Espero que lo disfruteis tanto como lo hice yo.
Yo no sé de relatos. No me gusta mucho leer y mucho menos escribir, pero bueno, esto es solo un poco de lo que pasa por mi mente.
Él
la tentó. Le pidió compañía, un día solos, al calor del sur.
Ella aceptó, no podía negarse, deseaba algo más, solo que aun no
sabia que era eso que deseaba.
Iniciaron
su viaje, por delante 52 km de carretera, muchos miradores, paisajes
increíbles y mucho, pero muchísimo monte. Ahí empezó a fluir su
imaginación, menos mal que iba preparada. Mientras él conducía,
ella le tentaba, le tocaba, guiaba la mano con la que él sujetaba la
palanca de cambios, hasta la cálida humedad de su entrepierna. Sabia
que él no iba a resistirse.
Sus dedos intentaban desnudar su sexo. Ella inició la maniobra descorriendo su cremallera, introduciendo su mano por el orificio y aprovechando la oportunidad de tocar su erecto, duro y, sobretodo, excitado pene.
- “Desviate aquí a la derecha. Esta zona se llama Contadero, por aquí se suele ir hasta el valle, aunque no nos dirigimos allí. Ahora sígueme", dijo ella, sabiendo que él obedecería sin ningún reparo.
Entraron
en un sendero sinuoso y frondoso. Pronto lo abandonaron. Él no sabia
donde estaba, pero la sensación de riesgo que ella le suscitaba, le
gustaba.
Salieron
del coche y avanzaron entre los árboles. Ella aceleró el paso y
durante unos instantes él la perdió de vista.
Cuando la alcanzó, estaba de pie, desnuda, delante de un gran árbol jugueteando distraídamente con una cuerda. Se inclinó sobre su pene, como si le hiciera una reverencia y empezó a lamerlo.
Como si estuviera poseída se entregó a chuparlo, a devorarlo, hasta que por sorpresa, se lo encestó en su garganta. Él no pudo soportar aquella caricia y gritando como un animal salvaje, se corrió contra su garganta. Los espasmos de sus caderas coincidían con cada nuevo borbotón de ardiente esperma, que descargaba directamente contra su faringe.
Cuando él comenzó a recuperarse, ella se aplicó a succionar su falo, semiflaccido, provocando la salida de las últimas gotas de semen.
De pronto le miró, tentandole.
- “Átame al árbol y entra dentro mía hasta el final”, le ordenó.
Así lo hizo. La amarró al árbol, desnuda, doblada sobre su estomago. Con sus piernas separadas, podía ver la excitación de ella en los brillos de su coñito. Se pegó a ella y mientras repasaba sus pechos ansiosamente, a manos llenas, empezó a ensartarla.
Cada vez pedía mas. Sus gemidos, su respiración, cada gota de sudor que recorría su piel, pedía mas. Fue cuando él se agarró con fuerza a sus muslos y de un solo golpe se descargó en ese orgasmo tan ansiado, llenando el interior de su sexo con una nueva descarga de esencia masculina. Mientras ella, tensando las cuerdas que sujetaban sus muñecas, se dejaba ir en un clímax profundo e intenso que licuaba su vagina.
Tras desatarla, ella le guió de vuelta al coche:
- “Quítate los pantalones, el viaje acaba de empezar”, le ordenó de nuevo, al oido.
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