Una noche que salio con sus amigas a cenar, por la tarde, le había comentado que le dejaba una copia de las llaves de casa, escondidas en la azotea, por si le apetecía al volver que le rellenara el coño antes de irse a dormir. Me contestó que no estaba segura.
Me fui a la cama sin ninguna novedad por su parte, pensando que seguramente, lo de que me la follara, apenas a unos metros de su marido dormido, después de una noche de cena con sus amigas, iba a ser mucho.
La sorpresa fue despertarme con mas de la mitad de mi polla en su boca.
Sigilosamente se había colado en casa, se había desnudado, excepto el conjunto de ropa interior. Era una de las normas que habíamos acordado, siempre que quisiera ser follada, tendría que llevar puesto un conjunto de ropa interior. Se había subido a mi cama y arrodillada junto a mi, había comenzado a masturbarme mientras dormía, suavemente a juzgar por el estado en el que me había despertado. Cuando mi pene comenzó a coger cuerpo, gracias a su experta caricia, me regaló una felación de esas que tanto me gustan.
Tranquilamente, con tiempo, sin brusquedad, me comía la polla. Saboreaba todo el talle como si fuera un helado, con una sonora succión. La correspondía con gemidos apenas esbozados, cuando su nariz alcanzaba mi pubis y mi glande alcanzaba el cielo de su boca.
La excitación me volvió loco y al tiempo que tiraba de su pelo hacia arriba, le dije:
- “Esto lo vas a pagar. Ahora termina de ponérmela bien dura y déjamela bien mojada en saliva que después te la vas a clavar y me vas a cabalgar. Hasta que me corra dentro de tu coñito, para que cuando te acuestes al lado de tu marido, aun chorrees de mi”.
El resultado fue inmediato, y como una posesa se lanzó a comerme, devorarme mas bien, la verga, inundándola completamente con su saliva, hasta el punto de sentir como está escurría hasta mis pelotas y caía sobre el colchón.
Cuando le dije que era el momento, obedientemente, Anabel me cabalgó. Colocándose a horcajadas sobre mi, guiando mi húmedo miembro hasta la entrada de su sexo y sujetándose con una mano a mi pecho, se dejó caer de golpe, con todo su cuerpo sobre él. Hiriéndose profundamente con mi polla. Hasta sentirla completamente enterrada en ella. Y provocándose con ello un orgasmo. Una eyaculación salvaje y repentina que atenazó su cuerpo con temblores y risas nerviosas, mientras sus dedos se cerraban sobre mi pecho marcando mi piel con sus uñas.
Sus caderas empezaron a moverse rítmicamente, cada vez mas rápido. Sus gemidos fueron aumentando de intensidad hasta convertirse en gritos de placer, que ella intentaba acallar mordiéndose el antebrazo. Pero no era mi intención dejar que aquello pasara, me encantaba oírla gritar que se corría.
Cuando su coñito se licuó en otro orgasmo, su galopada adquirió tintes furiosos. Ya no había ritmo, ya no había velocidad, solo deseo puro, lo mismo me cabalgaba rápidamente, que se deshacía en una vaivén casi eterno, lo mismo subía sobre mi pecho provocando en su retorno una penetración casi total, que apenas temblaba completamente ensartada sobre la base de mi polla.
No tardó mucho en empezar de nuevo a correrse, una vez tras otra, resoplando como una yegua al galope tendido. En aquella postura, viendo sus senos botando delante de mi cara, con su encharcado coñito deglutiendo mi hombría y llenando la calma de la noche con sus gemidos de placer, no pude evitarlo y me incorporé levemente hasta que pude morder con fuerza uno de sus pezones.
Su reacción, salvaje. Su coñito estalló de nuevo en una eyaculación que empapó mi pubis, mis pelotas y buena parte de mis sabanas y mi colchón. Su cuerpo se batió presa de calambres violentos producidos por la intensidad del orgasmo que hacían a su cuerpo tensarse en las mas grotescas posturas, mientras chillaba como una posesa, a los 4 vientos, que se corría.
Cayó desmadejada y rota sobre mi pecho, presa aun de los últimos latigazos de su clímax. Temblando de placer y resollando, intentando mantener la respiración y controlar los latidos de su corazón. Con algún esfuerzo por mi parte salí de debajo de ella. Me coloqué detrás suya, tiré con fuerza de sus caderas obligandola a arrodillarse y ofrecerme su grupa abierta y expuesta. Ocupé entonces el hueco entre sus piernas y la penetré con calma, sintiendo en su vagina los espasmos de su ultimo éxtasis.
Una vez que estuve completamente hundido en ella, la cogí del pelo con mi mano izquierda y tiré con violencia de él hacia mi, obligandola a ofrecerme en mejor postura su vulva y llegando, si cabe, un poco mas dentro de ella. Descargué parte de mi excitación en una nalgada, seca y potente que restañó en la quietud de la noche y que hizo de nuevo que su cueva se colmara de jugos vaginales.
Me lancé entonces a una follada sin miramientos, profunda, fuerte, brusca y sobre todo placentera que hizo que Anabel empezara nuevamente a correrse sin parar.
Notaba como mi propio orgasmo se iba acercando, naciendo en mi nuca, creciendo mientras descendía por mi espalda, aumentando al pasar por mi entrepierna y volviéndose puro fuego al trepar por el canal interior de mi polla.
Aceleré el ritmo. Escupí sobre sus nalgas, dejando mi saliva escurrir hasta su ano y entonces, sin aviso, le hundí con determinación el dedo pulgar en él.
Chillando a dúo, totalmente entregados a aquella follada, sin reparar en nada que no fuera el placer que nos invadía a ambos, nos corrimos al unisono. Gritamos nuestro placer, mientras descargaba con furia una andanada de blanco semen en el interior de su coñito, donde se mezclaba con una nueva oleada de flujo. Mientras nuestros cuerpos terminaban de ajustarse por la intensidad del clímax alcanzado, nuestros músculos fueron relajándose y nos dejamos caer en la cama, vencidos por el gozo provocado o recibido, daba igual.
Cuando mi polla, al perder la erección, salió de su vagina, me incorporé junto a su cabeza y procedí a limpiarmela con sus cabellos.
La penetré con dos dedos, batiendo su interior un poco, metiéndoselos luego en la boca, sin preguntar, limpiándomelos ella con autentica glotonería.
Recogí los restos de liquido seminal y vaginal que chorreaban de su vulva con la tela de las braguitas negras de la noche y le ayudé a ponérselas. Recompusimos su ropa y la acompañé hasta la puerta.
- “No se te vaya a ocurrir ducharte o cambiarte de bragas antes de meterte en la cama”, fue todo cuanto le dije mientras salía renqueante de mi piso.
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