La sensación que el agua caliente y burbujeante le transmite, hace que su piel se erice. Siente como todas sus preocupaciones van escapando al ritmo que va sumergiéndose. Cuando la linea del agua llega a su entrepierna, no puede evitar que un ligero estremecimiento recorra su cuerpo. Un estremecimiento que la excita, que hace que sus pezones se hinchen dentro de la cazoleta del bikini. Cuando termina de entrar en el jacuzzi el agua le llega por encima del ombligo. Con los ojos cerrados, para aumentar la placentera caricia del agua, se deja zambullir lentamente hasta que el agua cubre sus hombros.
Se sumerge después por completo liberándose así de todas las tensiones y abandonándose a la sensación de aislamiento sensorial que produce aquel baño. Cuando despierta de su ensimismamiento, el hidromasaje ha terminado. Una ligera decepción cruza su estado de animo, pero la desecha de inmediato pensando en volver a activar el mecanismo de burbujeo. Cuando se decide a hacerlo, una voz masculina le libera de hacerlo.
- “No te preocupes que ya lo activo yo”.
Cuando alza la vista, ante ella se encuentra un hombre, vestido con un bañador de nadador, alto, moreno, algo pasado de kilos pero de espaldas anchas, brazos fuertes, sin vello corporal, calvo y con una perilla entrecanosa que le indica que ya bastantes años han peinado.
Entra seguro y decidido al jacuzzi, se gira sobre él mismo y acciona el botón de encendido. Un borboteo resuena de fondo y de nuevo el agua del jacuzzi comienza a burbujear.
Nieves se deja recostar sobre el borde del jacuzzi y se abandona a la paz de aquel baño. Sus ojos se cierran, su cuerpo se relaja y sus manos caen a los lados de su cuerpo. Un momento después, el ruido del mundo fuera de aquel jacuzzi desaparece y por fin, se relaja completamente, disfrutando de aquel instante de calma, de aquel momento sin que su vida cotidiana la obligue a hacer nada.
El agua acaricia su piel, arrancando con ello el estres y las preocupaciones del día a día. La caricia del agua comienza a ser mas profunda, algunas burbujas recorren el interior de sus muslos y ascienden rozando la tela del bikini, su sexo se hincha ligeramente por la excitación de esa caricia imprevista y su pecho se dilata imperceptiblemente para aumentar el flujo de aire.
Se deja llevar por aquella caricia natural y separa un poco sus piernas para facilitar la trayectoria de las burbujas. Estas aumentan en cantidad y en velocidad por aquel canal que Nieves ha abierto, provocandole un mayor rozamiento. Sus caderas se acomodan involuntariamente para tener mas control sobre aquella excitante columna de aire.
Su cuerpo reacciona a los estímulos y sus piernas comienzan a transmitirle el suave tacto del agua, la calidez que la envuelve, el toque de un millón de burbujas estrellándose y resbalando por su piel. Pero es su muslo izquierdo el que le transmite la mejor caricia. Allí la intensidad del roce, el calor que produce, el placer que experimenta se asemeja muchísimo a una caricia de verdad. No puede evitar mojar sus labios y gemir, pero intenta hacerlo lo mas bajo posible, para evitar que nadie advierta lo que aquel hidromasaje le esta provocando.
La caricia asciende por su muslo lenta pero constante. Siente como su piel se rinde al contacto con aquel torrente de aire que dibuja formas caprichosas sobre su piel. “¿Como?”, piensa Nieves. Lo súbito de su pensamiento se traduce en que su cuerpo se tensa y su mente se enfoca casi completamente en su muslo izquierdo donde descubre que no son burbujas de aire acariciando su piel, sino la yema de un dedo que acaricia muy suavemente su piel, ascendiendo por él.
Su mente se satura de pensamientos. Por un lado desea abrir los ojos, chillar enfadada ante aquel exceso de confianza, defender su honor y recriminar a aquel desconocido por su actitud lasciva y abusadora. Pero en el otro extremo se descubre complaciente con la caricia, orgullosa de saberse el objeto de deseo de aquel hombre, tan apetecible como para llevarle a acariciarla furtivamente y se siente excitada. Excitada como hace mucho tiempo que no lo sentía, se siente de nuevo atractiva, se siente mujer y dispuesta a ser tratada como tal.
En mitad de aquella dicotomía, decide que sea su cuerpo quien decida y se centra en observar las reacciones de su ser. Siente la respiración agitada, su pecho vibrando al ritmo de su respiración, su sexo comenzando a calentarse y a destilar sus flujos. Se descubre de nuevo como aquella adolescente que empezaba a descubrir su cuerpo y los placeres que las caricias le transmitían y deja su mente vagar en una sucesión de rápidas imágenes que le mostraban lo que su sexualidad anhelaba.
Cuando toma la decisión de dejarle hacer un poco mas. Descubre que los dedos de él ya rozan la tela del bikini en la entrepierna y se asombra al reconocer que ha separado sus piernas, ayudando y dando su permiso para ser tocada.
Ansiosa, espera el momento en que sus dedos esquiven la tela y por fin entren en contacto con su sexo. Cuando el dedo pulgar de aquel desconocido se cuela por debajo del bikini y acaricia su sexo en sentido ascendente, su cuerpo se arquea presa del placer. Cuando abre sus ojos, allí esta su cara, mirándola profundamente, con el deseo carnal escrito en su mirada. Quiere decirle un millón de cosas, pero como si le leyera el pensamiento es él quien habla de nuevo, pero esta vez es apenas un susurro, directo a su oido.
- “No digas nada preciosa. Deja que tu cuerpo hable por ti. Tu solo disfruta.”
Su voz suena tranquila, domina la situación y hace que ella se deje llevar por su deseo. Sus dedos apartan con maestría la tela del bikini y ahora siente como el agua acaricia su vulva completamente, provocandole un millón de pequeñas descargas eléctricas que ascienden por su columna y bombardean su mente con oleadas de placer. Siente como los dedos de él separan delicadamente sus labios mayores y como su dedo corazón busca el contacto con su clítoris.
Este aparece henchido y dispuesto a recibir aquel tratamiento. Lo acaricia con calma, con delicadeza, con mimo, aumentando su sensibilidad lentamente, pero sin detenerse. El aire comienza a faltarle a Nieves, pero no quiere parar, le esta gustando. Cuando comienza a ascender por la pendiente del clímax, en pos de la cima, su mano no puede permanecer por mas tiempo quieta y se aferra al tenso antebrazo de su masturbador.
De repente, él retira su mano, interrumpiendo su caricia y cortando el orgasmo que comenzaba a aflorar en su sexo. La rabia por aquella interrupción la hizo resoplar y comenzó a suplicarle.
“No pares, por favor, no pares”, le dijo en voz baja.
“Tranquila preciosa, esto aun no ha acabado”, la tranquilizó él.
No había terminado de hablar cuando dos de sus dedos la penetraron de golpe. La sorpresa del movimiento, la fuerza de su entrada en ella, la facilidad con la que, gracias a su propia lubricación, la habían penetrado, hizo que sus protestas se acallaran de inmediato.
Tan pronto como sintió por completo dentro de ella sus dedos, él comenzó a follarla. Primero entraba completamente en ella, despacio, dejando que sintiera como su coñito los tragaba completamente. Después los dejaba dentro de ella y batía su interior con ellos, haciendo que el placer se expandiera por todo su cuerpo. Luego los retiraba con mucha calma, recreándose en el roce de sus labios sobre la piel. No tardó en acelerar su masturbación y se encontró de nuevo gimiendo rítmicamente con sus dedos.
De nuevo se acercaba al orgasmo.
Atrajo hacia ella el cuerpo de él y clavó sus dientes en el hombro desnudo para evitar que un grito de éxtasis se pudiera escapar y delatar a todos los presentes lo que estaba ocurriendo allí.
Fue entonces cuando el desconocido giró su muñeca y Nieves se sobresaltó al sentir que mientras aquellos dedos continuaban dentro de ella, completamente enterrados en su sexo, el pulgar presionaba sobre su clítoris. Sus piernas se cerraron como un cepo, por la sorpresa de aquel movimiento. Pero él no estaba dispuesto a aflojar y comenzó a mover frenéticamente su muñeca contra su sexo.
Los dedos que la penetraban rozaban las paredes interiores de su sexo y entraban y salían de ella apenas unos milímetros, pero suficiente para hacerla llegar hasta el éxtasis, y con aquel movimiento, su pulgar martirizaba su clítoris, lo estimulaba salvajemente, la presión que ejercía sobre él rozaba el daño físico, pero la sensación la volvía loca.
Cuando por fin llego el orgasmo, Nieves se dejó ir. Clavó aun mas los dientes mientras descargaba la intensidad de aquel orgasmo en un grito potente y continuado contra la piel de aquel desconocido. Sus manos se aferraron al brazo que acababa de regalarle aquel clímax y sus uñas se clavaron en él, quedando, seguramente, marcadas. Su piernas se tensaron por completo y su cuerpo se quedo rígido, arqueándose sobre aquella mano que aun se movía, cada vez mas despacio. Se movía aunque todo su cuerpo descansaba sobre ella, pero para el no parecía suponer un problema moverla por completo.
Cuando dejó de mover su muñeca, Nieves se decepcionó ligeramente, pues su clímax acababa de terminar y comenzaba una nueva ascensión en busca de otro. Fue tanto así que su cuerpo, sin orden por su parte comenzó a moverse, buscando imitar las caricias de aquel desconocido.
El separó con firmeza su mano, desalojando su interior. Nieves gimió suplicante.
Pero él la cogió con un solo brazo por la cintura y la sentó encima de él. Nieves sentía su duro miembro en su entrepierna, se movía buscando su ruta hasta su sexo. La excitación, de nuevo, se apoderaba de ella y aunque jamas había pensado en llegar hasta esto, dejo que sus piernas se fueran abriendo y deslizándose por los lados de las de él. Cuando terminó de sentarse encima de él, su polla golpeó la vulva, hinchada y sonrosada por el placer recién experimentado.
El deslizó sus manos por sus glúteos y la izó ligeramente. No hacían falta mas indicaciones. Nieves asió por primera vez aquel miembro y lo sopesó, notando su grosor, su dureza, las venas que surcaban aquella piel tensa y suave. Apoyó su glande en la entrada de su sexo y esperó. Pareció una eternidad lo que tardó aquel desconocido en decidirse a dejarla caer. Pero cuando lo hizo, sintió como aquel ariete de carne ardiente, la atravesaba por completo. Su sexo se abría ante el tamaño de aquel pene. Y cuando llegó hasta abajo se sintió empalada en él.
No tardó mucho el desconocido en comenzar de nuevo a jugar con ella. Empujándola por las nalgas, la hacia subir y bajar por su falo. El placer recorría su cuerpo al tiempo que aquella polla taladraba su sexo. Nieves se sentía llena, colmada, completa, al notar como aquella lanza de carne de hombre llenaba su interior, hasta el ultimo recoveco y la hacia disfrutar del sexo inesperado.
Sus manos hasta entonces inactivas, cobraron vida y se apoderaron de sus propios senos. Los estrujó con fuerza, los amasó, los sopesó y por fin, se dedicó a los pezones. Los pellizcaba dulcemente, para después apretarlos con todas las fuerzas de las que era capaz. El placer iba y venia en ellos, haciendo que aquella follada, fuera aun mas intensa. Se mordía los labios en un intento por evitar chillar de placer, aunque a estas alturas tampoco le importaba mucho lo que pudiera pasar fuera de aquel jacuzzi. Se sentía plena, sexy, mujer. Tras mucho tiempo, volvía a sentirse deseable, salvaje, loca de deseo.
El desconocido rodeo su cintura con el brazo izquierdo y comenzó entonces a follarla de golpe. La izaba sin problemas sobre su sexo y después la ensartaba de un empellón hasta el fondo. El placer que sentía Nieves era indescriptible. Con cada nuevo empellón, parecía que entraba en ella un poco mas.
No tardaría mucho en volver a correrse y esta vez no podría evitar chillar de placer. Pero el desconocido parecía tener otros planes. Con su mano libre buscó de nuevo su clítoris y sin dejar de penetrarla fuertemente comenzó a masturbarla al mismo tiempo. Aquello era demasiado para Nieves y no pudo contenerse mas.
Su cuerpo se lanzo en pos del ansiado orgasmo, provocandole un millar de espasmos. El desconocido luchaba, ahora contra todo su cuerpo, por mantener el ritmo de sus acometidas y el roce sobre su botoncito.
Nieves tuvo que moverse con fuerza un dedo, cuando el orgasmo la alcanzó salvaje e intenso. Su cuerpo tensó cada uno de sus músculos y sintió como se vaciaba en aquella polla que la penetraba. Los espasmos que le provocaba el orgasmo, hacían que nuevas descargas de placer atravesaran su columna, quemandole, entrecortando su respiración y nublando su mente, dejando solo el placer que aquella follada le estaba proporcionado.
El desconocido salio de ella con dulzura, depositandola de nuevo en su asiento y besándola tiernamente en los labios, que aun luchaban por recuperar su aliento.
Nieves cerró los ojos para disfrutar de los últimos coletazos de su orgasmo y se dejo llevar en un sopor de éxtasis y disfrute. Cuando de nuevo recupero su ser, no podía decir cuanto tiempo había pasado desde su orgasmo, pero allí no había nadie.
Por un momento dudó de su cordura.
Pero cuando acarició su sexo, supo que había ocurrido. O tal vez había sido ella misma la que se había regalado un orgasmo, solo con el roce de las burbujas y ayudada por su imaginación.
Se levantó, no sin esfuerzo y se dirigió hacia las duchas para arreglarse antes de irse. De camino hacia ellas pensaba en lo bien que habría estado de ser cierto, pero que sin duda, aquello quería decir que su cuerpo le pedía que de nuevo fuera una mujer. Decidió complacerle y también decidió que aquella noche volvería a masturbarse en su cama, recordando aquel jacuzzi.
Cuando accedió a las duchas lo primero que hizo fue desnudarse. Su sexo aun húmedo por el orgasmo, estaba hinchado y sensible. Cuando se puso delante del espejo, su cuerpo dio un respingo. En la imagen que le devolvía el espejo, por la cara interna de sus muslos, escurrían dos chorretones de liquido blanquecino, espeso y grumoso que salia de su vulva.
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