Acudí al gabinete de estética de una amiga de mi mujer, Ainhoa. Era una mujer de 28 años, menuda, con el pelo castaño y largo. Tenía el culo redondo y duro y sobre todo dos tetas enormes, sobresalientes, duras, bien puestas, con unos pezones oscuros y sin casi aureola cuando se excitan. Este es mi punto débil, es ver unas buenas tetas y me pongo malo.
Visitaba su gabinete de vez en cuando para que me diera un masaje Conozco pocas maneras mejores de liberar las tensiones del día a día. Así que allí estaba yo, tumbado boca abajo en la camilla, con la mente en blanco, disfrutando de su buen hacer.
Debido a mi tamaño, los brazos casi colgaban por los lados fuera de la camilla. Los roces se sucedían, pero no les daba importancia. Sus manos estaban hoy llegando a sitios un poco comprometedores, lo que hacia crecer algo en mi.
Allí estaba yo luchando por que aquello no creciera, cuando apoyó su pelvis en mi mano. “No puede ser”, pensaba yo, “es amiga de mi mujer”. Pero la confirmación vino cuando empezó a mover su pelvis. Podía notar un calor latente en ella.
A mi aquello me ponía a mil, una amiga de mi mujer, en su gabinete, que más se podía pedir.
- “Date la vuelta, por favor”.
Ahora sus manos trabajan sobre la parte delantera de mi cuerpo, mis piernas, muslos, abdomen. Como en anteriores ocasiones, cuando está a punto de terminar con el masaje, yo me preparo para mi minisiesta, mientras ella acaba con la parte superior. Así que allí estoy, acostado en la camilla con mis manos en la nuca, cuando ella continua con el masaje del pecho pero desde mi cabeza, aunque mi sorpresa es notar como sus dos colosales tetas golpean mi cara. Aquí ya no hay equivocación posible, así que mi boca busca su pezón derecho a través de la bata.
Mis manos salen despedidas, una hacia su pecho y la otra hacia su coño. Ella, mientras tanto, desata la toalla que ciñe mi cintura y comienza a acariciarme el miembro. Entonces cambia de lugar y empieza una mamada suave, intercalándola con una paja sublime y un masaje de huevos que ríete tú de la mamada.
- “Voy a correrme”, la aviso, aguantando el gemido que quería salir de mi interior.
Pero por toda respuesta obtengo la aceleración de la mamada y cuando llega mi corrida, la engulle toda, degustando y saboreando toda la andanada de ardiente esperma que le echo en la garganta y continúa chupando y lamiendo hasta dejarme la polla limpia como la patena.
Entonces me bajo de la camilla, la subo en ella, la tumbo, me deshago de la bata, descubriendo por fin su cuerpo, su pecho, su vientre y el depilado monte de Venus que precede a un coñito sonrosado, húmedo y brillante de jugos.
Levanto y separo sus piernas, enterrando mi cara en su coñito, chupando sus jugos, sorbiéndole el clítoris, hundiendo mi lengua hasta el fondo, oliendo e impregnándome de sus jugos. Al tiempo mis manos se han apoderado de sus pezones, los cuales pellizco, estiro, retuerzo y acaricio.
Ella gime, se retuerce, tiembla ante cada acometida de mi lengua, me aprieta la cara contra su coño, quiere mis caricias mas profundas, esta a punto de venirse, entonces:
- “Siiiiiiiiiiiiiiiiiii..........me corro, me corro, ahhhhh”.
Como me enseñaron a ser agradecido, continuo lamiendo aquel coñito para dejarlo limpio de su corrida. Cada vez que mi lengua toca su clítoris, es como si le dieran una descarga eléctrica. Cuando esta un poco más repuesta empieza de nuevo gemir, es mi oportunidad de ver como se balancean esas tetas al ritmo de mis pollazos.
Mi glande esta en la entrada de su cueva, aprieto un poco y empieza a entrar milímetro a milímetro, qué suave, qué húmedo, qué calentito. Por fin tras lo que parece un siglo, la tengo toda dentro, entonces... Zas, el timbre. No quiero salirme, quiero follarla hasta reventarla, pero ella me pide que pare, se separa de mí, se viste y me pide que me vaya.
Como no hay mas que rascar, me voy con el calentón.
Trabajo como vigilante en un parking, así que por la noche, me pongo a repasar lo ocurrido mentalmente. A las once me llama por teléfono Ainhoa, esta muy abatida y necesita hablar conmigo, le digo donde estoy trabajando y queda en venir en una hora.
Cuando llega todo son disculpas, que si tu mujer es mi amiga, que si se encontraba sola, que si cree que su marido la engaña y así continuamos hablando sobre lo ocurrido, yo la hago creer que también fue un error por mi parte, no me interesa que mi mujer se entere. Y así durante una hora. Con todo aclarado y ya mas tranquilos los dos le pregunto:
- “¿Pero porque no llevabas hoy ropa interior?”.
- “Porque hoy tenia ganas de echarte un polvo, por eso anule la siguiente cita”, respondió.
- “O sea, que si no llegan a llamar...”, conjeture.
- “Menos mal, por que si no, no podría volver a miraros a la cara”. aseguro ella.
“Tensemos un poco más la cuerda”, pensé.
- “¿Y por qué yo?, si no es mucha indiscreción”, y aquí vino el jarro de agua fría.
- “He visto tus fotos en una pagina web. Te reconocí por el tatuaje del pecho. Estaba buscando desquitarme con una aventura y pensé que ya que te conocía y había confianza, a lo mejor, podías... Acabar lo que empezaste antes”, dijo, dejando caer su abrigo al suelo.
Entonces sí pude contemplarla en su esplendor. Camisa blanca, lo suficientemente transparente para apreciar que no llevaba sujetador y que sus pezones pedían guerra, minifalda plisada, medias con dibujo y tacones. Ver esto, empujarla contra la pared, besarla y liberar sus pechos del cautiverio de la camisa, fue todo uno.
Como besaba. Su lengua se fundía con la mía. Empecé a estrujar sus tetas, mientras mi boca buscaba ya su cuello.
- “Dámela, dame tu rabo, que antes me quede con ganas de que me llenaras entera”. Me pidió gimiendo.
Así que dicho y hecho, la empujé contra la mesa, la senté en ella, me solté el pantalón y lo dejé caer al suelo. Le subí la falda y llevaba solo el liguero, así que allí mismo y sin contemplaciones, la penetré hasta que mis cojones hicieron tope, ya no gemía, gritaba, tanto que tuve que ponerle la mano en la boca. Allí estábamos follando como si el mundo se fuera a acabar, la tumbé del todo en la mesa y pude recrear mi vista en como sus enormes cántaros vibraban con cada pollazo, con mi mano izquierda le estrujaba las tetas o bien me dedicaba a los pezones, mientras con mi mano derecha le restregaba el clítoris, mientras ella, ya fuera de sí, no paraba de decir que se corría.
Tras un rato con este tratamiento, me salí de ella, la baje de la mesa, la puse a cuatro patas en el suelo de la oficina y se la enchufé desde atrás. El chof, chof de mis embestidas me decían que estaba disfrutando y entonces, sin poder aguantar mas me enganche a sus tetas y con un rugido más de animal que de hombre, me corrí, en el mismo instante en que ella chillaba su orgasmo a los cuatro vientos.
Pequeñas convulsiones hacían presa en su cuerpo, mientras parte de sus jugos y los míos escapan de su coñito.
Como pude llegué a la silla y me senté a, eso si primero le dije que me dejara la polla reluciente, cosa que hizo. Nos besamos y nos despedimos, pero cuando salia en su coche, bajó un momento la ventanilla.
- “Carlos, Carlos, despierta, que te has dormido”.
Cuando mis ojos se abren, ante mí el blanco techo del gabinete de estética de Ainhoa. Ha sido todo un sueño. Un sueño increíble. Miro a Ainhoa, esta ruborizada, huye mi mirada.
- “Por cierto yo esperaría dos minutos antes de bajarme de la camilla”, dice mirando hacia la pared.
Cuando me incorporo en la camilla entiendo el motivo de aquellas palabras. La toalla marca mi erección.
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