Camino de casa pensé por un momento en algo parecido a una cena, pero descarté la idea, no me apetecía más que cama, aunque sólo de dormir. Con la tranquilidad propia del que se sabe cansado, me desnudé y me tumbé sobre la cama. El sueño no tardó en vencer a mis ojos y antes de lo pensado me dejé llevar por los cantos de Morfeo.
Algo agita mi calma. En mitad de la somnolencia puedo apreciar primero un ruido, algo parecido a una puerta que se cierra. Luego unos pasos ligeros y suaves. Ropa que cae al suelo.
Siento algo cálido que se sitúa junto a mí. Puedo notar como la temperatura de mi piel va aumentando en un intento de adecuar la calidez de mi dermis. Una cálida sensación acaricia mi pecho, recorriendo mi vientre, dibujando formas caprichosas en mi pubis y por fin se apodera de mi sexo, iniciando una suave masturbación.
Acierto a abrir los ojos y allí está ella, frente a mí.
Sus ojos me hablan de travesuras. Mi mundo se apacigua, mi sexo se despierta por sus sabias caricias y mi mente empieza a pensar en cómo proporcionarle el placer que tanto desea. Se acerca a mi oído y me susurra que esta vez es solo para mí, que está allí solo para hacerme gozar, para verme disfrutar.
Me besa con pasión pero con tranquilidad, su cuerpo se funde con el mío, noto cada una de sus curvas, cada recodo de su ser, cada poro de su piel. Su pecho reposa sobre el mío. Sus pezones inhiestos marcan la piel de mi torso. Sus piernas aprisionan mi sexo y le indican el camino hacia su sexo. La calidez de este abrazo hace que mi hombría se termine de despertar y siento como su excitación recorre la piel de mi sexo. Se incorpora un poco y sabiamente sus caderas colocan mi glande en la entrada de su coñito, húmedo y receptivo.
Se deja caer un poco y comienzo a entrar en ella, no puedo hacer nada por evitarlo, por hacerlo de otra manera, yo sólo soy un invitado a esta fiesta, ella se encarga de todo. Voy enterrándome en ella al tiempo que el placer de esa caricia íntima hace que mis sensaciones aumenten, las amplifica, ella sabe muy bien como hacerlo, como tenerme sometido, anhelante y deseoso de sentirla.
La lubricada suavidad de su interior envuelve mi ariete, apenas puedo contener un gemido al notar como nuestros pubis chocan. Intento hablar pero un dedo en mis labios me ordena que no lo haga, no necesita decirlo dos veces, solo quiero complacerla. Comienza un ligero contoneo de sus caderas que amplifica la impresión de profundidad de nuestro acoplamiento.
Mi ser deja de pertenecerme, nunca ha sido mío, pero esa falsa impresión desaparece cuando se acuesta sobre mi pecho y me besa, sus piernas se cierran y aprovechan esa posición para seguir contoneándose sobre mi vientre, trasmitiendo a mi mente, al centro del placer de mi ser, un roce que invoca mis mas bajos instintos.
La beso, la abrazo, mis brazos intentan desesperadamente asimilarla a mi propio cuerpo. Las oleadas de placer que su movimiento transmite se intensifican, respiro trabajosamente, gimo casi en silencio, me muerdo los labios, mis manos se crispan sobre su espalda, mi pelvis se lanza en un vaivén acompasado con sus movimientos buscando mas profundidad en nuestro escarceo.
Mi cuerpo se tensa, mi espalda se arquea ligeramente y así consigo entrar un poco más en ella. Ella acelera su cintura. Mi sexo se hincha. Sus gemidos caen directamente a mi garganta al ritmo que nuestras lenguas se entrelazan en otro abrazo que hace que estemos aun más unidos.
Se incorpora sin dejarme salir de ella, me cabalga sin pausa, sin piedad, sabe a donde me lleva este tratamiento y no frena lo mas mínimo.
Puedo ver su cabeza mirando al cielo. Por sus gemidos me imagino su labio inferior pálido por la fuerza que aplica en mordérselo, sus ojos cerrados para aumentar el placer de las sacudidas que su sexo derrama directamente en su cerebro. Sus uñas se clavan en mi pecho. Dolor, placer, dolor, placer, las sensaciones que me provocan son extrañas. No consigo decidirme, no quiero dejar de sentirlo todo.
Las convulsiones de mi cintura son el signo inequívoco de cuanto está por acontecer. No puedo mas, mi resistencia está al limite, mi aguante esta sobrepasado, estoy derrotado y vencido esperando el golpe de gracia de mi amante.
Gimo, grito.
- “Dámelo”, es todo cuanto dice.
Es todo cuanto puedo hacer. Me despeño por un precipicio, caigo sin remisión por un tobogán que acelera mi corazón, que emponzoña mi mente. Mi cuerpo me abandona y todo lo que queda es la sensación de vaciarme dentro de ella.
Siento como me bombeo a su interior, llenándola de mí, de la esencia de lo que soy, de lo que quiero, de lo que siempre seré. Mi cuerpo tiembla, mi pelvis ayuda con sus contracciones a depositarme en lo más profundo de su ser. Noto por sus movimientos que el momento es mutuo. Aprecio como su vagina se contrae espasmódicamente sobre mi sexo, siento como su cuerpo degusta el placer, obligándola a ensartarse un poco mas, a sentirse mas llena de mí.
Tiembla al mismo ritmo que yo, su cuerpo se tensa sobre el mío, sus piernas se aferran a mi cintura, su pecho parece un potro desbocado, pero esta en silencio, interioriza cada uno de sus gemidos que apenas se escuchan como un eco lejano.
Me despierto.
Estoy solo. Mi frente perlada de sudor. Mi pecho agitado intentando conseguir el aire que mi cuerpo solicita. Mi sexo aun henchido esta aprisionado por mano y mi vientre manchado de mi esperma.
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