Yo no solía ser así, no me gustaba provocar, pero ese día quería complacerle.
Cuando
me recogió nos fuimos a cenar. La cena no duró mucho.
Conversábamos, pero no podíamos evitar que el deseo se reflejara en
nosotros. Teníamos ganas de besarnos, de abrazarnos, de sentirnos.
Mi voz temblaba de impaciencia, por el anhelo de ser acariciada como
siempre lo hacia, de que fuésemos el uno para el otro, de entregarme
en sus brazos y recibirle en lo mas profundo de mi, pero ese día
tocaba esperar.
Habíamos
quedado con un amigo suyo, dueño de un local liberal, para preparar
una fiesta. Una fiesta que Carlos estaba organizando para Claudia y
para mi. Decidí callar y escuchar como planeaban cada detalle de
aquella fiesta.
A medida que les iba escuchando me iba quedando más perpleja, pero también cada vez mas excitada. Era una fiesta en la cual iba a haber una rifa y los premios éramos Claudia y yo. Cada vez mas húmeda. Lo tenía todo preparado, tan solo Claudia y yo para todos los chicos que se apuntasen a la fiesta. Cada vez mas excitada.
Su mano se deslizaba distraídamente por mi pierna, suavemente, cada vez más próxima a mi coñito, que destilaba sus jugos provocando una lubricación que sin lugar a dudas no tardaría en disfrutar. Cuando sus dedos alcanzaban mi sexo me frotaba con ellos. Mi cuerpo lo recorría entonces un pequeño escalofrío, mis ojos se cerraban y mis dientes mordían mi labio inferior y de mi boca tan solo salía un pequeño gemido que parecía que iba a romperse en un grito en cualquier momento.
Terminamos la charla, la copa y decidimos irnos. Montamos en la moto y nos fuimos a otro local de intercambio. Allí, por fin, nuestros cuerpos saciarían el deseo que llevaban acumulando toda la noche, pero al llegar nos dimos cuenta que el local estaba cerrado.
Era
demasiado tarde para ir a otro local. Nos pillaban un poco apartados.
Y también para buscar un hostal. Bajamos de la moto y tranquilamente
nos sentamos en un banco mientras pensábamos en que hacer. Carlos se
encendió un cigarrillo. Esa noche hacia un poco de frío, pero mi
cuerpo estaba tan caliente que apenas lo notaba. Tan solo tenia ganas
de sentirlo dentro de mí. Durante un buen rato estuvimos pensando
donde ir a aplacar nuestro deseo y en un momento de locura, y digo de
locura porque yo nunca jamás hubiese reaccionado así, le dije.
- “Follame aquí”.
Su
cara era todo un poema. No se lo podía creer. Algo así saliendo de
mi boca, no era lo normal, pero yo se lo repetí.
- “Fóllame aquí, rómpeme las medias y clavamela aquí mismo”.
No
tardó en reaccionar. Me subió encima de él, me rompió las medias
y me retiró el tanga. Después se bajo la bragueta y dejó libre su
polla, no hubo ningún tipo de problema, su hombría estaba lo
suficientemente dura. Estaba tan caliente o más que yo. No se
entretuvo mucho, se resguardo en mi coñito, húmedo, caliente y que
con tantas ganas le esperaba, rápidamente, brutalmente, tal y como a
mi me gustaba.
No era demasiado tarde, por lo que aun quedaba
gente por la calle. Pero en lugar de cortarnos, añadía un extra de
morbo al placer que aquella cabalgada empezaba a hacer circular por
mi cuerpo. Su boca me susurraba las ganas que tenia de tenerme así.
Sus manos abarcaban mi culo, ayudando a mis piernas en el placentero
trabajo de subir y bajar sobre su inhiesto pene. Mi cuerpo temblaba,
contenía los gritos que de mi boca querían salir y el ritmo de
nuestra follada aumentaba. Mi espalda parecía quebrarse con cada
penetración, Cada vez eran más fuertes. Mis gemidos cada vez eran
más seguidos.
De pronto, un orgasmo me sorprendió.
Mi
cabeza se reclinó hacia atrás, doblando mi espalda. Un pequeño
grito escapó de mi boca, imposible de retener. El placer me
embargaba. Sus manos subían por mi espalda, empujándome contra él,
juntando nuestros labios, besándonos y abrazándonos. Acarició mi
espalda y deslizo las manos por mi espalda hacia mi culo, agarrándolo
fuertemente y comenzando una nueva montada. Apenas estaba recuperada
de mi anterior orgasmo. Ya no podía aguantar mas y mis gritos eran
imposibles de calmar. Cada vez me golpeaba más fuerte contra él
hasta que por fin el orgasmo nos llegó a los dos.
Una
voz desgarrada salió de mi garganta, mis manos se crisparon
fuertemente en su espalda, estaba en la gloria. Muy despacito me
acerque a él, le besé, nos miramos y tan solo le dije.
- “Gracias”.
Me
bajé de él. Nos besamos. Nos recompusimos la ropa. Él se encendió
un cigarrillo y mientras se lo fumaba, estuvimos comentando lo que
acababa de suceder y lo que nos había gustado.
Cuando
se acabó el cigarrillo montamos en la moto y nos dirigimos de vuelta
a mi casa. Yo no dudaba de que Carlos aprovecharía cualquier rincón
oscuro para volver a poseerme en la calle.
Y así fue.
Cuando se decidió por un sitio, aparcó la moto. Nos bajamos, me quité el casco y le sonreí, excitada. Rápidamente su mano buscó mi cintura para subirme en la moto, ni yo misma me conocía, iba a ser penetrada por Carlos en un hueco en una gran hilera de aparcamiento, enfrente de un bloque de pisos, desde el que cualquiera podría vernos. Pero mi cuerpo pedía mas. Separé las piernas y él terminó de romper las medias, destrozó el tanga de un tirón y de nuevo me penetró salvajemente de un solo empellón. Agarrándome de las caderas y manejándome a su antojo, comenzó a moverse. Su pubis golpeaba mi sexo con cada nuevo empujón. Rápidamente, el silencio de la noche se lleno con el chapoteo que mi sexo, inundado de mis flujos y su semen, devolvía a cada bombeo de su pelvis contra mi entrepierna.
Yo intentaba que mis gemidos no fuesen muy escandalosos. Su rostro era la mascara del deseo puro y duro, la lujuria se reflejaba en su mirada, una mirada torva y encendida que me decía que la locura y el deseo, se apoderaban de él, haciendo que cada vez me penetrara mas fuerte.
Cuando el orgasmo se apoderó de mi cuerpo, este convulsionó presa del éxtasis y mi espalda se arqueó sobre el asiento de la moto. Mi cabeza se echo hacia atrás y entonces un escalofrío atravesó mi espalda, aumentando las sensaciones que aquel clímax estaba provocando en mi mente. Mis ojos pudieron ver un desconocido asomado en la terraza. Yo disfrutaba mientras aquel desconocido me observaba y eso me ponía mas cachonda. Mi placer aumentaba mientras mi mente imaginaba que pensamientos oscuros y sexuales correrían por su mente en aquel momento.
Cada
vez gemía más fuerte. Hacía tiempo que quería que me follase
encima de su moto y ese día, finalmente, había llegado. Mientras me
sujetaba por las caderas con una mano, con la otra acariciaba
traviesamente mis pechos. Pellizcaba con dureza mis pezones, haciendo
que mi vagina se llenara de mis jugos. Después de ello comenzó a
besarlos, a chuparlos, a morderlos. Lo cogí de la cara para poder
besarle y pedirle que me diera la vuelta. Así lo hizo.
Me
dio la vuelta, me subió la falda y allí apoyada contra su moto,
volvió a penetrarme. Con un solo golpe, fuerte y seco, me clavo su
miembro hasta que sus pelotas golpearon mi vulva. Se cogió a mi
cintura y comenzó a follarme cada vez mas duro. Mi voz volvía a
romperse. Las penetraciones cada vez eran mas profundas o por lo
menos yo así lo sentía. No quería que parase el orgasmo que estaba
a punto de llegarme y sin duda debió de adivinar mis intenciones,
por que cuando el clímax empezaba a asomarse a mi sexo, se retiro de
mi interior, dejándome frustrada y excitada.
Un instante después, estaba de nuevo perforando mi hendidura con su ariete, llevándome de nuevo al punto en que me había parado la vez anterior. Allí estaba de nuevo, con un solo grito acompañándolo que decía “Siiii.” y sus caderas reducían su cadencia de penetración, deteniendo mi orgasmo justo en la puerta, que cabrón. Mientras sus manos acariciaban de nuevo mis pechos. Cuando mi cuerpo comenzó a relajarse, su mano derecha agarró mi cara y la giró para besarme.
Suavemente
empezó de nuevo a subir el ritmo de entrada y salida de mi coñito.
Mi mirada se desvió hacia aquel desconocido que nos observaba
atentamente, sin perder detalle, y seguro que con ganas de participar
en la pequeña fiesta que teníamos montada. Su mano bajó hacía su
pantalón y pude ver como se desabrochaba, como bajaba su bragueta y
como agarraba su miembro, que ya tenía un tamaño considerable. Pude
ver como se masturbaba mientras nos miraba. Carlos siguió mi mirada
hasta aquel desconocido que se tocaba mientras nos veía.
Aquello debía de excitarle, a nosotros muchisimo.
Su cadera aceleraba cada vez mas, mi manos se agarraban fuertemente a la moto, como queriendo arrancar el asiento de su sitio. El calor que su sexo, enterrado dentro de mi, transmitía hacia que mis gritos aumentaran cada vez mas en numero y volumen. Los de él, también.
Sus golpes cada vez eran más salvajes, cada vez me sentía mas a punto de romperme y el hombre desconocido cada vez se la meneaba mas rápido. Ya no aguantaríamos mucho.
El orgasmo nos llegó a los tres.
Yo me descargue en un éxtasis cruel y salvaje que se transmitió a todo mi cuerpo presa de una serie de temblores espasmódicos. Carlos derramó de nuevo su simiente en el fondo de mi sexo, en borbotones violentos y espesos que golpeaban contra las paredes interiores de mi sexo aumentando con ello las sensaciones de mi clímax. El desconocido debió de terminar también pues cuando abrí los ojos, ya no estaba en el balcón.
Me incorporé y así pude abrazarle y besarle. Volví a darle las gracias por aquellos momentos que me hacía pasar y disfrutar, mientras allí abrazados Carlos colocaba de nuevo la falda sobre mis glúteos y recomponía el escote de mi camiseta. Recuperábamos el aliento lentamente, cuando Carlos aprovechó la situación y clavo dos dedos de su mano derecha en mi sexo. Los removió dentro y cuando los saco, brillantes de jugos, una mezcla de su semen y mi flujo, los llevo hasta mi boca, donde ansiosa y agradecida los chupé hasta dejarlos limpios.
- “No te olvides de que pasado mañana te van a follar ocho”, dijo, provocando una oleada de temblores en mi espalda.
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