Ese fin de semana me enteré de que era la feria de una ciudad que hay al lado del pueblo donde estaba descansando unos días. Así que me acerqué el viernes por la noche. Estuve por ahí en las carpas, pasándolo bien con unos amigos, tomando unas copas y disfrutando del ambiente.
Me lo pase tan bien que el sábado volví a ir. Quede en que me encontraría allí con unos amigos, así que ahí estaba yo, en una de las carpas, pasándolo bien y me di cuenta de que si te ven sola, salen todos los tocones.
Todo el mundo pasaba, y el que más y el que menos todos tocaban un poco, un roce, una pasada de mano, ¡que gente!.
De pronto noté una mano muy descarada tocándome el culo, yo estaba charlando con una chica y de reojo miré quien era el osado para soltarle unas frescas, pero lo que vi no me disgustó para nada. Era un chico muy joven, pero tenia algo que me encantaba. Viendo que no le decía nada, el chico siguió.
Yo me despedí de la chica. Me giré y estuve charlando un rato con él. Cuando bailábamos, me acariciaba, nos rozábamos. El chico me confesó que llevaba rato mirándome y que le encantaba. No sé si fueron los mojitos, el ambiente, él, no lo sé, pero de golpe ese chico me resultaba irresistible, me metía la mano por debajo de la falda, me sobaba los pechos, me comía la boca.
De golpe me propuso vernos en los baños. Yo accedí. Nos colamos los dos en el servicio de hombres. Me sentó en la taza, se desabrochó los pantalones y me la dejó toda dura y húmeda delante de mi cara. ¡Menudo aparato tenia el niño!, ¡madre mía!. Un capullo bien gordito, como me gusta a mí.
Se la comí lentamente, profundamente. Su polla entraba en mi boca hasta el fondo, obligándome a abrirla por completo. Sentía su glande golpeando mi campanilla y su tronco deslizándose por mis labios húmedos.
Así estaba hasta que me dijo que me pusiera a 4 patas encima de la taza. Me subió la falda, me bajó las braguitas y dejó a la vista mi chochito empapado. Apoyó su capullo contra mi rajita y me la metió toda de golpe, de un solo empujón. Me dolió un poquito al principio, pero luego se transformó en placer.
Era un niño, pero sabía usarla muy bien. Fue subiendo el ritmo de sus embestidas, agarrándose en mis caderas, luego en mi pelo. Tenia la cara pegada a la pared y notaba sus embistes cada vez más dentro. Era como si quisiera meterme también sus huevos. Los espasmos de su polla me avisaron de que estaba llegando. Me la sacó de golpe, por un instante me enfurecí por aquella retirada, me hizo dar la vuelta rápido, me la metió de nuevo en la boca y lo soltó todo.
Casi me atraganto, pero me encantó. Su esperma se descargó violentamente en mi boca. Con cada espasmo de su cuerpo, una oleada de semen cálido, espeso y grumoso chocaba contra mi paladar, resbalando luego sobre mi lengua. Terminé de chuparle hasta la última gota de líquido que quedaba en su sexo y tragué con deleite aquella simiente joven. Estaba deliciosa.
Escuchamos una voz. Era el chico que estaba en la taza de al lado.
- “¿Habéis acabado?”.
- “Sí”. Contesto mi acompañante, sonriente.
- “¿Me pasas a tu zorra?”. Preguntó de nuevo ni corto ni perezoso.
¿Se refería a mí?, ¿será posible?.
Me quedé de piedra cuando el chico le dijo que sí, pero que luego se la devolviera, que quería más de mí.
¿Se me estaban sorteando o qué?, ¿y mi opinión?.
El chico con el que estaba me dio un beso en la boca y me dijo que le encantaba lo que hacia por él, que era una fantasía que había tenido siempre y que yo era un sol, que le hiciera el favor. No sé porqué, pero ese niño me encantaba. Salió y entró el otro.
¡Era otro niño!.
Ni siquiera me saludó. Cerró la puerta, se bajó los pantalones y su polla asomó como un resorte por la tira de los calzoncillos. No era tan larga como la de mi niño, pero sí que era realmente gruesa. Me la metió en la boca y estuve chupándosela un buen rato. La excitación de aquella situación insólita me hacía devorarla con más ansias. Relamí su tronco y me deleité observando aquella piel tensa, suave y brillante, completamente empapada en mi saliva.
Me hizo volverme, de pie, echada hacia adelante y me la clavó sin aviso. Empezó duro, profundo, rápido, muy brusco. No buscaba que me gustara, sólo quería follarse a la zorra, como él decía. Me estaba dando morbillo la situación. Saberme follada como lo haría con una puta, sin miramientos, hizo que mi mente amplificara las sensaciones que su ariete provocaba en mi interior. Al poco noté como me llenaba el coñito con su crema. Vació sus cojones dentro de mí al ritmo de cuatro empellones profundos y salvajes.
Me dio un manotazo en el culo. Me dijo que había sido una buena zorra. Salió, me quedé sentada en la taza, pensando en lo que había sucedido esa noche. Mi cuerpo aun recordaba sus pollas. Mi boca aun conservaba el regusto de la corrida de mi niño y mi sexo palpitaba por la penetración de aquel chico.
Mientras estaba en mis pensamientos llamaron a la puerta. Era mi niño. Le abrí, entró y se quedó mirándome. Mis pechos asomaban por encima del sujetador a través de la camisa abierta, mis bragas enrolladas en los tobillos, la falda subida y mis piernas separadas mostrando sin ningún pudor mi sexo.
Mi niño me dijo que había sido de lujo estar mirando como me follaban. Debía de estar subido a la taza de al lado, viéndolo todo, como había hecho el chico que acababa de salir.
¡Madre mía!, ¿de pronto me había convertido en un juguete para niños?.
El chico me acarició con ternura, me besó y me susurró al oído lo que había significado para él lo que había hecho. Me preguntó si lo haría una vez más. Le dije que no, que ya era suficiente, que no era ninguna zorra, tal y como había dicho el otro chico. Pero él me insistía, mientras me acariciaba y clavaba en mí sus ojitos de cachorrito.
En que andaría yo pensando. Accedí. Seré tonta. ¡Y entró otro niño!. ¿Pero aquello qué era, la guardería?. El niño estaba muy nervioso, casi no atinaba a desabrocharse. Por fin se la sacó. Me pidió que se la chupara. Mientras chupaba aquel trozo de carne ardiente y dura, me acariciaba la cara y los pechos. Este niño era todo ternura. El tamaño de su polla me permitía tragármela completamente. Mi nariz golpeaba contra su pubis. Me dediqué un rato a aquella polla, saboreando su ternura, apreciando cada vena de su talle. Mordí con dulzura su glande y acaricié con calma sus testículos.
Finalmente se corrió en mi boca. Tensó su cuerpo y disparó en mi boca una andanada increíble de esperma. Se vació por completo para mi, llenando casi por completo mi boca con su semen. Me separé ligeramente de él y le mostré toda su esencia en mi boca. Tragué ostensiblemente.
Me dio un beso en la mejilla y me dijo que merecía la pena lo que había tenido que esperar. Se fue.
De nuevo entró mi niño y me dijo que era un encanto. Nos besamos apasionadamente. Me dijo que lo había puesto a mil otra vez. Me preguntó si me apetecía hacerlo otra vez con él.
Le dije que sí.
Me penetró tal y como estaba. Allí sentada, sobre la taza del váter, con las piernas abiertas. Él de rodillas entre ellas me embestía con furia, casi como un animal. Apoyó mis piernas en sus hombros y se incorporó un poco. De repente, me la sacó. Apuntó su gran capullo hacia mi culo, empapado por la mezcla de fluidos de mis orgasmos y la corrida del segundo chico. Hizo un poco de presión y entró la cabeza. Un espasmos atravesó mi espalda y un grito de dolor y placer se escapó de mi garganta.
Era enorme. Estuvo un poco así, con movimientos lentos, dejando que mi esfínter se fuera acostumbrando a su tamaño, hasta que de golpe me agarró las caderas y me la metió entera.
¡Que dolor!.
Quería que me la sacara, pero deseaba más que siguiera taladrando mi ojete. Ahí estaba yo, con la cara contra la pared y el agarrándome fuerte y destrozándome el culo.
Aumentó el ritmo de sus embestidas. El dolor por la penetración imprevista se me estaba pasando ya. Noté como su cuerpo comenzó a temblar y recibí en mi ano toda su corrida. Borbotón tras borbotón, se derramó dentro de mí, regándome el culo con otra descarga de semen que parecía fundir mi interior. Aquella sensación recorrió mi espina dorsal hasta mi mente y mi cuerpo reaccionó corriéndose, descargando toda la tensión y la excitación acumuladas en una serie de espasmos que me empalaron aun más en su polla. Mientras resoplaba fuertemente intentando recuperar el aliento.
Así acabamos.
Me compuse un poco como pude y nos fuimos juntos a la carpa otra vez. Él con los huevos bien vacíos. Yo con las braguitas en el bolso y notando como por mis piernas resbalaba la leche de mis niños.
Al fin y al cabo tenían razón, quizás sí fui un poco zorra.
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