Medio adormilada, por la cena y las dos copas de vino que has tomado, te reclinas en tu asiento. De repente el coche comienza a dar unos tirones extraños. Tu marido farfulla algo entre dientes y detiene el coche. Le preguntas acerca de lo que ocurre pero no sabe contestarte. Intenta llamar al servicio de asistencia en carretera. Inútil. Estáis sin cobertura.
Al fondo de la carretera aparecen unos faros. Tu marido decide pedir ayuda y enciende los cuatro intermitentes avisando de que teneis un problema. Te pide que no te preocupes y te quedes en el coche, mientras él se baja para ver si puede solucionar la avería y acciona la palanca del capo.
El otro coche llega hasta vosotros y se detiene detrás. El conductor se apea del vehículo. La claridad de la luna llena te permite observarlo detenidamente cuando pasa junto a la ventanilla. Es alto, robusto, de andar tranquilo y maneras fuertes. Se presenta a tu marido y comienzan a hablar. Desaparecen los dos tras el capo abierto.
Tras lo que parece una eternidad, el capo desciende y tu marido regresa al coche seguido por aquel desconocido. Cuando llega al coche, abre la puerta y se coloca en su asiento. Tu instinto te dice que algo no anda bien. Tu marido esta muy callado, con la cabeza agachada y las manos en el regazo. El desconocido ahora esta apoyado sobre la puerta del coche y puedes ver su cara perfectamente. Tiene una sonrisa inquietante, tal vez incluso perversa. Te mira con deseo, sin disimulo, te hace sentir incomoda.
- “¿Que tal ha ido todo, cariño?”, le preguntas nerviosa a tu marido.
- “Perfectamente, guapa. Ahora si no quieres que le corte el cuello a tu hombre, te aconsejo que te bajes del vehículo, sin escenas y sin chillar”, contesta aquel hombre.
Miras extrañada aquella escena y entonces reparas en que tu marido esta esposado y que aquel desconocido tiene una navaja en la mano y que la mueve distraídamente mientras te mira. Quieres protestar, pero con un gesto de su navaja te indica que te calles y que te bajes.
Temblando como un flan te bajas del vehículo, no te atreves a mirarle a los ojos. El miedo se apodera de tu cuerpo y te bloquea, completamente inmóvil junto a la puerta del coche. Él cierra la puerta del conductor y rodea el coche hasta colocarse detrás tuya. Sientes su aliento en tu nuca, el calor de su cuerpo, el aroma de su sudor. Sus manos te toman por los brazos y te conducen hacia la parte delantera.
- “Ahora quiero que pongas las manos sobre el capo, no hagas ninguna tontería y esto habrá terminado enseguida”, susurra en tu oido.
Obedeces, mientras en tu mente se van formando las imágenes de lo que esta por venir. Tu cuerpo comienza a temblar, presa del pánico. Miras hacia tu marido, pero la oscuridad dentro del vehículo te impide verlo. Al apoyar tus manos contra el coche te ves obligada a inclinarte un poco, exponiendo tu culo. El desconocido se apoya contra él. Puedes sentir la dureza de su sexo a través de la tela de su pantalón y tu vestido. No puedes evitar imaginarte el tamaño de aquella verga y un destello de lujuria atraviesa tu mente.
Te ruborizas, avergonzada por aquel atisbo de deseo carnal, y te separas de aquel contacto intimo. Pero sus manos se aferran a tus caderas y con fuerza te aprieta de nuevo contra él. Su sexo se acomoda ahora entre tus nalgas. Sientes como sus caderas comienzan a moverse, disfrutando de aquel roce. Tu cuerpo entero se tensa. Tienes la boca seca, el sudor perla tu frente, la piel de gallina, los músculos tensos.
Presiona contra ti. Su peso hace que te venzas hacia delante y te deja aprisionada contra el frontal del vehículo. Sientes su cuerpo completamente pegado al tuyo, su respiración en tu cuello. Cuando el frio acero de la navaja se marca en tu espalda no puedes evitar un chillido agudo. Un escalofrió recorre tu cuerpo. Una serie de imágenes horrendas acuden a tu mente. Te tensas esperando la cuchillada y el dolor. Con un preciso golpe de muñeca el corta el tirante de tu vestido. La tela del mismo resbala por tu hombro y cae inerte sobre tu pecho. Cuando corta el segundo tirante, tu vestido cae sobre el capo del coche dejando a la vista tus senos. Cierras los ojos repugnada por lo que va a ocurrir. Solo esperas que sea rápido y no duela.
Sientes tus pezones erizarse por la fresca brisa de la noche. Cuando sus manos se apoderan de tus pechos no puedes evitar dar un respingo, fruto de la sorpresa. Comienza entonces a acariciarlos. Lo hace con calma, con delicadeza. Los amasa dulcemente, sopesándolos, abarcándolos enteros. Se detiene en tus pezones. Los rodea con sus dedos. Los presiona. Cuando los pellizca no puedes reprimir un gemido. Un gemido que te sorprende, que te turba. Tu mente se enfrasca ahora en una lucha interna. No haces mas que decirte que no puedes disfrutar, que no debes mostrarte excitada, que estas siendo violada, pero tu cuerpo te avisa de que algo de todo esto te esta gustando, que en tu interior deseas sentirte así.
De nuevo el desconocido tira de ti hacia él y al separarte del vehículo tu vestido termina por caer al suelo. Te sabes expuesta, ofrecía ante él. Solo la tela del tanga negro te cubre ahora de la desnudez total.
Con mucha tranquilidad sientes su mano derecha bajando por tu vientre, sus dedos rozan el elástico de tu tanga y de nuevo un espasmo recorre tu cuerpo. Te sorprendes echando el culo hacia atrás, buscando el contacto con aquella verga dura y grande. La aspereza del vaquero aumenta las sensaciones de tu piel. Sus dedos, expertos y decididos, resbalan por debajo del tanga y recorren tu pubis, directos hacia tu entrepierna.
Sin quererlo, sin poder evitarlo, tus piernas se separan involuntariamente para facilitar el acceso de sus dedos a tu sexo. Cuando te concentras en evitar aquel comportamiento, te encuentras mojada, excitada, deseosa de ser penetrada allí mismo, entregada a ser usada y violentada.
Una descarga eléctrica increíble atraviesa tu espalda cuando su dedo corazón roza levemente tu clítoris. Sientes como se inflama presa del deseo, como tu coñito, cada vez mas húmedo, se prepara para recibir aquella polla desconocida y no invitada. El comienza a masturbarte lentamente. Tus caderas no tardan en marcarle el ritmo de los movimientos. El placer sube en oleadas desde tu sexo hasta tu cabeza, turbando tu mente y dejando cada vez mas escondidos los reparos a aquella violación.
Por fin te desatas. Un gemido de placer se escapa de tu boca y tu mano hace presa en la suya para obligarlo a acariciarte mas fuerte, mas rápido. El orgasmo te sorprende allí mismo, de pie, en mitad de la noche, con tu marido esposado dentro del coche, con aquel desconocido agarrado a tu pecho izquierdo y masturbandote. Los temblores del orgasmo aumentan la intensidad de su caricia y de nuevo te ves cabalgando su dedo en pos de un nuevo orgasmo. Se desliza hacia delante y dos dedos te penetran con firmeza. Ahora chillas. Chillas de placer, de entrega, de lujuria, de deseo, de ganas de ser tomada como la mujer que eres.
Se mueve rápidamente. Sus dedos entran y salen de ti con rapidez y fuerza. Estas muy mojada. Tus caderas se lanzan en un ritmo frenético. Los chapoteos de tu coñito se oyen perfectamente. Otra vez un orgasmo llama a la puerta. Con una serie de espasmos violentos te vacías en un nuevo clímax que el acompaña con sus dedos reduciendo la cadencia de su masturbación al ritmo que tus gemidos de placer se prolongan en la silenciosa noche. Tu coñito destila sus flujos, que escapan de tu interior mojando su mano, mientras pellizca con fuerza tu pezón, amplificando así tu placer. De repente sus dientes se clavan en tu hombro desnudo y aquel dolor se traduce en una serie de convulsiones que hacen que sus dedos jueguen aun un poco mas dentro de ti.
Cuando aun te estas recuperando de ese violento orgasmo, sus dedos se deslizan fuera de ti y observas como lentamente los lleva hasta su boca donde los chupa con deseo y ansia.
Poniendo su mano en tu espalda, te empuja hasta que todo tu cuerpo se apoya contra el capo. El frio de la chapa metálica contrasta con la calidez de tu piel. Separas tus piernas deseosa de ser penetrada por aquel desconocido. Puedes oír claramente su cremallera abrirse. Aparta a un lado la tira de tu tanga y apoya con decisión su glande en la entrada de tu coñito. Sientes como recorre con él tu hendidura, recogiendo tus jugos y separando tus labios para facilitar su entrada. Deseas chillarle que te penetre de una vez, pero no quieres darle ese placer, te contienes mordiéndote los labios.
Tu cuerpo se arquea, completamente tenso, cuando de un empujón salvaje y repentino se entierra en tu sexo. Sientes como su ariete se abre camino en tu interior, separando tus carnes, llenándote la vagina de carne de hombre. Lo sientes completamente dentro de ti. Su pene, ardiente, duro, grande, taladra tu sexo sin miramientos. Tus senos, aplastados contra el capo, resbalan por la fría chapa del vehículo. Tu boca, abierta para buscar el aire que necesitas, deja escapar uno tras otro gemidos de placer y lujuria, mientras tus caderas se acompasan a sus embestidas, buscando mas profundidad, mas fuerza, mas placer.
Cuando sus dedos se enmarañan en tu pelo y tiran con fuerza hacia atrás, no puedes evitar correrte de nuevo. Tus gemidos se transforman en gritos de placer. El mundo se diluye y ya solo queda aquella polla que te folla con fuerza, sometiendote a sus deseos y al placer puro de no tener que pensar mas que en disfrutar de aquellas acometidas.
Aminora el ritmo de sus embestidas para que puedas disfrutar del orgasmo que acabas de tener. Pero de nuevo, acelera en sus acometidas. El valle de tu orgasmo comienza a inclinarse otra vez, en una nueva subida. Su mano se estrella, diestra, contra tu nalga. La sensación de dolor y la de placer se confunden. Chillas de gusto. Tu cuerpo entero es presa del placer. Su ariete horada tu coñito salvajemente, mientras sus dedos se clavan en tu cintura y te empujan contra él, clavándote completamente su polla.
Él comienza a resoplar. Su corrida no anda lejos. La tuya tampoco. Cuando te la clava con tanta fuerza que piensas que te va partir en dos, sientes en tu interior su descarga. Su semen se dispara dentro de tu cueva, ardiente, espeso, abundante. Tu cuerpo reacciona y te corres, entre chillidos y espasmos. Tu cuerpo es presa de espasmos de placer, tiemblas por la fuerza del clímax y te vacías por completo en un orgasmo largo y profundo que te deja exhausta y desmadejada sobre el capo del coche.
Mientras luchas por recuperar el aliento, él de un tirón te arranca el tanga. Sientes tu piel arder en las zonas donde la tela ha rozado con violencia y de nuevo tu excitación se dispara. Él se deja caer por completo sobre ti y te susurra al oido.
- “Muchísimas gracias por esta aventura Irene. El tanga me lo guardo de recuerdo”.
Cuando te llama por tu nombre, la sorpresa te golpea. Abres los ojos completamente y allí, frente a ti, sentado en el asiento del coche, con la luz encendida, con el pecho manchado por su corrida, esta tu marido sonriendo viciosamente, mientras termina de estrujar su polla semiflaccida.
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