Pero
antes debía de ir a buscarle a su trabajo. Esa noche trabajaba de
vigilante en el parking de un edificio habitado.
Estuvimos hablando allí un buen rato evitando caer en la tentación de adelantarnos a los acontecimientos. Haciéndonos comentarios picantes, subidos de tono, pero con mucho cuidado de no ir mas allá, pues ambos sabíamos lo que de verdad deseábamos y aunque era difícil resistirse, más duro nos parecía no aprovechar aquella oportunidad y al final caímos.
Para mí fue el más corto pero el más intenso de nuestros encuentros sexuales. El morbo de estar en su trabajo, el peligro de ser descubiertos, la clandestinidad de nuestra relación, la química sexual que nos unía, hicieron amplificarse las sensaciones que disfrutamos en aquel parking.
Nos
dirigimos a las escaleras de acceso a las viviendas y allí fue donde
empezó todo. Empezamos a besarnos y a desnudarnos poco a poco.
Nuestras manos recorrían los cuerpos, que tanto conocíamos,
buscando los puntos más sensibles. Regalando las caricias exactas
para el efecto deseado, pero si algo nos inflamaba aquella noche
puede ser que fuera el morbo de que nos pudieran pillar y eso lo
hacia aun más excitante.
Empecé
a lamer sus pezones, para intensificar la pasión, algo que le vuelve
loco. Poco a poco fui bajando, arrastrando mi lengua por su cuerpo,
hasta llegar a su polla, que henchida y caliente esperaba la caricia
de mis labios. Deseaba entregarle una mamada de infarto. Se la
chupaba como una loca por que cada vez me encontraba más cachonda.
El peligro de estar en aquellas escaleras, de rodillas delante de él,
con sus pantalones en las rodillas, su polla completamente enterrada
en mi boca, mis pechos liberados de la ropa, los pezones duros por la
excitación, hacia que mis labios recorrieran su miembro con rapidez
e intensidad.
El
tampoco aguantó mucho mi felación. Me incorporo cogida por los
hombros. Sus dedos se marcaron en mi piel por la fuerza de su agarre,
provocada sin lugar a dudas por las caricias de mis labios y de mi
lengua. Me hizo girar, dándole la espalda, subir un escalón, me
dobló hacia delante hasta que pude apoyar las manos en otro escalón
delante mía. El espectáculo debía de ser increíble. Mi sexo
henchido de deseo, palpitante de excitación, brillante por los jugos
que destilaba únicamente pensando en que me penetrara. Paso su mano
por mi vulva, lentamente, haciéndome sufrir, gemir de impaciencia,
separando mis labios mayores y dejando vía libre a su miembro.
Me la metió hasta el fondo. Como a mí me gusta, de un solo golpe, sin dulzura, salvaje.
Una y otra vez entraba en mí y volvía a salir, cada vez más deprisa y cada vez más fuerte. Yo intentaba no chillar, pero no podía evitarlo, cada vez llegaba más dentro de mí. Su pelvis chocaba con mis glúteos haciendo vibrar todo mi cuerpo como si fuera un flan. Apenas conseguía mantener la postura. Él, aferrado a mis caderas me bombeaba salvajemente.
Dos orgasmos habían surcado ya mi espalda. Cuando follábamos conseguía encadenarlos. El sabia manejar los ritmos para hacerme correr una y otra vez. Aumentaba súbitamente la velocidad de sus acometidas y cuando el clímax inundaba mi sexo se ralentizaba para dejarme descender lentamente, pero no me dejaba caer del todo. En mitad de la bajada, aceleraba de nuevo en velocidad e intensidad para llevarme de nuevo al paraíso del orgasmo.
Cada vez estábamos más calientes y cada vez me daba más fuerte y más deprisa, una y otra vez. Yo ya no podía más, la mezcla de toda aquella situación, el sonido de nuestros sexo, la fuerza de sus embestidas, sus dedos marcando mi piel, la estrechez de aquella escalera que devolvía en eco nuestros gemidos, el tintineo de sus llaves contra el escalón, todo ello me hacia llegar una y otra vez hasta las puerta del orgasmo, pero el estaba decidido a no dejarme llegar aún, deteniéndose justo cuando mi cuerpo se tensaba fruto del placer que se avecinaba. Si seguía así iba a terminar chillando.
El tampoco aguanto mucho más.
Por su gemido profundo y continuado, supe que cabalgaba en pos de su orgasmo. Me concentre en aquella sensación de plenitud que su polla llenando mi vagina me transmitía y me deje llevar con él. Cuando sentí su semen golpeando el interior de mi coño, me corrí.
Llegamos juntos al orgasmo. Nuestros cuerpos se agitaban por la intensidad de aquel placer, el me penetraba espasmódicamente, descargando con cada envite una nueva andanada de esperma en mi, yo temblaba fruto del placer que me proporcionaba con sus ultimas penetraciones. El clímax mutuo desmadejaba nuestros cuerpos y nuestras mentes. El orgasmo perlaba nuestros cuerpos de sudor.
Me incorporé y me me encaré con él. Nos fundimos en un beso intenso y apasionado, sintiendo toda la fuerza de nuestro éxtasis, la respiración entrecortada que nos obligaba a separar los labios apenas unos instantes y nos miramos a los ojos.
Directamente, sin ambigüedades, sin temor, con nuestro disfrute como único objetivo. Nos perdimos en la mirada del otro, haciéndonos desear, más aun, llegar al destino. Poder de esa manera liberar nuestros anhelos, nuestra sensualidad y la sexualidad que ambos acumulábamos tras este intenso encuentro.
Cariguay.
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