Aquella noche él se sentó en el sillón para ver la película, mientras yo me eché junto a él. Nos cogimos de la mano, pero enseguida se quedó dormido. Al terminar la película me bajé del sillón y me quité la camiseta que llevaba puesta. No hice lo mismo con mis pantaloncitos ya que sabia que le gustaban, porque eran tan pequeños que se me veía la mitad de los cachetes.
Me arrodillé entre sus piernas y le bajé un poco el calzoncillo, lo único que llevaba puesto, sacando su miembro. Me entretuve en observarlo, inerte, encogido, diminuto. Aunque no por mucho tiempo. Me imagino que aquel ciclope carnoso debía de intuir algo ya que comenzaba a despertarse y a crecer en mi mano aunque él seguía durmiendo. No pude evitar relamerme por la posibilidad que se abría ante mí de disfrutar de la dureza de aquel falo, de su calidez en mi boca, de la suavidad de su piel en mis labios, de la tersura de su glande en mi lengua y de aquella golosina que tanto me gustaba. Sé que deben ser las feromonas, pero su olor y su sabor me encanta.
La boca se me hacía agua mientras cogía su pene con mi mano, acercando la cabeza de su glande y apoyandola en mis labios cerrados. Cuando sentí como latía en mis labios fue la punta de mi lengua la que salió al encuentro de aquella masa de carne, cada vez mas grande, mas hinchada, mas dura. La introduje en mi boca entera, lentamente, sintiendo cada vena, cada protuberancia de su tallo en mis labios, sintiendo como su miembro queria llegar hasta mi garganta, como llenaba mi boca y me obligaba a abrir cada vez mas mis mandibulas
Empecé a chuparla, despacito como a él le gusta. Me decidí a levantar la mirada, como él me obliga a hacer cada vez que me permite saborearlo y allí estaban sus ojos azules clavados en mí, ya se había despertado, su sonrisa socarrona no hacia sino aumentar mi deseo, mis ganas de devorarlo, de saborearlo, de tragarmelo. Mi boca acogía su hombría, que comenzaba a crecer. Yo introducía su miembro en mi boca, aspirando un poquito para hacer el vacío, notaba su glande contra el fondo de mi paladar. Él empezó a excitarse más y su polla comenzó a crecer dentro de mí, haciendo que cada vez fuera más difícil acogerle entero. Llevó sus manos a mi cabeza, empujándome hacia él, haciéndome sentirle en la garganta.
- “Chupala entera, dejala bien mojada de tu saliva”, me dijo, “Que te voy a follar ahora mismo”.
Así lo hice. Pasé mi lengua por toda su polla, llenandola de una abundante capa de saliva. No iba a ser necesaria, pues mi coñito estaba ya chorreante ante la perspectiva de un ataque suyo. Notaba como mis pantaloncitos empezaban a pegarse a mi sexo a causa de la humedad que este destilaba, preparandose para acogerle, para permitirle que entrara mejor.
Me quité los pantalones y me senté sobre él, de espaldas. Mientras él encaraba su glande hacia la entrada de mi coñito, yo me mantenía un poquito a pulso sobre los reposa-brazos. Quería hacerle desearlo igual que él me hacia a mí. Sentí su polla apoyada contra los labios de mi sexo, sentí sus temblores ante la acometida que se avecinaba, sentí como su cuerpo protestaba ante la demostración de autocontrol que estaba llevando a cabo, pues no queria perder ni una sola vez su papel de dominador.
En cuanto introduje un poco su enorme falo, me agarró por la cintura y tiró de mí, haciendo que yo misma me penetrara salvajemente. Un gemido placentero acompaño la descarga electrica que aquella brusquedad había hecho subir por mi espalda.
Comencé a cabalgarlo. Él llevó sus fuertes manos a mis pechos y empezó a pellizcarme los pezones, fuertemente, como me gusta que lo haga. Los sujetaba, tirando de ellos hacia delante, mientras con rápidos movimientos de sus caderas me hacía botar encima suyo. Noté como llegaba mi primer orgasmo. Un orgasmo que me hizo gritar de placer. Él me agarró del pelo, tirando de mi coleta hacia atrás, forzando mis postura y no dejando que me moviera para poder disfrutar de los ultimos estertores de mi orgasmo.
- “Tócate, zorrita. Quiero que te corras otra vez”, me dijo acercando su boca a mi oido.
Cambié un poco mi postura, doblando mis rodillas, introduciendo mis pies entre sus piernas y el sillón. Llevé mi mano derecha hasta el clítoris y comencé a frotarlo. Metió sus manos por debajo de mis axilas y volvió a estrujarme los pechos, a pellizcar mis pezones.
- “Córrete”, me dijo.
- “Sí, sí”, comencé a decir entre suspiros al acercarme a mi segundo orgasmo.
- “¡Sí, me corro!”, grité a la vez que él mordía mi hombro, llegando a rasgar mi piel con sus dientes.
Me cogió de la cintura, clavando sus fuertes dedos en mis costados, me empujó hacia delante, dejándome tumbada sobre sus piernas. En aquel momento se salió de mí y se corrió sobre mi ano. Senti cada uno de sus bombeos, note como mi piel era impregnada su cálido y viscoso esperma, dibujando sobre mi piel cinco lineas de liquido blanco, dejandomelo completamente pintado con su leche.
Pero no había acabado. Seguía empalmado.
Comenzó a jugar con su esperma en mi ano. Primero fue un dedo el que se introdujo y comenzó a jugar dibujando pequeños circulos, cada vez mas grandes. Salió un momento y cuando volvió a introducirse ya eran dos dedos los que me penetraban por detrás, ayudados por la lubricación de sus jugos.
Apuntó entonces su glande contra mi esfinter lubricado y apretando decididamente, comenzó a introducirse en mi culito. Apoyé mis pies sobre sus muslos, mis manos volvieron a sujetar mi peso sobre los reposa-brazos y fui ayudándolo a entrar en ese estrecho agujero. Dejandome caer suavemente en aquella polla que me empalaba sin remision. Poco a poco. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas, mezcla de dolor y placer. Entró hasta el final, mi esfinter abrazaba con fuerza aquella gran hombría. Notaba su pubis contra mi piel y mis brazos dejaron de sostenerme.
Era mucho más de cuanto podía soportar. Mi cuerpo temblaba con cada nuevo movimiento de su miembro dentro de mí, con cada respiración de su pecho que hacía que penetrara más en mí. Estaba derrotada, vencida, entregada por completo a aquel hombre que no dejaba de martillearme el culo con aquella polla dura y ardiente. Hasta sacudirme el cuerpo con un nuevo orgasmo. Un orgasmo anal que me hizo desfallecer y gritar de autentico goce.
Aquel orgasmo me dejó tumbada encima suyo, desfallecida. Sólo tenía fuerzas para gemir de placer, disfrutando de cada empellón que él seguía dando, con la espalda arqueada, mis pies todavía sobre sus muslos, mientras él seguia follandome el culito, con suaves movimientos de sus caderas. Una de sus manos empezó a pellizcarme un pezón, con fuerza, a retorcérmelo salvajemente, como sólo le permito a él hacerme. La otra bajó hacia mi clítoris. Yo la sujeté y la utilicé para frotarme como a mí me gusta. Usandola para masturbarme, como si de uno de mis consoladores se tratara
Noté como me llegaba otro orgasmo. Grité al correrme, mi cuerpo se desmadejó y mis piernas se abrieron aún más. Solté su mano y él introdujo dos de sus dedos en mi húmedo coñito. Después introdujo un tercero, y por último el cuarto, mientras con su pulgar martirizaba mi clítoris. Pensé que me iba a partir en dos, mi coño y mi culo llenos de él. Llevé mis manos a mis pechos, pellizcándome yo misma los pezones.
- “Qué estrechito, qué rico”, decía él entre gemidos.
- “Lléname la boca, también”, le contesté yo.
Él metió cuatro dedos de su otra mano en mi ansiosa boca, haciendome girar la cabeza para morder mi oreja.
- “Córrete, córrete”, me ordenó con mi oreja aún entre sus dientes.
No podía hablar, con mi boca llena de él, con mi coño lleno de él y mi culito lleno de él. Él llenaba todos mis orificios. Comenzó a moverse más rápido, haciendo que de nuevo todo mi cuerpo botara encima suyo. Su mano derecha follándome el coño, su pulgar frotando mi botón de placer, su gran falo entrando y saliendo de mi ano. Y volví a correrme. A gritar. A temblar. A desfallecer por el placer. Mientras mis dedos seguian pinzando mis pezones, fuerte, muy fuerte.
Él volvió a correrse también. Esta vez dentro de mí, llenándome el culito de su esencia. Sentia su esperma llenando mi recto, calentando mis entrañas, mientras con sus últimos movimientos terminaba de vaciarse dentro de mí. Su hombría decreció, pero mi esfínter no dejaba que me abandonara. No quería dejar de sentirlo allí dentro, de saberme suya, de sentirme llena. Sacó su mano de mi coñito, un poco dolorido por aquella intromisión, pero satisfecho. Cambió la mano de mi boca, para que lamiera mis propios jugos de sus dedos. Mientras él lamía mi sangre del hombro y me daba dulces besos en la herida.
Me quedé tumbada sobre él, destrozada y complacida, con su ahora flácido miembro apoyado en mi ano, recibiendo en su glande parte de su corrida, que se escapaba de dentro de mí. Él me rodeó con sus fuertes brazos.
Apenas habían pasado un par de minutos cuando sus caderas comenzaron a moverse, arriba y abajo, suavemente. Noté como su miembro volvía a crecer rozándose contra mi culo.
Empezamos otra vez, pensé.
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