí a levantar la mirada, como él me obliga a hacer cada vez que me permite saborearlo y allí estaban sus ojos azules clavados en mí, ya se había despertado, su sonrisa socarrona no hacia sino aumentar mi deseo, mis ganas de devorarlo, de saborearlo, de tragarmelo. Mi boca acogía su hombría, que comenzaba a crecer. Yo introducía su miembro en mi boca, aspirando un poquito para hacer el vacío, notaba su glande contra el fondo de mi paladar. Él empezó a excitarse más y su polla comenzó a crecer dentro de mí, haciendo que cada vez fuera más difícil acogerle entero. Llevó sus manos a mi cabeza, empujándome hacia él, haciéndome sentirle en la garganta.

- “Chupala entera, dejala bien mojada de tu saliva”, me dijo, “Que te voy a follar ahora mismo”.


Así lo hice. Pasé mi lengua por toda su polla, llenandola de una abundante capa de saliva. No iba a ser necesaria, pues mi coñito estaba ya chorreante ante la perspectiva de un ataque suyo. Notaba como mis pantaloncitos empezaban a pegarse a mi sexo a causa de la humedad que este destilaba, preparandose para acogerle, para permitirle que entrara mejor.


Me quité los pantalones y me senté sobre él, de espaldas. Mientras él encaraba su glande hacia la entrada de mi coñito, yo me mantenía un poquito a pulso sobre los reposa-brazos. Quería hacerle desearlo igual que él me hacia a mí. Sentí su polla apoyada contra los labios de mi sexo, sentí sus temblores ante la acometida que se avecinaba, sentí como su cuerpo protestaba ante la demostración de autocontrol que estaba llevando a cabo, pues no queria perder ni una sola vez su papel de dominador.


En cuanto introduje un poco su enorme falo, me agarró por la cintura y tiró de mí, haciendo que yo misma me penetrara salvajemente. Un gemido placentero acompaño la descarga electrica que aquella brusquedad había hecho subir por mi espalda.


Comencé a cabalgarlo. Él llevó sus fuertes manos a mis pechos y empezó a pellizcarme los pezones, fuertemente, como me gusta que lo haga. Los sujetaba, tirando de ellos hacia delante, mientras con rápidos movimientos de sus caderas me hacía botar encima suyo. Noté como llegaba mi primer orgasmo. Un orgasmo que me hizo gritar de placer. Él me agarró del pelo, tirando de mi coleta hacia atrás, forzando mis postura y no dejando que me moviera para poder disfrutar de los ultimos estertores de mi orgasmo.

- “Tócate, zorrita. Quiero que te corras otra vez”, me dijo acercando su boca a mi oido.


Cambié un poco mi postura, doblando mis rodillas, introduciendo mis pies entre sus piernas y el sillón. Llevé mi mano derecha hasta el clítoris y comencé a frotarlo. Metió sus manos por debajo de mis axilas y volvió a estrujarme los pechos, a pellizcar mis pezones.

- “Córrete”, me dijo.

- “Sí, sí”, comencé a decir entre suspiros al acercarme a mi segundo orgasmo.

- “¡Sí, me corro!”, grité a la vez que él mordía mi hombro, llegando a rasgar mi piel con sus dientes.


Me cogió de la cintura, clavando sus fuertes dedos en mis costados, me empujó hacia delante, dejándome tumbada sobre sus piernas. En aquel momento se salió de mí y se corrió sobre mi ano. Senti cada uno de sus bombeos, note como mi piel era impregnada su cálido y viscoso esperma, dibujando sobre mi piel cinco lineas de liquido blanco, dejandomelo completamente pintado con su leche.


Pero no había acabado. Seguía empalmado.


Comenzó a jugar con su esperma en mi ano. Primero fue un dedo el que se introdujo y comenzó a jugar dibujando pequeños circulos, cada vez mas grandes. Salió un momento y cuando volvió a introducirse ya eran dos dedos los que me penetraban por detrás, ayudados por la lubricación de sus jugos.


Apuntó entonces su glande contra mi esfinter lubricado y apretando decididamente, comenzó a introducirse en mi culito. Apoyé mis pies sobre sus muslos, mis manos volvieron a sujetar mi peso sobre los reposa-brazos y fui ayudándolo a entrar en ese estrecho agujero. Dejandome caer suavemente en aquella polla que me empalaba sin remision. Poco a poco. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas, mezcla de dolor y placer. Entró hasta el final, mi esfinter abrazaba con fuerza aquella gran hombría. Notaba su pubis contra mi piel y mis brazos dejaron de sostenerme.


Era mucho más de cuanto podía soportar. Mi cuerpo temblaba con cada nuevo movimiento de su miembro dentro de mí, con cada respiración de su pecho que hacía que penetrara más en mí. Estaba derrotada, vencida, entregada por completo a aquel hombre que no dejaba de martillearme el culo con aquella polla dura y ardiente. Hasta sacudirme el cuerpo con un nuevo orgasmo. Un orgasmo anal que me hizo desfallecer y gritar de autentico goce.


Aquel orgasmo me dejó tumbada encima suyo, desfallecida. Sólo tenía fuerzas para gemir de placer, disfrutando de cada empellón que él seguía dando, con la espalda arqueada, mis pies todavía sobre sus muslos, mientras él seguia follandome el culito, con suaves movimientos de sus caderas. Una de sus manos empezó a pellizcarme un pezón, con fuerza, a retorcérmelo salvajemente, como sólo le permito a él hacerme. La otra bajó hacia mi clítoris. Yo la sujeté y la utilicé para frotarme como a mí me gusta. Usandola para masturbarme, como si de uno de mis consoladores se tratara


Noté como me llegaba otro orgasmo. Grité al correrme, mi cuerpo se desmadejó y mis piernas se abrieron aún más. Solté su mano y él introdujo dos de sus dedos en mi húmedo coñito. Después introdujo un tercero, y por último el cuarto, mientras con su pulgar martirizaba mi clítoris. Pensé que me iba a partir en dos, mi coño y mi culo llenos de él. Llevé mis manos a mis pechos, pellizcándome yo misma los pezones.

- “Qué estrechito, qué rico”, decía él entre gemidos.

- “Lléname la boca, también”, le contesté yo.


Él metió cuatro dedos de su otra mano en mi ansiosa boca, haciendome girar la cabeza para morder mi oreja.

- “Córrete, córrete”, me ordenó con mi oreja aún entre sus dientes.


No podía hablar, con mi boca llena de él, con mi coño lleno de él y mi culito lleno de él. Él llenaba todos mis orificios. Comenzó a moverse más rápido, haciendo que de nuevo todo mi cuerpo botara encima suyo. Su mano derecha follándome el coño, su pulgar frotando mi botón de placer, su gran falo entrando y saliendo de mi ano. Y volví a correrme. A gritar. A temblar. A desfallecer por el placer. Mientras mis dedos seguian pinzando mis pezones, fuerte, muy fuerte.


Él volvió a correrse también. Esta vez dentro de mí, llenándome el culito de su esencia. Sentia su esperma llenando mi recto, calentando mis entrañas, mientras con sus últimos movimientos terminaba de vaciarse dentro de mí. Su hombría decreció, pero mi esfínter no dejaba que me abandonara. No quería dejar de sentirlo allí dentro, de saberme suya, de sentirme llena. Sacó su mano de mi coñito, un poco dolorido por aquella intromisión, pero satisfecho. Cambió la mano de mi boca, para que lamiera mis propios jugos de sus dedos. Mientras él lamía mi sangre del hombro y me daba dulces besos en la herida.


Me quedé tumbada sobre él, destrozada y complacida, con su ahora flácido miembro apoyado en mi ano, recibiendo en su glande parte de su corrida, que se escapaba de dentro de mí. Él me rodeó con sus fuertes brazos.


Apenas habían pasado un par de minutos cuando sus caderas comenzaron a moverse, arriba y abajo, suavemente. Noté como su miembro volvía a crecer rozándose contra mi culo.


Empezamos otra vez, pensé.



Siete minutos


- “¿Otra vez tarde?. Eres capaz de acabar con mi eterna paciencia y ya es difícil”, dijo ella profundamente disgustada.

- “Lo siento, es que....”, procuró disculparse él.

- “!NO!. Esta vez vas a comprenderlo por las malas, ya que por las buenas no lo has hecho”, apostillo la mujer, amenazante.


Él estaba confuso. Ella nunca gritaba, ni perdía los nervios. Miró el reloj, solo 7 minutos de retraso. “Tampoco era para tanto”, pensó y su confusión aumentó.


Cuando acabó con sus reflexiones miró a su alrededor. ¿Dónde estaba?. El sonido de unos tacones le hizo localizarla. Apareció en el salón con aquellos zapatos de tacón altísimo que solo se había puesto una vez. Las medias que a él tanto le gustaban, un cinturón muy ancho de cuero, caído, tapando su sexo y un sugerente corsé desde la parte superior de las caderas hasta la inferior del pecho, alzando, aún más si se puede, aquellos pechos que adoraba. Traía una bolsa en una de sus manos y algo que no supo identificar en la otra.

- “Siéntate”, ordenó ella.


La sorpresa le hizo obedecerla. Tomó una silla del comedor y se sentó. No podía dejar de admirarla.

- “Te gusta, ¿verdad?”, dijo mientras se sentaba a horcajadas sobre él.


Le permitió acariciar y lamer sus pechos, mientras preparaba algo sobre la mesa y comenzó a desnudarle. “Este es el tipo de castigo que me gusta tener, mañana llego media hora tarde”, pensó.


Una vez estuvo completamente desnudo, volvió a sentarse sobre él, sus sexos se rozaban. Él sentía su humedad y su calor, ella su dureza. Ella manejaba las manos de él y para cuando fue consciente, las tenía atadas a su espalda, tras el respaldo de la silla. Entonces ella se levantó.

- “Bien cerdo. Tendré que atarte también los pies”, comentó mientras cortaba un buen trozo de cinta americana. “7 minutos… ¿Cuantas veces me has hecho esperar?”


El no entendía bien, estaba sorprendido, asustado y aún algo excitado.

- “¿CUANTAS?, !RESPONDE!”, chilló.


Después de recibir una buena colleja titubeó.

- “No lo se, 2, 3...”

- “No. 5. Han sido 5 veces. Empezaremos con los 7 minutos de hoy. 7 es tu número”. Le explicó. “Voy a hacer que entiendas lo eternos que pueden llegar a ser 7 minutos.”


Ella empezó a jugar con su lengua, recorriendo todo su cuerpo, haciéndole estremecerse de placer. Empezó lamiendo el lóbulo de su oreja, deslizándose lentamente por su cuello. Él podía notar su respiración, entrecortada por la excitación de dominarlo a su antojo.


Fue bajando hasta su pecho para entretenerse con los pezones. Para entonces, él ya estaba completamente empalmado. Por más que intentaba zafarse de sus ataduras, la cinta americana cumplía muy bien su cometido, manteniendole pegado a la silla.


Seguía recorriéndole el cuerpo con su lengua, humedecía sus pezones y soplaba ligeramente, observando como quedaban puntiagudos, perfectos para un ligero toque de sus uñas, arañandolos hasta que él se quejó.

- “¿Duele?, vaya, así que te molesta que te arañé. A mí, que llegues tarde”, comentó con voz diabólica.


Tomó algo que había en la mesa tras él y en un segundo él sintió un antifaz sobre sus ojos y como ella se alejaba, aunque aún la sentía cerca, probablemente junto a la mesa.

- “Han sido 7 minutos, 7 largos minutos de ganas de tenerte aquí, de hacerte mio, de que me poseyeras. Pero en lugar de eso has preferido llegar tarde y hacerme sufrir durante esos 7 minutos. Ha llegado el momento de la reciprocidad”.


Él no podía verla, solo sentía la cercanía por el calor que irradiaba su cuerpo. Sentía su aroma, su esencia y el olor de su sexo, ella también estaba caliente.


Una punzada de dolor se clavo en su clavícula, un segundo después supo que pasaba, ella estaba deslizando un hielo por su piel. Recorría muy despacio la linea del cuello, erizando su piel, sintiendo el frío de aquel pedazo de hielo, que se derretía por la calidez de su epidermis. Sentía como algunas gotas de agua resbalaban por su pecho. Pronto sus hombros eran una laguna de frío en el ardor de su piel. Sintió como la yema de los dedos de ella rozaban su piel.

- “Uno”, le susurro ella en oido.


Un nuevo cubito de hielo se poso esta vez en sus labios. Las gotas de agua caían en su boca entreabierta y resbalaban por su garganta. Sentía como el hielo era llevado hasta su sien, enfriando hasta el punto del dolor aquella zona de su piel. Los latidos de su corazón se reflejaban en la sien húmeda y fría, dándole así una percepción del tiempo diferente. Pero lo más extraño de todo esto es que cada vez estaba más excitado, cada vez más deseoso de ella, cada vez más impaciente por sentirse dentro de ella. De nuevo un leve roce de sus yemas le dijo que aquel segundo cubito ya estaba acabado.

- “Dos”.


El tercer cubito le hizo temblar. Por sorpresa un trozo de hielo se posó sobre su pezón irritado. Gimió, chilló, pero un beso dulce de sus labios le hizo callar. Aun con su sabor en los labios y en su lengua, sintió como su pezón se erizaba hasta el punto de dolerle. Apenas podía contener los gemidos que acudían a su boca y sentía como su miembro se movía la ritmo de sus latidos, bombeando a plena potencia. Sentía como la piel de su pezón se adormecía por el frío inmóvil que le estaba aplicando, y aun le quedaban 4 más. Cuando el cubito se separó de su piel y esperaba ansioso el siguiente numero en la cuenta, su cuerpo dio un respingo. Una oleada de calor se apoderó de su pezón helado.


La boca de ella rodeaba ahora toda la zona, devolviendole el calor arrebatado por aquel tratamiento. Su lengua dibujaba círculos sobre su pezón, provocando con cada roce una nueva punzada de dolor, un dolor placentero que le obligaba a gemir, a moverse buscando más intensidad en su delicada caricia.


Cuando un nuevo cubito de hielo se posó en su otro pezón, la boca de ella se separo de su cuerpo, dejándolo aun más ansioso, deseoso, excitado y lujurioso.

- “Tres”.


Aquel cubito de su pezón derecho se deshacía muy rápido. El deseo se encargaba de calentar todo su cuerpo y al ritmo que aumentaba su temperatura, los cubitos no darían mucha guerra. Se fundirían al ponerse contra su cuerpo. Pero no era tan rápido. La piel se erizaba, los poros se llenaban de aquel liquido helado y las terminaciones nerviosas se aletargaban haciendo aumentar el dolor y por ello el placer de aquella tortura.


Cuando el cubito fue cambiado por la lengua, cálida y húmeda, de ella, su cuerpo se tensó, su piel se erizó, su cabeza cayó hacia atrás y su boca se abrió exhalando un gemido largo y profundo.

- “Cuatro”.


Dos cubitos se posaron entonces en la cara interior de sus muslos. La sorpresa y la sensación de frío le hicieron cerrar las piernas. Un dolor lacerante le indico que le estaban mordiendo el hombro. Dolía, quemaba, sentía cada diente clavándose en su carne y los labios haciendo el vacío. Separó las piernas y ella soltó la presa en su hombro.


Sintió como recorría todo el interior de sus muslos con aquellos cubitos, notaba como las gotas de hielo fundido corrían hasta la parte trasera de sus muslos y de allí caían al suelo. Su miembro le dolía, por la excitación que sufría y por el tiempo que llevaba sufriendo aquella “tortura”.

- “Cinco y seis”, dijo ella al tiempo que retiraba aquellos cubitos de su piel.


El nerviosismo le hacia temblar, su excitación era increíble, no recordaba haberse sentido nunca así, tan caliente, tan deseoso, tan necesitado de ella. Su mente divagaba acerca del séptimo cubito, anhelaba y deseaba sentirlo en él, saberse a su merced, sentir el placer que ella le estaba dando con aquel castigo y a la vez deseaba poder devolvérselo con una firme promesa de hacerla esperar más.


Cuando sintió que aquel cubito se apoyaba en su pubis, su placer se disparó, su cuerpo se tensó, su corazón se desbocó y no pudo evitar chillar de placer.


El hielo recorría su pubis y bajaba hasta la base de su miembro, erecto, deteniendo su avance y volviendo hacia atrás una nueva vez.


Sintiendo aquella sensación de frío muy cerca de su sexo, su mente se desconectó, permitiéndose no pensar en nada más que no fuera sentir cada roce, cada movimiento, cada ráfaga de aire, cada olor de ella. Un pecho cálido y excitado ocupó su boca. Como si de un sediento se tratara, se lanzó a chupar aquel pezón duro y dulce que ocupaba sus labios. Sintió cada una de sus curvas, de sus pliegues con la punta de su lengua. Cuando el cubito de hielo se apoyo en el glande, la excitación le hizo morder aquel pezón y entonces la oyó gemir por primera vez. Su mente se ofusco en darle placer a aquel pezón, a aquel trozo de paraíso que le permitía saborear y no tenía la mas mínima intención de desaprovecharlo.


Con cada nuevo gemido de ella, el sentía mas próximo su orgasmo. El cubito de hielo ya bajaba por su mástil y mojaba y enfriaba su escroto, recorría el camino que lo separaba de su ano. Cuando el cubito llegó al intereso, un escalofrió recorrió su espalda, arqueandola y tensando cada musculo de su cuerpo. Sintió como se vaciaba, como se derramaba sobre la mano de ella. Con cada nuevo bombeo su cuerpo temblaba y sentía como su esperma recorría su miembro y salia al exterior, quemandole por dentro.


La tensión del orgasmo le hizo cerrar con mas fuerza sus dientes sobre aquel pezón y marcar a fuego, sus dientes en aquel trozo de piel erizado y excitado. Acompañado por los gemidos de ella y sus movimientos, mantuvo su presa, hasta que las manos de ella se apoyaron en sus piernas y por los temblores de su cuerpo supo que también había alcanzado su clímax.

- “Siete”.




Coche averiado

Tu marido y tú circuláis regresando a casa de una cena en un restaurante apartado e intimo. La noche esta clara, la luna brilla radiante sobre el cielo despejado. Los arboles, separados entre si, enmarcan el asfalto, como si de una doble hilera de guardianes se tratara.


Medio adormilada, por la cena y las dos copas de vino que has tomado, te reclinas en tu asiento. De repente el coche comienza a dar unos tirones extraños. Tu marido farfulla algo entre dientes y detiene el coche. Le preguntas acerca de lo que ocurre pero no sabe contestarte. Intenta llamar al servicio de asistencia en carretera. Inútil. Estáis sin cobertura.


Al fondo de la carretera aparecen unos faros. Tu marido decide pedir ayuda y enciende los cuatro intermitentes avisando de que teneis un problema. Te pide que no te preocupes y te quedes en el coche, mientras él se baja para ver si puede solucionar la avería y acciona la palanca del capo.


El otro coche llega hasta vosotros y se detiene detrás. El conductor se apea del vehículo. La claridad de la luna llena te permite observarlo detenidamente cuando pasa junto a la ventanilla. Es alto, robusto, de andar tranquilo y maneras fuertes. Se presenta a tu marido y comienzan a hablar. Desaparecen los dos tras el capo abierto.


Tras lo que parece una eternidad, el capo desciende y tu marido regresa al coche seguido por aquel desconocido. Cuando llega al coche, abre la puerta y se coloca en su asiento. Tu instinto te dice que algo no anda bien. Tu marido esta muy callado, con la cabeza agachada y las manos en el regazo. El desconocido ahora esta apoyado sobre la puerta del coche y puedes ver su cara perfectamente. Tiene una sonrisa inquietante, tal vez incluso perversa. Te mira con deseo, sin disimulo, te hace sentir incomoda.

- “¿Que tal ha ido todo, cariño?”, le preguntas nerviosa a tu marido.

- “Perfectamente, guapa. Ahora si no quieres que le corte el cuello a tu hombre, te aconsejo que te bajes del vehículo, sin escenas y sin chillar”, contesta aquel hombre.


Miras extrañada aquella escena y entonces reparas en que tu marido esta esposado y que aquel desconocido tiene una navaja en la mano y que la mueve distraídamente mientras te mira. Quieres protestar, pero con un gesto de su navaja te indica que te calles y que te bajes.


Temblando como un flan te bajas del vehículo, no te atreves a mirarle a los ojos. El miedo se apodera de tu cuerpo y te bloquea, completamente inmóvil junto a la puerta del coche. Él cierra la puerta del conductor y rodea el coche hasta colocarse detrás tuya. Sientes su aliento en tu nuca, el calor de su cuerpo, el aroma de su sudor. Sus manos te toman por los brazos y te conducen hacia la parte delantera.

- “Ahora quiero que pongas las manos sobre el capo, no hagas ninguna tontería y esto habrá terminado enseguida”, susurra en tu oido.


Obedeces, mientras en tu mente se van formando las imágenes de lo que esta por venir. Tu cuerpo comienza a temblar, presa del pánico. Miras hacia tu marido, pero la oscuridad dentro del vehículo te impide verlo. Al apoyar tus manos contra el coche te ves obligada a inclinarte un poco, exponiendo tu culo. El desconocido se apoya contra él. Puedes sentir la dureza de su sexo a través de la tela de su pantalón y tu vestido. No puedes evitar imaginarte el tamaño de aquella verga y un destello de lujuria atraviesa tu mente.


Te ruborizas, avergonzada por aquel atisbo de deseo carnal, y te separas de aquel contacto intimo. Pero sus manos se aferran a tus caderas y con fuerza te aprieta de nuevo contra él. Su sexo se acomoda ahora entre tus nalgas. Sientes como sus caderas comienzan a moverse, disfrutando de aquel roce. Tu cuerpo entero se tensa. Tienes la boca seca, el sudor perla tu frente, la piel de gallina, los músculos tensos.


Presiona contra ti. Su peso hace que te venzas hacia delante y te deja aprisionada contra el frontal del vehículo. Sientes su cuerpo completamente pegado al tuyo, su respiración en tu cuello. Cuando el frio acero de la navaja se marca en tu espalda no puedes evitar un chillido agudo. Un escalofrió recorre tu cuerpo. Una serie de imágenes horrendas acuden a tu mente. Te tensas esperando la cuchillada y el dolor. Con un preciso golpe de muñeca el corta el tirante de tu vestido. La tela del mismo resbala por tu hombro y cae inerte sobre tu pecho. Cuando corta el segundo tirante, tu vestido cae sobre el capo del coche dejando a la vista tus senos. Cierras los ojos repugnada por lo que va a ocurrir. Solo esperas que sea rápido y no duela.


Sientes tus pezones erizarse por la fresca brisa de la noche. Cuando sus manos se apoderan de tus pechos no puedes evitar dar un respingo, fruto de la sorpresa. Comienza entonces a acariciarlos. Lo hace con calma, con delicadeza. Los amasa dulcemente, sopesándolos, abarcándolos enteros. Se detiene en tus pezones. Los rodea con sus dedos. Los presiona. Cuando los pellizca no puedes reprimir un gemido. Un gemido que te sorprende, que te turba. Tu mente se enfrasca ahora en una lucha interna. No haces mas que decirte que no puedes disfrutar, que no debes mostrarte excitada, que estas siendo violada, pero tu cuerpo te avisa de que algo de todo esto te esta gustando, que en tu interior deseas sentirte así.


De nuevo el desconocido tira de ti hacia él y al separarte del vehículo tu vestido termina por caer al suelo. Te sabes expuesta, ofrecía ante él. Solo la tela del tanga negro te cubre ahora de la desnudez total.


Con mucha tranquilidad sientes su mano derecha bajando por tu vientre, sus dedos rozan el elástico de tu tanga y de nuevo un espasmo recorre tu cuerpo. Te sorprendes echando el culo hacia atrás, buscando el contacto con aquella verga dura y grande. La aspereza del vaquero aumenta las sensaciones de tu piel. Sus dedos, expertos y decididos, resbalan por debajo del tanga y recorren tu pubis, directos hacia tu entrepierna.


Sin quererlo, sin poder evitarlo, tus piernas se separan involuntariamente para facilitar el acceso de sus dedos a tu sexo. Cuando te concentras en evitar aquel comportamiento, te encuentras mojada, excitada, deseosa de ser penetrada allí mismo, entregada a ser usada y violentada.


Una descarga eléctrica increíble atraviesa tu espalda cuando su dedo corazón roza levemente tu clítoris. Sientes como se inflama presa del deseo, como tu coñito, cada vez mas húmedo, se prepara para recibir aquella polla desconocida y no invitada. El comienza a masturbarte lentamente. Tus caderas no tardan en marcarle el ritmo de los movimientos. El placer sube en oleadas desde tu sexo hasta tu cabeza, turbando tu mente y dejando cada vez mas escondidos los reparos a aquella violación.


Por fin te desatas. Un gemido de placer se escapa de tu boca y tu mano hace presa en la suya para obligarlo a acariciarte mas fuerte, mas rápido. El orgasmo te sorprende allí mismo, de pie, en mitad de la noche, con tu marido esposado dentro del coche, con aquel desconocido agarrado a tu pecho izquierdo y masturbandote. Los temblores del orgasmo aumentan la intensidad de su caricia y de nuevo te ves cabalgando su dedo en pos de un nuevo orgasmo. Se desliza hacia delante y dos dedos te penetran con firmeza. Ahora chillas. Chillas de placer, de entrega, de lujuria, de deseo, de ganas de ser tomada como la mujer que eres.


Se mueve rápidamente. Sus dedos entran y salen de ti con rapidez y fuerza. Estas muy mojada. Tus caderas se lanzan en un ritmo frenético. Los chapoteos de tu coñito se oyen perfectamente. Otra vez un orgasmo llama a la puerta. Con una serie de espasmos violentos te vacías en un nuevo clímax que el acompaña con sus dedos reduciendo la cadencia de su masturbación al ritmo que tus gemidos de placer se prolongan en la silenciosa noche. Tu coñito destila sus flujos, que escapan de tu interior mojando su mano, mientras pellizca con fuerza tu pezón, amplificando así tu placer. De repente sus dientes se clavan en tu hombro desnudo y aquel dolor se traduce en una serie de convulsiones que hacen que sus dedos jueguen aun un poco mas dentro de ti.


Cuando aun te estas recuperando de ese violento orgasmo, sus dedos se deslizan fuera de ti y observas como lentamente los lleva hasta su boca donde los chupa con deseo y ansia.


Poniendo su mano en tu espalda, te empuja hasta que todo tu cuerpo se apoya contra el capo. El frio de la chapa metálica contrasta con la calidez de tu piel. Separas tus piernas deseosa de ser penetrada por aquel desconocido. Puedes oír claramente su cremallera abrirse. Aparta a un lado la tira de tu tanga y apoya con decisión su glande en la entrada de tu coñito. Sientes como recorre con él tu hendidura, recogiendo tus jugos y separando tus labios para facilitar su entrada. Deseas chillarle que te penetre de una vez, pero no quieres darle ese placer, te contienes mordiéndote los labios.


Tu cuerpo se arquea, completamente tenso, cuando de un empujón salvaje y repentino se entierra en tu sexo. Sientes como su ariete se abre camino en tu interior, separando tus carnes, llenándote la vagina de carne de hombre. Lo sientes completamente dentro de ti. Su pene, ardiente, duro, grande, taladra tu sexo sin miramientos. Tus senos, aplastados contra el capo, resbalan por la fría chapa del vehículo. Tu boca, abierta para buscar el aire que necesitas, deja escapar uno tras otro gemidos de placer y lujuria, mientras tus caderas se acompasan a sus embestidas, buscando mas profundidad, mas fuerza, mas placer.


Cuando sus dedos se enmarañan en tu pelo y tiran con fuerza hacia atrás, no puedes evitar correrte de nuevo. Tus gemidos se transforman en gritos de placer. El mundo se diluye y ya solo queda aquella polla que te folla con fuerza, sometiendote a sus deseos y al placer puro de no tener que pensar mas que en disfrutar de aquellas acometidas.


Aminora el ritmo de sus embestidas para que puedas disfrutar del orgasmo que acabas de tener. Pero de nuevo, acelera en sus acometidas. El valle de tu orgasmo comienza a inclinarse otra vez, en una nueva subida. Su mano se estrella, diestra, contra tu nalga. La sensación de dolor y la de placer se confunden. Chillas de gusto. Tu cuerpo entero es presa del placer. Su ariete horada tu coñito salvajemente, mientras sus dedos se clavan en tu cintura y te empujan contra él, clavándote completamente su polla.


Él comienza a resoplar. Su corrida no anda lejos. La tuya tampoco. Cuando te la clava con tanta fuerza que piensas que te va partir en dos, sientes en tu interior su descarga. Su semen se dispara dentro de tu cueva, ardiente, espeso, abundante. Tu cuerpo reacciona y te corres, entre chillidos y espasmos. Tu cuerpo es presa de espasmos de placer, tiemblas por la fuerza del clímax y te vacías por completo en un orgasmo largo y profundo que te deja exhausta y desmadejada sobre el capo del coche.


Mientras luchas por recuperar el aliento, él de un tirón te arranca el tanga. Sientes tu piel arder en las zonas donde la tela ha rozado con violencia y de nuevo tu excitación se dispara. Él se deja caer por completo sobre ti y te susurra al oido.

- “Muchísimas gracias por esta aventura Irene. El tanga me lo guardo de recuerdo”.


Cuando te llama por tu nombre, la sorpresa te golpea. Abres los ojos completamente y allí, frente a ti, sentado en el asiento del coche, con la luz encendida, con el pecho manchado por su corrida, esta tu marido sonriendo viciosamente, mientras termina de estrujar su polla semiflaccida.



Una noche loca. Colaboracion de Cariguay

Como había hecho durante toda la semana, Carlos vino a buscarme poco antes de la hora de cenar. Ese día vestía una faldita muy corta para mi cita. Aunque me venia a buscar en moto y hacía un poco de frío, no suponía ningún problema. Sabia que a él le gustaba que exhibirme, le excitaba mostrarme.


Yo no solía ser así, no me gustaba provocar, pero ese día quería complacerle.


Cuando me recogió nos fuimos a cenar. La cena no duró mucho. Conversábamos, pero no podíamos evitar que el deseo se reflejara en nosotros. Teníamos ganas de besarnos, de abrazarnos, de sentirnos. Mi voz temblaba de impaciencia, por el anhelo de ser acariciada como siempre lo hacia, de que fuésemos el uno para el otro, de entregarme en sus brazos y recibirle en lo mas profundo de mi, pero ese día tocaba esperar.


Habíamos quedado con un amigo suyo, dueño de un local liberal, para preparar una fiesta. Una fiesta que Carlos estaba organizando para Claudia y para mi. Decidí callar y escuchar como planeaban cada detalle de aquella fiesta.


A medida que les iba escuchando me iba quedando más perpleja, pero también cada vez mas excitada. Era una fiesta en la cual iba a haber una rifa y los premios éramos Claudia y yo. Cada vez mas húmeda. Lo tenía todo preparado, tan solo Claudia y yo para todos los chicos que se apuntasen a la fiesta. Cada vez mas excitada.


Su mano se deslizaba distraídamente por mi pierna, suavemente, cada vez más próxima a mi coñito, que destilaba sus jugos provocando una lubricación que sin lugar a dudas no tardaría en disfrutar. Cuando sus dedos alcanzaban mi sexo me frotaba con ellos. Mi cuerpo lo recorría entonces un pequeño escalofrío, mis ojos se cerraban y mis dientes mordían mi labio inferior y de mi boca tan solo salía un pequeño gemido que parecía que iba a romperse en un grito en cualquier momento.


Terminamos la charla, la copa y decidimos irnos. Montamos en la moto y nos fuimos a otro local de intercambio. Allí, por fin, nuestros cuerpos saciarían el deseo que llevaban acumulando toda la noche, pero al llegar nos dimos cuenta que el local estaba cerrado.


Era demasiado tarde para ir a otro local. Nos pillaban un poco apartados. Y también para buscar un hostal. Bajamos de la moto y tranquilamente nos sentamos en un banco mientras pensábamos en que hacer. Carlos se encendió un cigarrillo. Esa noche hacia un poco de frío, pero mi cuerpo estaba tan caliente que apenas lo notaba. Tan solo tenia ganas de sentirlo dentro de mí. Durante un buen rato estuvimos pensando donde ir a aplacar nuestro deseo y en un momento de locura, y digo de locura porque yo nunca jamás hubiese reaccionado así, le dije.

- “Follame aquí”.


Su cara era todo un poema. No se lo podía creer. Algo así saliendo de mi boca, no era lo normal, pero yo se lo repetí.

- “Fóllame aquí, rómpeme las medias y clavamela aquí mismo”.


No tardó en reaccionar. Me subió encima de él, me rompió las medias y me retiró el tanga. Después se bajo la bragueta y dejó libre su polla, no hubo ningún tipo de problema, su hombría estaba lo suficientemente dura. Estaba tan caliente o más que yo. No se entretuvo mucho, se resguardo en mi coñito, húmedo, caliente y que con tantas ganas le esperaba, rápidamente, brutalmente, tal y como a mi me gustaba.

No era demasiado tarde, por lo que aun quedaba gente por la calle. Pero en lugar de cortarnos, añadía un extra de morbo al placer que aquella cabalgada empezaba a hacer circular por mi cuerpo. Su boca me susurraba las ganas que tenia de tenerme así. Sus manos abarcaban mi culo, ayudando a mis piernas en el placentero trabajo de subir y bajar sobre su inhiesto pene. Mi cuerpo temblaba, contenía los gritos que de mi boca querían salir y el ritmo de nuestra follada aumentaba. Mi espalda parecía quebrarse con cada penetración, Cada vez eran más fuertes. Mis gemidos cada vez eran más seguidos.


De pronto, un orgasmo me sorprendió.


Mi cabeza se reclinó hacia atrás, doblando mi espalda. Un pequeño grito escapó de mi boca, imposible de retener. El placer me embargaba. Sus manos subían por mi espalda, empujándome contra él, juntando nuestros labios, besándonos y abrazándonos. Acarició mi espalda y deslizo las manos por mi espalda hacia mi culo, agarrándolo fuertemente y comenzando una nueva montada. Apenas estaba recuperada de mi anterior orgasmo. Ya no podía aguantar mas y mis gritos eran imposibles de calmar. Cada vez me golpeaba más fuerte contra él hasta que por fin el orgasmo nos llegó a los dos.


Una voz desgarrada salió de mi garganta, mis manos se crisparon fuertemente en su espalda, estaba en la gloria. Muy despacito me acerque a él, le besé, nos miramos y tan solo le dije.

- “Gracias”.


Me bajé de él. Nos besamos. Nos recompusimos la ropa. Él se encendió un cigarrillo y mientras se lo fumaba, estuvimos comentando lo que acababa de suceder y lo que nos había gustado.


Cuando se acabó el cigarrillo montamos en la moto y nos dirigimos de vuelta a mi casa. Yo no dudaba de que Carlos aprovecharía cualquier rincón oscuro para volver a poseerme en la calle.


Y así fue.


Cuando se decidió por un sitio, aparcó la moto. Nos bajamos, me quité el casco y le sonreí, excitada. Rápidamente su mano buscó mi cintura para subirme en la moto, ni yo misma me conocía, iba a ser penetrada por Carlos en un hueco en una gran hilera de aparcamiento, enfrente de un bloque de pisos, desde el que cualquiera podría vernos. Pero mi cuerpo pedía mas. Separé las piernas y él terminó de romper las medias, destrozó el tanga de un tirón y de nuevo me penetró salvajemente de un solo empellón. Agarrándome de las caderas y manejándome a su antojo, comenzó a moverse. Su pubis golpeaba mi sexo con cada nuevo empujón. Rápidamente, el silencio de la noche se lleno con el chapoteo que mi sexo, inundado de mis flujos y su semen, devolvía a cada bombeo de su pelvis contra mi entrepierna.


Yo intentaba que mis gemidos no fuesen muy escandalosos. Su rostro era la mascara del deseo puro y duro, la lujuria se reflejaba en su mirada, una mirada torva y encendida que me decía que la locura y el deseo, se apoderaban de él, haciendo que cada vez me penetrara mas fuerte.


Cuando el orgasmo se apoderó de mi cuerpo, este convulsionó presa del éxtasis y mi espalda se arqueó sobre el asiento de la moto. Mi cabeza se echo hacia atrás y entonces un escalofrío atravesó mi espalda, aumentando las sensaciones que aquel clímax estaba provocando en mi mente. Mis ojos pudieron ver un desconocido asomado en la terraza. Yo disfrutaba mientras aquel desconocido me observaba y eso me ponía mas cachonda. Mi placer aumentaba mientras mi mente imaginaba que pensamientos oscuros y sexuales correrían por su mente en aquel momento.


Cada vez gemía más fuerte. Hacía tiempo que quería que me follase encima de su moto y ese día, finalmente, había llegado. Mientras me sujetaba por las caderas con una mano, con la otra acariciaba traviesamente mis pechos. Pellizcaba con dureza mis pezones, haciendo que mi vagina se llenara de mis jugos. Después de ello comenzó a besarlos, a chuparlos, a morderlos. Lo cogí de la cara para poder besarle y pedirle que me diera la vuelta. Así lo hizo.


Me dio la vuelta, me subió la falda y allí apoyada contra su moto, volvió a penetrarme. Con un solo golpe, fuerte y seco, me clavo su miembro hasta que sus pelotas golpearon mi vulva. Se cogió a mi cintura y comenzó a follarme cada vez mas duro. Mi voz volvía a romperse. Las penetraciones cada vez eran mas profundas o por lo menos yo así lo sentía. No quería que parase el orgasmo que estaba a punto de llegarme y sin duda debió de adivinar mis intenciones, por que cuando el clímax empezaba a asomarse a mi sexo, se retiro de mi interior, dejándome frustrada y excitada.


Un instante después, estaba de nuevo perforando mi hendidura con su ariete, llevándome de nuevo al punto en que me había parado la vez anterior. Allí estaba de nuevo, con un solo grito acompañándolo que decía “Siiii.” y sus caderas reducían su cadencia de penetración, deteniendo mi orgasmo justo en la puerta, que cabrón. Mientras sus manos acariciaban de nuevo mis pechos. Cuando mi cuerpo comenzó a relajarse, su mano derecha agarró mi cara y la giró para besarme.


Suavemente empezó de nuevo a subir el ritmo de entrada y salida de mi coñito. Mi mirada se desvió hacia aquel desconocido que nos observaba atentamente, sin perder detalle, y seguro que con ganas de participar en la pequeña fiesta que teníamos montada. Su mano bajó hacía su pantalón y pude ver como se desabrochaba, como bajaba su bragueta y como agarraba su miembro, que ya tenía un tamaño considerable. Pude ver como se masturbaba mientras nos miraba. Carlos siguió mi mirada hasta aquel desconocido que se tocaba mientras nos veía.


Aquello debía de excitarle, a nosotros muchisimo.


Su cadera aceleraba cada vez mas, mi manos se agarraban fuertemente a la moto, como queriendo arrancar el asiento de su sitio. El calor que su sexo, enterrado dentro de mi, transmitía hacia que mis gritos aumentaran cada vez mas en numero y volumen. Los de él, también.


Sus golpes cada vez eran más salvajes, cada vez me sentía mas a punto de romperme y el hombre desconocido cada vez se la meneaba mas rápido. Ya no aguantaríamos mucho.


El orgasmo nos llegó a los tres.


Yo me descargue en un éxtasis cruel y salvaje que se transmitió a todo mi cuerpo presa de una serie de temblores espasmódicos. Carlos derramó de nuevo su simiente en el fondo de mi sexo, en borbotones violentos y espesos que golpeaban contra las paredes interiores de mi sexo aumentando con ello las sensaciones de mi clímax. El desconocido debió de terminar también pues cuando abrí los ojos, ya no estaba en el balcón.


Me incorporé y así pude abrazarle y besarle. Volví a darle las gracias por aquellos momentos que me hacía pasar y disfrutar, mientras allí abrazados Carlos colocaba de nuevo la falda sobre mis glúteos y recomponía el escote de mi camiseta. Recuperábamos el aliento lentamente, cuando Carlos aprovechó la situación y clavo dos dedos de su mano derecha en mi sexo. Los removió dentro y cuando los saco, brillantes de jugos, una mezcla de su semen y mi flujo, los llevo hasta mi boca, donde ansiosa y agradecida los chupé hasta dejarlos limpios.

- “No te olvides de que pasado mañana te van a follar ocho”, dijo, provocando una oleada de temblores en mi espalda.