- "Carlos, voy al aseo. Sigue las instrucciones que te mandaré al móvil", le susurro al oido, levantándome de mi butaca, aprovechando para mordisquearle el lóbulo de la oreja y dirigiéndome hacia los servicios, sin mirar atrás, meneando el trasero, enfundado en aquella minifalda de tubo, con toda la intención y sabiendo que Carlos me observaba juguetón.
Entro
al aseo. Hay una señora lavándose las manos. Intercambiamos los
buenos días de rigor e inspecciono los servicios. Me decido por el
tercero. Entro en él. Le mando por WhatsApp una foto de mis pechos
con la leyenda "Estoy en el tercer aseo, ven".
Cuando recibe mi mensaje, Carlos se apresura a levantarse de su butaca, se dirige decidido hacia el servicio de mujeres y sin pensar en que puedan verle, sin preocuparse en como hacerlo, entra rápidamente. Inmediatamente después entra en mi reservado. Me encuentra sentada en la taza, con la camisa abierta y mis senos asomando por encima del sujetador, con mis piernas separadas, y mis dedos acariciando mi sexo delicadamente.
Allí plantado, delante mía, no le dejo hablar. Tiro de él hacia mi de su cinturón. Suelto su cinturón, desabrocho sus pantalones y tiro de ellos para abajo dejando su sexo al aire, frente a mi. Me relamo golosa directamente frente a sus ojos, para hacerse saber cuanto me apetece devorar su sexo. Como me pone comérsela, saborear su duro miembro.
Toco su miembro. Esta excitadísimo. Empiezo lamiendo su piel, por debajo del ombligo, mientras con mis dedos acaricio sus pezones, los pellizco, los estrujo. Suspira, gime. Lo mando callar con un dedo sobre sus labios.
Hay gente al otro lado de la puerta.
Sigo bajando desde su ombligo, pasando por sus oblicuos, rodeando la base de su polla, hasta sus huevos. Me tomo mi tiempo para disfrutar de sus testículos. Me los meto en la boca, los saboreo, los absorbo, todo ello mientras juego con su falo con mi mano derecha.
Me pide que se la coma susurrándome. Pero disfruto mucho de esta “tortura”. Tengo una excitación increíble, provocada por mis sensaciones al acariciar su sexo con mi lengua y al saber el efecto que mis acciones tienen sobre él.
Lentamente voy tragándome su glande, milímetro a milímetro lo entierro en mi boca, dejando mis labios arrastrarse por su la dermis tensa de su ciclopea cabeza. Puedo sentir en mis labios los latidos de su corazón transmitidos por las venas que se marcan en el talle de su sexo. Puedo sentir los temblores que produce el placer que esta recibiendo Carlos por mis caricias. Puedo sentir en mi lengua la calidez que irradia su sexo.
Pero, no, esto aun no ha acabado.
Me levanto. Lo obligo a sentarse. El obedece sin rechistar. Enrollo mi falda en la cintura, me aparto el tanga, cierro sus piernas y me coloco a horcajadas sobre él. Apunto su sexo hacia mi interior y me dejo caer con todo mi peso sobre él. Me la clavo de golpe, violentamente, con furia y lujuria. No tardo en correrme por primera vez. ¡Dios!, que placer, que gozo, sentir como mi interior se abre de golpe para recibir toda su polla. Toda su polla, rígida, ardiente, vibrante. Me ensarto completamente en ella, enterrándola por completo dentro de mi. Me la meto hasta el fondo.
Entonces desato a esa zorrita que que a él tanto le gusta. Comienzo a botar encima de él, arriba y abajo sobre su miembro. Me lo saco despacio, sintiendo como arrastra mis labios mayores y como su piel va saliendo impregnada de mis jugos. Me dejo caer sobre ella de golpe, para sentirla llenarme, para sentir como rompe mi interior y ocupa todo mi sexo.
Enreda su mano en mi pelo y tira con fuerza de mi cabeza hacia atrás. Siento la fuerza de su deseo en el tirón de pelo. Mi coñito se humedece como una fuente, fruto de la excitación de ser follada en aquel baño publico, de sentir su sexo horadando mi vagina sin piedad, del tirón salvaje que fuerza mi cuello y de escuchar como resopla contenidamente fruto de mi cabalgada. Hasta que un nuevo clímax arrasa mi espalda, tensa mi cuerpo y acelera mi respiración y mi corazón.
Pero aun no he dejado de ser “cabrona”, aun no quiero darle el control.
Me doy la vuelta. Me coloco de frente a él y de nuevo me clavo en su mango. De nuevo tira de mi pelo, arqueando completamente mi espalda, ofertándose a si mismo mis pechos. Les dedica la atención que precisan. Con sus labios, chupándolos, con su lengua, lamiéndolos y golpeándolos, con sus dientes, mordiéndolos. Que cabrón. De nuevo me hace correr. De nuevo me hace disfrutar y esta vez me obligo a morderme el dorso de la mano para evitar que mis chillidos escapen de mi garganta.
Cuando me suelta y comienzo de nuevo a subir una nueva pendiente en busca de otro orgasmo, me lanzo sobre su cuello.
- “Carlos, córrete conmigo. Lléname con tu leche”, le susurro mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
Él acelera el ritmo de sus caderas, esta cerca de correrse, pero no así, no quiero que se corra así.
Cambiamos de postura. De nuevo me siento en la taza, le pido que se arrodille delante mía. Subo mis piernas a sus hombros y acomodo su polla entre mis labios mayores.
- “Vamos Gordito, follame, follame como te gusta, parteme en dos a pollazos”.
Su cara se contrae con rabia, se coge a mi cintura y comienza a follarme salvajemente. Me la clava con furia, con fuerza, sin piedad y sin buscar mi placer, solo quiere partirme en dos y eso me hace disfrutar aun mas, me corro, una y otra vez, encadenando mis orgasmos sin control.
Apoyo mis tacones en sus hombros. Se muerde el labio, presa de la excitación de la situación, de la postura y de sentir las agujas de mis tacones marcándose en sus hombros.
- “Mira lo que estas haciendo”. Le chillo.
Carlos resopla con furia y se descarga en un ultimo empujón violento y furioso contra mi sexo. Se queda completamente parado y enterrado en mi, me mira con enfado y siento como dentro de mi Carlos se vacía. Siento los borbotones de leche que erupcionan de su sexo golpear las paredes de mi coñito y me provocan un ultimo e intenso orgasmo. Un orgasmo que me hace sacudir presa de estertores sin control que ayudan a que Carlos puede vaciarse por completo dentro de mi. Que placer, que éxtasis.
- “Que bueno, Gordito, que bueno”, le digo recuperando el aliento.
- “Que polvazo, cabrona”, me dice él, “La próxima vez, me correré en tu boca”.
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