Poco a poco fui aupándome hasta la ventana, sin perder de vista la calle y las ventanas vecinas, no quería ser descubierto en mitad del intento.
No sin esfuerzo, alcancé la ventana, corrí el cristal, que por suerte no estaba cerrado completamente, y me deslicé dentro del salón sin hacer ruido.
Sentado en el suelo del salón, esperé a que mi respiración se tranquilizara, ya que intentar calmar el ritmo de mi corazón iba a resultar imposible. No por que el esfuerzo de colarme en aquella casa fuera mucho, sino por las intenciones que llevaba con ello.
Me desnudé tranquilamente y deposité toda mi ropa y calzado en la mochila. Me aclimaté a la escasa luz que los testigos de la televisión y demás aparatos eléctricos irradiaban por el salón y localicé el pasillo. Avancé lentamente, atento a cualquier ruido que pudiera alterar el plan que se dibujaba en mi mente.
Llegué hasta la última puerta y me apoyé ligeramente en ella. La puerta cedió y comenzó a abrirse lentamente. “No esta cerrada”, pensé.
Me deslicé dentro de la habitación y de nuevo me retuve para controlar mi respiración. Hasta ahora todo había sido relativamente sencillo, lo difícil comenzaba en ese momento. Un claro entre las nubes permitió a la luna inundar de claridad el cuarto y pude apreciar mi objetivo. A través del ventanal del balcón se colaba la luz suficiente para poder apreciar las formas de ella.
Acostada boca arriba con las piernas ligeramente ladeadas, los brazos reposando a los lados de su cuerpo, la sabana, enrollada en sus piernas, tapada solo hasta el ombligo, dejando al descubierto sus pechos. Grandes, redondos y de aureola oscura, se curvaban hacia los lados de su cuerpo, agitándose apenas perceptiblemente por los movimientos de su respiración.
Los labios ligeramente abiertos y su pelo arremolinado contra la almohada me dieron ganas de saltar sobre ella, de poseerla allí mismo, así mismo.
Mi sexo comenzó a despertar, en parte por la visión de la que disfrutaba y en parte por la excitación que me provocaba saber lo que iba a ocurrir.
Con mucho cuidado y muy despacio tiré de la sabana hasta que sólo la tapaba de rodillas para abajo. Al descubrir sus caderas, una tira de goma negra me fue descubriendo unas braguitas de algodón negro que cubrían mi objetivo, su sexo, cuya hendidura se marcaba en la tela.
La brisa que comenzó a acariciar su cuerpo, hasta entonces protegido por la sabana, hizo que sus brazos se cerraran sobre sus costados pero también que sus pezones se oscurecieran, contrajeran y erizaran.
Me quede allí, desnudo, erecto y anhelante durante algunos instantes, observando su figura y memorizando cada una de sus curvas, aquellas curvas que deseaba recorrer, saborear, poseer. Deslicé entonces la yema de mis dedos desde su hombro hasta el nacimiento del cuello y desde allí al canal que separaba sus pechos. Muy suavemente recorrí primero el contorno de un seno y después el del otro.
Su piel, tibia por el estado de somnolencia en que se encontraba, comenzó a reaccionar al estimulo de mis caricias y noté como se erizaba alrededor de la zona acariciada. Un gemido apenas audible se escapó de su boca y me hizo detener mi caricia. Era demasiado pronto para que se despertara.
Giró su cabeza y de nuevo comencé a rozar sus senos. Sus pezones estaban ya completamente despiertos. Recorrí el contorno de sus aureolas muy lentamente, con mucho cuidado de no tocar sus pezones.
Sus piernas se abrieron ligeramente.
Dejando una mano en su pecho, deslice la otra por su vientre. El aire se llenó entonces su aroma de mujer. Sus caderas se movían apenas un milímetro, trazando círculos, imitando con ello la caricia de mis dedos en sus senos. Traspasé la frontera de sus braguitas y bajé por su muslo hasta la rodilla, me desvié hacia el interior y comencé a trazar allí también círculos, muy despacio, cada vez mas arriba, con mucho cuidado de no llegar nunca a tocar los dos muslos a la vez. Sus piernas se separaban al ritmo que mis dedos ascendían.
Motivado por sus gemidos, cada vez más profundos, cada vez más seguidos, llevé un poco más lejos mi caricia en sus pechos y rocé su pezón. Su espalda se arqueó, un gemido más prolongado, sus piernas se abrieron más, su mano comenzó a acariciar su torso y su lengua humedeció sus labios.
Subí mi mano por su pierna un poco más, casi podía sentir el calor que desprendía su sexo. El siguiente movimiento era la clave de todo.
Pellizqué suavemente su pezón.
Su cuerpo tembló, sus piernas se abrieron totalmente, mi mano salió entonces disparada, acaparando toda su vulva en la palma de mi mano. Gimió fuertemente y abrió sus ojos completamente. Mi boca se aferró a la suya, mientras su mano intentaba apartar la mía de su sexo y cerraba sus piernas, de repente, en un intento por detener mi caricia. Sus ojos se clavaron en los míos, con una mirada de excitación, sorpresa, deseo, miedo e incredulidad.
Apostando todo al negro, pellizqué con fuerza su pezón al tiempo que la besaba intensamente.
Sus manos dejaron de pelear conmigo y se relajaron al tiempo que se vaciaba en un gemido rotundo que se derramó directamente en mi garganta. Su cuerpo comenzó entonces a despertar del todo al ritmo de mis caricias. Mis dedos no evitaban ya ninguna caricia sobre su cuerpo. Sus pechos recibían toda la atención de mi mano derecha, amasaba sus senos, acariciaba su redondez, golpeaba ligeramente sus pezones y los pellizcaba con pasión, haciendo que me regalara una serie de gemidos directamente en mi oído al tiempo que mis labios saboreaban su cuello.
Mis dedos, escarbando por el lateral de sus braguitas, estimulaban su sexo, extendían por toda su rajita la lubricación que escapaba de su vagina y buscaban la caricia directa sobre su clítoris. Cada pequeño contacto que recibía se traducía en un espasmo de su cuerpo, que llevaba sus caderas contra mis dedos, buscando mas contacto.
Deslicé entonces un dedo dentro de ella. Me introduje de una sola penetración, lenta, pausada, potente, hasta enterrar mi falange completamente en su sexo.
Su sexo, cálido, húmedo, suave, palpitante.
Bajé mi cabeza hasta su pecho. Me apoderé de su pezón son mis labios. Lo lamí, lo chupé, lo mamé, lo mordí, lo circunvalé con mi lengua, mientras mi mano hacía lo propio con su compañero. Sus manos presionaban mi cabeza contra ella, quería más, deseaba más, necesitaba más.
Ya no gemía quedamente. Alternaba los gemidos a cielo abierto con gritos contenidos, que hacían crecer en mí aun más las ganas de ella.
Con otro movimiento, le introduje un segundo dedo en su sexo y dejé a mi pulgar dibujar la curvatura de su hendidura buscando el contacto con su clítoris. Apenas pudo contener un grito salvaje. Su pelvis comenzó un movimiento rítmico que decidí aprovechar. Afiancé la posición de mi mano entre sus piernas, con mis dedos completamente enterrados en su hendidura y mi pulgar contra su botoncito. Ella hizo el resto del trabajo. Su velocidad aumentaba al ritmo de su respiración, pero de vez en cuando se ralentizaba, para retardar su placer.
Me concentré en su ritmo, intentando adivinar cuándo iba a pararse, para hacerla venirse sobre mi mano. En cuanto calculé su ritmo, la dejé hacer hasta la siguiente pausa y entonces la masturbe rápidamente, con fuerza, con ansia por verla correrse, por verla llegar al clímax. Sus piernas se cerraron intentando detener el movimiento de mi mano, pero sólo consiguió aumentar las sensaciones que el vaivén de mi brazo le transmitía, lo que la hizo estallar en un orgasmo.
Se mordió un dedo para acallar el grito que pugnaba por llenar el aire de su cuarto y que acompañaba al orgasmo que mojaba su sexo, mi mano y sus braguitas. Un orgasmo que hacia temblar su cuerpo espasmódicamente, para hacerla descender al valle de su clímax lentamente. Su espalda arqueada y tensa por la intensidad del placer me acercó sus senos y, sin ninguna compasión, le mordí un pezón.
Entonces sí que chilló. Un chillido mezcla de placer y dolor. Sentí como su sexo se humedecía un poco más, como sus piernas se cerraban más aun sobre mi mano, como una corriente eléctrica recorría su espalda haciendo que todos y cada uno de sus músculos se agitaran presa de las sensaciones que mis dientes le provocaban.
Lentamente, la liberé de mis caricias, de mis dientes, de mis dedos, de mis manos y del peso de mi cuerpo sobre el suyo. Me recosté junto a ella, para observar como se recuperaba de aquel primer orgasmo que aun hacía temblar su cuerpo y que hacía arder su piel.
Hizo un intento por hablar, pero mi dedo, aun húmedo de sus flujos la silenció. Mirándola fijamente a los ojos, chupé con gula mis dedos, saboreando su éxtasis, disfrutando de la mezcla de sabores, difícil de explicar pero de un sabor muy agradable.
Se abrazó a mí y pude sentir sobre mi piel desnuda toda la calidez de la suya, toda la fuerza del clímax que aun mantenía su respiración agitada y aspirar el aroma de su placer. Ardía en deseos de ella. Me incorporé y la ayudé a levantarse, tuve que sujetarla un poco pues sus piernas no terminaban de responderla, la dirigí al balcón. Musitó “No, por favor, aquí no”. No sirvió de mucho. La acomodé contra la barandilla del balcón y me deslicé hasta quedar detrás de ella. Mis manos recorrieron sus costados y enganché con mis pulgares sus braguitas, las deslicé hacia abajo, terminando de retirar aquel trozo de tela que obstruía mi camino.
Abrazándola por detrás, de nuevo me apodere de sus pechos. Dejo caer su cabeza hacia atrás y de nuevo gimió para mí. Separé sus piernas y coloqué mi sexo contra el suyo. Mi glande me transmitía la humedad y la temperatura de su rajita. Arqueó la espalda, llevando hacia atrás sus glúteos, intentando conseguir la penetración, pero mi sexo acompañó su movimiento haciendo que no se juntaran más de lo que ya estaban. Me aferré fuertemente a sus caderas y de un empellón brutal la penetré.
Gimió de nuevo, al sentirse llena de mí. Mi nombre se escapo entre sus dientes. Su cuerpo tembló presa del placer.
Comencé, entonces, a follarla tranquilamente con penetraciones lentas y continuas. Disfrutando de la caricia de su vagina en mi miembro, de la calidez de su interior, de la humedad que impregnaba la tensa piel de mi polla, del olor a sexo que ascendía hacia mí, del chapoteo que se producía cada vez que mi glande abandonaba su vagina para regresar de nuevo a su interior.
Sus ojos cerrados, su cabeza caída hacia atrás, su pelo rozando mi pecho, sus pechos bamboleándose al ritmo de mis acometidas, la brisa de la noche sobre nuestra piel sudorosa, la excitación de estar de pie en aquel balcón, expuestos a ser descubiertos por algún vecino o paseante, hicieron su trabajo, y de nuevo, ella se corría para mí.
Una serie de pequeños temblores me indicó que se estaba corriendo. La dejé venirse lentamente. Aminoré el ritmo de mis acometidas en su sexo y reduje la profundidad de mis embestidas para que disfrutara con calma de aquel momento de éxtasis que recorría su mente.
Aprovechando la laxitud de su cuerpo la empujé un poco más hacia delante y apoyé su cuerpo sobre la barandilla, con sus senos colgando libres fuera del balcón. Afiancé mis pies y cuando sus espasmos se espaciaron lo suficiente, comencé por fin a penetrarla fuertemente.
La intensidad y la violencia de mis penetraciones hizo que su cuerpo saliera disparado contra la barandilla, pero mis manos aferradas a su cintura la atraían de nuevo hacia mi. Sus glúteos comenzaron a amortiguar la fuerza de mis empellones con un sonido seco y fuerte. Sus boca se abrió para dejar escapar una serie de gemidos y algún grito que me hizo aumentar aun mas la fuerza de mis embestidas.
- “¡Si!”, chillo por fin.
No necesitaba mucho mas para terminar. Mi mente transmitió la orden, “Descárgate”. Comencé a gemir a su espalda y aceleré el ritmo de mis enculadas. Me aferré aun mas fuerte a ella. Y sentí como una oleada de ardiente líquido nacía en la base de mi sexo y avanzaba por toda su longitud para derramarse contra el húmedo terciopelo de su interior.
Mi mente se desconectó y dejó que mi sexo tomara el control. Mi respiración, agitada, se interrumpía por los gemidos que descargaba sobre ella. Mi espalda se iba atenazando desde la nuca hasta el coxis, vértebra a vértebra.
Chillé con rabia, con ansia, con ganas, con placer, al tiempo que me descargaba dentro de ella. Sentía como mi esperma salía a borbotones desde mi sexo e inundaba cueva. Como una erupción de lava volcánica, salía despedido desde mi glande para alojarse en el interior de su útero. Me quedé allí parado disfrutando de la sensación de vaciarme en ella durante unos instantes.
Los temblores de ella al recibir cada una de mis cálidas descargas me decían que ella también se corría, nuestros jugos se mezclaban dentro de su cueva y esa idea me hacia disfrutar aun mas de aquel instante de placer puro, sin más, sin importarnos nada ni nadie que no fuéramos nosotros.
Los últimos borbotones de mi esperma los acompañé de unas últimas acometidas sobre su sexo, mientras recuperaba el aliento y mientras ella disfrutaba aun de las mieles de su clímax, completamente rígida, cogida a la barandilla para no caerse y con sus pechos meciéndose por fuera de la barandilla.
Su cuerpo tembló una vez mas, sus rodillas fallaron y temió caerse, pero mi sexo aun estaba dentro de ella y mis manos la sujetaban fuertemente por la cintura por lo que la ayude a mantenerse allí.
Con mi polla perdiendo su erección y firmeza, la dirigí de nuevo a la cama y la dejé caer sobre ella. La ayudé a girar sobre ella misma y la dejé boca arriba. Me coloque a su lado, acaricié su estómago y la miré. Ella, aun con los ojos cerrados, disfrutaba de los últimos efluvios de su clímax, remojándose los labios con la lengua y recuperando lentamente la normalidad de su respiración.
Acaricié su monte de Venus y de nuevo tembló al paso de mis dedos. Su entrepierna estaba encharcada de sus flujos, toda ella humedecida por la cantidad de jugo que había destilado su sexo durante nuestro encuentro sexual.
- “No por favor, déjame descansar un poco” me pidió vehementemente.
De un golpe y por sorpresa, la penetré con dos dedos. Chilló de nuevo de placer. Los moví en circulo dentro de ella. Su cuerpo se precipitó entonces en una serie de temblores. Los retiré con calma de esa caricia íntima.
- “Abre la boca”. Le dije.
Obediente, con los ojos aun cerrados, abrió su boca y deslicé dentro de ella aquellos dos dedos impregnados de mi esperma y su flujo. Sus labios se cernieron sobre ellos y los chupó con ansia, torpemente debido a su respiración aun irregular. Su lengua recorrió mis dedos y cuando empece a sacarlos aprovechó para succionar lo poco que podía habersele escapado.
La observé allí tirada, desnuda, sudorosa, aun temblando por el placer, con sus pezones henchidos, oscuros y duros, con sus piernas cerradas, intentando evitar que el éxtasis se escapara de su interior, con su piel ardiendo por la intensidad de las corrientes eléctricas que habían recorrido su cuerpo, con su rostro encendido por el placer, con su pelo alborotado y sus ojos cerrados.
La besé dulcemente y al retirarme de ella le susurre “La próxima vez sera en una playa”.
Sus ojos se abrieron completamente, mirándome con vicio, con ansia, con deseo, con sorpresa, con anhelo, con miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario