Pasamos
al salón, allí me espera Antonio. Mientras charlamos y bebemos unas
cervezas, Irene nos regala unas vistas maravillosas de su coñito,
con sus piernas abiertas y echada hacia atrás, su mano se dedica a
jugar con su clítoris mientras seguimos hablando distraidamente.
A
la hora de comer, mientras Antonio y yo comemos, Irene ya desnuda
está debajo de la mesa chupándome la polla. No la dejo acabar.
Cuando estoy a punto de correrme, la aparto y descanso, mientras le
acaricio las tetas, pellizcando sus pezones, sintiendo su peso, su
calor, su textura en mi mano. Cuando terminamos de comer, mientras
Antonio amablemente recoge la mesa yo subo a Irene a la mesa y la
follo allí mismo, cogiéndola de los pechos, bramando como un animal
y gritando como un loco cuando me voy a correr, derramándome sobre
el estomago de Irene, dándole la enhorabuena a Antonio por lo bien
enseñada que la tiene.
Con
mi corrida todavía sobre su estomago llevo a Irene hasta su cama
donde la ato y pido a Antonio que baje a comprar tabaco, tiempo que
aprovecho para poder acicalarla, para afeitar su pubis, pasando a
menudo mi mano por su sexo, comprobando lo suave que va quedando así
como el grado de humedad que va adquiriendo toda su rajita, como su
clítoris va hinchándose, como sus labios van henchiéndose por el
aumento del riego sanguíneo en la zona y como su vulva va poniéndose
cada vez mas oscura.
Cuando
creo que el trabajo esta acabado, son mis dedos los que se introducen
buscando su interior, son tres dedos los que entran dentro de ella,
haciéndola querer gritar de placer, pero al mismo tiempo mi polla se
encarga de evitar que grite, entrándole hasta la garganta,
provocándole arcadas.
Cuando Antonio sube con el tabaco cambio mis dedos por su polla, pero no puede correrse, ni ella tampoco, solo dos empujones, dos potentes empujones y en su lugar introducimos un huevo con mando a distancia. Le ponemos unas braguitas, una minifalda, un top sin sujetador, para que sus gordos pezones se vean sin dificultad y la pintamos como lo que es, una autentica zorrita, una esclava del placer.
Nos
dirigimos a un centro comercial y allí a la entrada la soltamos.
Solamente tendrá contacto con nosotros por sms, así recibirá
nuestras ordenes. Se pasea por el centro comercial, recibiendo de vez
en cuando y sin previo aviso las descargas del huevo vibrador, que a
fuerza de repetirse empiezan a hacerla gozar. En ocasiones debe
pararse y sentarse para disimular lo que pasa en su sexo, pero sus
pezones no se pueden esconder y todos cuantos se cruzan con ella se
giran a mirarla. La hacemos pararse a tomar un café en una terraza,
el camarero le toma nota más atento a su abertura de piernas que a
su pedido, la mesa de enfrente no pierde detalle de sus cruces de
piernas.
Entra
en el cine, en la última fila no hay nadie, primero es Antonio quien
recibe como premio una mamada de escándalo, echándole toda su
corrida sobre el pecho, a continuación soy yo quien continúa con el
juego de igual manera. Mientras guardamos nuestros miembros aun
erectos, le ordeno a Irene que se masturbe con las piernas sobre las
butacas delanteras y así poder observar nitidamente como su mano se
pierde en su húmedo sexo, como sus dedos van surcando el valle de
placer que se oculta bajo su pubis, sus dedos corrían por entre sus
labios, buscando el botón de su clítoris, ya hinchado, mientras
pequeños hilos de fluidos resbalan por sus nalgas y así continua,
aumentado la velocidad de sus caricias, mientras su orgasmo llega
salvaje, convulsiona, presa del placer, mientras su pecho sube y
baja, intentando coger aire y recuperar el aliento perdido por el
placer recibido.
Tras
la película, salimos del cine y nos dirigimos al coche. Irene camina
dos metros por delante de nosotros, el huevo funciona de continuo,
apenas puede dar tres pasos seguidos.
Cuando llegamos al coche
ella se sienta delante, se sube la minifalda, se quita las bragas,
que están empapadas y se baja el top. Nos dirigimos al campo.
Durante el trayecto los coches con los que nos cruzamos disfrutan de
los volúmenes de Irene, expuestos sobre el asiento a todo aquel que
quiera verla y disfrutar de su desnudez, de su fragilidad, de su
docilidad.
Al llegar aparcamos, buscamos un lugar adecuado
donde atar a Irene y nos vamos a dar una vuelta dejándola allí.
Observamos a un par de excursionistas que pasean ajenos a lo que se
van a encontrar. Los seguimos con la mirada, ambos observan con
sorpresa a Irene, de repente uno de ellos se arma de valor y por fin
se decide. Se acerca por detrás y sin mediar palabra la penetra, son
apenas tres empellones los que le achucha antes de correrse. A
continuación el otro, siguiendo su ejemplo, la folla también desde
atrás. Aguanta un poco mas, pero no lo suficiente, cuando volvemos a
soltar a Irene esta a punto de correrse, necesita correrse, pero no
la dejamos tocarse, la corrida de sus dos folladores resbala por sus
muslos y así volvemos al coche y nos vamos para casa.
Al
regresar a casa, después de nuestra aventura campestre, toca pasar
por la ducha. Ya en el baño desnudamos a Irene mientras nuestras
manos y lenguas juegan alegremente con cada rincón de su piel sin
previo aviso. Ya en la bañera, la mojamos bien y procedemos a
extender el jabón por todo su cuerpo, lentamente, apreciando cada
curva, cada pliegue, cada rincón, cuando veo que esta demasiado
excitada la remojo con agua fría. Su cuerpo se tensa, se muerde el
labio inferior, los gemidos de queja son cada vez más fuertes, pero
también es cada vez mayor la excitación, con cada nueva caricia
tardamos menos en excitarla de verdad, podemos apreciar con claridad
como sus jugos resbalan por la cara interior de sus muslos. Los
pezones erectos tiemblan ante los envites de mi lengua, ante los
mordiscos mas o menos fuertes que reciben, no puede gemir, no puede
tocarse, no puede tocarnos, solo “sufrir” en silencio esta dulce
tortura. Cuando ya esta bien enjabonada la aclaro y la seco, como a
una niña pequeña, dibujando con la toalla cada una de sus curvas,
buscando cada uno de sus puntos sensibles, queriendo impregnar en la
toalla su olor, su esencia.
Entonces
somos nosotros los que entramos a la ducha y mientras nos duchamos y
nos secamos ella debe de complacernos, sin importarnos lo más mínimo
la posición forzada en la que se encuentra, en que el chorro de agua
le cae sobre la cara, en que una vez limpia y seca vuelve a mojarse.
Su boca esta sedienta de polla, de leche de macho, de esencia de
hombre.
Lo hace tan bien que consigue que me corra, eso no puede ser, hay que castigarla, así que la llevamos todavía mojada hacia el salón, la ponemos sobre la mesa con las tetas apoyadas en ella, pero accesibles a nuestras manos, la atamos de pies y manos.
Antonio se pide la boca. Comienza a follarle la boca mientras le dice lo mala puta que es, lo mal que ha hecho al correrme con su boca, al tiempo que yo introduzco un consolador en su coño y sin preguntar apoyo la punta de mi polla en su ano. Un poco de saliva ayuda a la penetración, noto como su esfínter se abre ante la acometida de mi polla, como milímetro a milímetro, mi pene entra dentro de su culo. Cuando estoy totalmente dentro me quedo quieto notando las vibraciones del consolador del coño y dejando que sea Antonio quien marque el ritmo de la follada. Poco a poco, los gemidos empiezan a intentar escapar de su garganta, ocupada con la polla de Antonio. Irene, esta a punto de correrse, intenta decir algo pero por toda respuesta lo único que obtiene es un empujón de Antonio, tan profundo que le produce una arcada, no puede hablar, no puede gemir, no puede gozar, solo puede obedecer a su chulo, a su dueño, a su amo.
Cuando
Antonio esta a punto de correrse me hace una señal y al tiempo él,
el consolador y yo nos salimos de nuestros alojamientos, un quejido
lastimoso sale de la garganta de Irene. Esto es inconcebible, así
que me aplico a una sesión de azotes en ese culazo maravilloso,
hecho con el único propósito de ser follado y azotado, los cachetes
empiezan a coger color, por fin, Irene ha comprendido su error y no
vuelve a decir nada más.
Antonio
y yo nos colocamos delante de ella y nos masturbamos, teniendo
muchísimo cuidado de apuntar bien nuestra corrida sobre su cara.
Cuando terminamos de eyacular, Irene nos limpia el pene, no dejando
rastro alguno de semen, pero no puede tragárselo, no, debe dejarlo
resbalar por su cuello, queremos verlo llegar hasta su pecho y allí
la dejamos mientras bajamos al bar a tomar una cerveza y discutir
nuestra próxima jugada.
Cuando
regresamos allí esta Irene, todavía atada a la mesa, expuesta,
vulnerable, desnuda y con nuestras corridas ya secas sobre su cara y
torso.
De
repente nos damos cuenta de un pequeño detalle, la ventana del salón
estaba abierta de par en par, cualquiera ha podido ver el culo y el
coño de Irene allí expuesto, esa sensación nos enciende y nos hace
desear follarla de nuevo así que lo echamos a suertes y gana
Antonio.
Es el primero en follársela allí atada, la penetra sin compasión, regalándola el oído con toda clase de improperios, recordándole todo lo que ha hecho y dejándole ver lo que va a hacer, mientras yo le pregunto a Irene como nota y como siente la polla de su follador, que siente cada vez que sus pelotas golpean su coñito, cada vez que sus jugos manchan el pubis de Antonio. La azota al ritmo de la follada. Antonio no tarda en correrse, ni ella tampoco, gime, grita, muge, chilla, se está corriendo la muy cerda. Y en ese momento el le suelta, todo lo dentro que puede, su corrida, con un par de últimos empujones que le ponen los ojos en blanco a Irene.
Ha
llegado mi momento, ocupo mi posición y de un solo empujón se la
meto hasta el fondo, esta caliente, húmedo, abierto, como el de la
puta que le gusta ser, noto la corrida de Antonio dentro de ella y
empiezo a bombear al tiempo que empiezo a decirle a él lo buena puta
que es, lo bien que se deja follar, lo maravilloso que es su coñito,
lo bien que grita. Irene empieza a gritar de nuevo. Ya no gime,
grita, chilla, se corre una y otra vez, Antonio le esta recordando
todas las veces que la quiso ver así y ella no se dejo. Le dice lo
cerda que es y lo orgulloso que esta de ella, sus jugos caen por mis
piernas mezclados con la corrida de Antonio, estoy a punto de
correrme y siendo así acelero mis empujones, esta vez no habrá
parada, esta vez será todo para ella.
Me corro. No se si ella llega antes, al tiempo o justo después que yo, pero no me importa, por la cantidad de flujo que hay, va servida mas que de sobra. Además no hay que olvidar lo que es. Con mis últimos empujones Antonio le da su polla a Irene para que la limpie y cuando termina con ella, yo también se la dejo para que me la limpie.
Antonio
trae un abrigo de Irene, la desatamos y le ponemos únicamente el
abrigo y unos zapatos, le limpiamos la cara y bajamos a la calle.
Andamos hasta la parada de metro, entramos, Irene va cogida del brazo
de ambos, en voz baja nos cuenta que nuestras corridas están
resbalando por sus muslos y que se van a ver, no nos importa, es lo
bueno de pasear con una sumisa.
Entramos en el vagón del metro, nos vamos contra una esquina y empezamos a meterle mano, primero uno y luego el otro, tocando sus tetas, sacándolas fuera del abrigo cuando la situación lo permite y por dentro cuando no. Cuando el vagón comienza a llenarse el ataque ya es mas serio.
Sus
muslos están resbaladizos y pegajosos por los flujos que han
resbalado y ha dejado un pequeño charquito en el suelo.
Así
que hablo con Antonio y mientras el vigila y busca un nuevo cómplice
yo voy calentando el ambiente con Irene. Le abro el abrigo y meto mi
mano entre sus piernas, están calientes y húmedas, intenta frenar
mi avance, pero las separa un poco, lo justo para que pueda
introducir tranquilamente un par de dedos dentro de su coñito.
Antonio llega hablando con alguien, distraídamente, que al ver como
en la parte de atrás hay una pareja en la que ella desnuda esta
siendo pajeada por él, empieza a mirar y a tocarse por encima de la
bragueta.
Irene
adivina nuestras intenciones y su mirada de suplica es correspondida
con la orden de masturbar a este nuevo amigo. Disimuladamente,
mientras yo la masturbo a ella y el nuevo amigo se encarga de tocarle
los pechos a voluntad, pellizcándole los pezones duramente, Irene
masajea la polla de aquel desconocido, lentamente al comienzo,
aumenta de velocidad hasta que empieza a temblar anunciando su
orgasmo. El desconocido agacha su cabeza intentando besarla, pero no
le dejo, eso no esta permitido, no se besa a las putas. Así que él
le anuncia su corrida inminente y le ordeno a Irene que recoja en la
mano toda su corrida. Y así lo hace, obediente, sensual, morbosa,
con mirada de placer, de vicio, de sexo futuro.
El
tren llega a la estación. Nos despedimos de aquel desconocido y nos
bajamos. Caminamos hacia la salida. Irene aun lleva en la mano la
corrida de aquel desconocido. Al salir a la calle, se nos acerca un
hombre. Antonio lo saluda y nos presenta:
“Carlos, éste es David, el marido de Irene”.
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