Un día, aprovechando una jornada de compensación, decidí tachar otra de mis fantasías con Anabel. Llegué sigilosamente a casa y me mantuve sin hacer demasiado ruido. Sin moverme en casa, sin hacer ni siquiera un café. Solo leía distraídamente, mientras prestaba toda mi atención a los ruidos que me devolvía la escalera.
Así escuché que su marido salía, quedándose ella sola y que como miércoles que era, empezaba a limpiar la escalera del bloque.
Aguardé pacientemente a que pasara por mi rellano en dirección a la azotea. Salí con mucho sigilo a la escalera y me acerqué a ella por detrás en silencio. Me cogí a sus pechos por detrás, fuertemente, mientras le susurraba al oído:
- “SHHHHHH, tranquila Anabel. No grites, no te preocupes, no va a pasar nada que no quieras”, le dije tranquilamente, “Pero ahora mismo, te voy a poner contra estos escalones, te voy a bajar estos pantalones que llevas y te la voy a clavar hasta que te corras sobre ellos, mojándolos con tus corridas. Y después te voy a pintar la garganta con mi esperma”, terminé de explicarle mientras mi mano derecha buceaba en su pantalón en dirección a su rajita.
Allí, con mi mano dentro de su pantalón, masturbando su clítoris, y mi mano izquierda poseyendo su seno izquierdo, apoyé mi erección, marcada en el pantalón del uniforme, entre sus nalgas. Sus caderas no tardaron en empezar a moverse para sentir mas aquel trozo de carne palpitante.
Subí su camiseta por delante y tiré hacia abajo del sujetador, dejando libres sus senos, que rebotaron por la inercia del movimiento. Me aferré entonces a su pantalón y tiré con decisión de él hacia abajo, llevándome sus braguitas blancas con él hasta las rodillas. Pellizcando sus pezones, tiré de ellos hacia abajo hasta hacerla arrodillar en el primer escalón del tramo, quedándome yo arrodillado en el rellano, entre sus gemelos y con la bragueta del pantalón del uniforme contra su húmeda vulva. Al echarla para adelante, sus pezones rozaron el frio mármol de la escalera y esto provocó que diera un respingo que llegó hasta mi sexo, haciendo que se escapara de mi boca un gemido de placer que ella recibió gustosa y entregada.
La penetré con dos dedos, para ir preparando su coñito para la penetración que tenia en mente. Excavé con ellos en su gruta, disfrutando de la lubricación de su sexo, de la calidez de su interior y de los ligeros espasmos que sus paredes interiores transmitían a mis dedos.
Cambié mis dedos por la cabeza de mi polla y me dediqué a jugar en la entrada de su chocho. La penetraba solo con mi glande. Al sentir como su vagina se cerraba sobre la morada punta de mi sexo, detenía la penetración, procediendo entonces a sacarla completamente, para volver a empezar una y otra vez.
El hueco de la escalera comenzó a llenarse de gemidos y de olor a sexo prohibido, aumentando con ello mis sensaciones y disminuyendo mi control sobre la situación. Fui acelerando mis acometidas, tanto en velocidad como en intensidad hasta lanzarme en una penetración intensa y decidida que inundaba el ambiente de sonidos de gemidos ahogados de placer, del chapoteo de nuestros sexos y de golpes de caderas.
Anabel comenzó a correrse. Chillando quedamente, se licuaba con cada nuevo empujón de mi pelvis, impregnando la piel de mi bajo vientre con su esencia y pidiéndome mas, siempre mas,
Agarré sus muñecas con mi mano derecha por la espalda, haciendo que pegara sus senos y su cara a los escalones, mientras mis caderas imprimían toda la violencia que podían a las perforaciones de mi rabo en su coñito. Entré en modo perverso cuando con mi mano izquierda la cogí del pelo. Como se excitaba cuando la forzaba por su pelo. Tiré con fuerza hacia atrás y mirándola con ese sentimiento de propiedad que conseguía sacarme, me apliqué a romperla en dos a base de pollazos
- “¿Es así como te gusta que te follen, verdad?”, le pregunté retoricamente.
Allí estaba Anabel, de rodillas en la escalera, semidesnuda, follada por su vecino, y no podía hacer otra cosa que correrse como la pervertida viciosa que era.
Su cuerpo comenzó a temblar otra vez, a causa del placer que recibía por la follada y la situación, mientras me pedía gimiendo, una y otra vez:
- “Follame cabrón, parteme en dos”.
Cumplí con sus deseos. Penetrándola con fuerza, con rabia. Me clavé en ella completamente, hundiendo en su sexo todo mi miembro salvajemente. Disfrutando de su entrega, de la humedad de su vagina, el ardor de su piel, el sonido de mis enculadas y la fricción de mi polla en su interior.
Cada vez Anabel desfallecía antes, sus piernas empezaban a fallar con cada nuevo clímax y sentía como se iba deshaciendo entre mis manos que tenían que sujetarla con mas fuerza para que mis acometidas no la desparramasen por las escaleras. Y esto me llevó en volandas hasta mi orgasmo. La violencia de mis envites, la excitación que me producía estar follándome a Anabel en las escaleras, con sus tetas aplastadas contra el escalón superior, la lubrica calidez de su caricia intima y el placer de sentir su entrega absoluta a mis deseos me deslizaron hasta el borde de mi orgasmo.
Me centré en el cuerpo de Anabel. Me centré en sentir cuando alcanzaba el éxtasis. Su cuerpo se tensó momentáneamente, atenazando cada musculo, tensando cada tendón de su cuerpo, para descargarse de toda esa tensión en un grito prolongado y placentero que fue seguido de la laxitud de todo su ser.
Me salí de ella, dejándola caer sobre el piso. Que imagen mas sugerente, mas excitante, aquella mujer, allí despatarrada, inmóvil sobre los escalones, con su cuerpo medio desnudo, con el flequillo pegado a su frente por el sudor, con la cara interior de los muslos brillante y encharcada por su placer, respirando entrecortadamente y con unos ligeros temblores que hacían vibrar todo su cuerpo.
Me puse en pie, tirando de su pelo la incorporé lo suficiente para hacerla sentar en el escalón, con su cara a la altura de mi sexo. Me masturbé frente a ella con rapidez. Ella abrió su boca ligeramente, sacando a pasear su lengua, en un intento de complacerme, pues pensaba que quería correrme en su boca.
Cuando el orgasmo por fin me venció, disparé contra su cara, su pecho, su boca y parte de las escaleras mi corrida. Andanada tras andanada, eyaculé un torrente de blanco esperma contra ella, dibujando en su piel níveos trazos de espeso semen en sus mejillas y pechos, algunas gotas alcanzaron su lengua y boca, saboreandolas con ansia y algunas mas cayeron contra el claro mármol de la escalera.
Cuando terminé de descargar mi corrida, la solté, dejando que se recuperase poco a poco de nuestro escarceo. Recompuse mi uniforme, guardando mi pene, semiflaccido, y sonriendo al ver la mancha de flujo que se marcaba en mi pantalón. La miré entonces a ella. Estaba recogiendo con la yema de su dedo indice cada gota de mi esencia de su cuerpo y tragándosela. Que cabrona, como sabía lo mucho que me ponía eso.
Cuando terminé de acicalarme, la ayudé a levantarse y a colocar de nuevo cada prenda en su sitio. En el suelo de la escalera se podían ver varias gotas de mi semen, algunas gotas de su flujo y el rastro inequívoco de su vulva marcado en el suelo:
- “Muy bien Anabel, este ha sido muy bueno. Y como premio, estos escalones no los vas a limpiar”, le susurré al oído, “Quiero que cada vez que pases por aquí te acuerdes de como te follé en la escalera”.
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