Durante toda la noche, nuestras miradas indiscretas se cruzan, dedicándonos a un juego más arriesgado y más placentero. Coqueteamos, provocándonos con unos ligeros roces, con unas caricias escondidas, con besos casi robados.
La música nos mece y continuamos con aquel entretenimiento buscando cumplir su misión de ir cansando al personal. El calorcito del verano en Alicante va sacudiendo a la gente y eso anima a beber. Si bien nuestra aventura secreta debe continuar oculta, al ritmo que aumenta el alcohol en nuestras venas, nuestra osadía llega mas allá. Aprovecho cada giro, cada paso de baile, para rozarla, para apoyar contra su cuerpo la dureza de mi deseo, para pegarla a mi cuerpo y sentir contra mi pecho la excitación de sus pezones hinchados, que se marcan a través del tejido de la camiseta y del sujetador. Nuestras miradas, al cruzarse, nos anuncian las ganas de saborearnos, nos prometen caricias intensas, nos gritan el deseo que arde en nosotros.
Disimuladamente nos dirigimos al cuarto de baño. Hay cola para entrar. Cuando el de hombres queda libre, la arrastro conmigo al interior. Me mira con miedo, con ansia, con duda. Atrapo su cabeza entre mis manos y enredo mis dedos en su pelo. Sello sus labios con los míos y nos besamos ardientemente. Su pierna se enreda en mi cintura y mi pelvis se aprieta contra su bajo vientre. Un gemido se escapa de su boca para colarse por mi garganta. No sin esfuerzo deshago aquel abrazo y la miro completamente entregado a ella, a cuanto deseo que ocurra, a cuanto estoy dispuesto a darle. Salimos del baño. Las miradas de los que esperan fuera no dejan lugar a dudas. Una sonrisa de triunfo asoma en mi rostro. Volvemos hasta la pista, donde nos están esperando.
Cuando por fin nuestros amigos empiezan a desfilar, camino de casa, nosotros vemos la oportunidad de conseguir nuestro objetivo.
Salimos
a toda prisa del bar, buscamos mi coche y conduzco hasta una zona en
obras, apenas tenemos un par de horas antes de que lleguen los
obreros. Mis manos recorren sus piernas. Mi boca ansiosa busca la
suya. Nuestras lenguas se lanzan a abrazarse frenéticamente. Mis
manos buscan sus pechos, deslizándose por debajo de la camiseta,
liberando sus senos de aquella prisión de tela llamada sujetador,
buscando ese pezón rebelde que cuando lo pellizcas hace que todo su
cuerpo tiemble.
Sus dedos juegan ya con mi hombría, buscando endurecerla todavía más, recorriendo lentamente cada centímetro de su piel, mientras nuestros gemidos se ahogan en la boca del otro. Separándome apenas unos momentos la ayudo a desembarazarse de la camiseta y del sujetador que tiro sobre la bandeja trasera del vehículo.
Reclino su asiento completamente y la llevo hacia la parte superior de éste. Tiro con fuerza de su falda hasta enrollarla completamente en su cintura. Ante mí aparecen ahora sus pantys, que deja translucir la tela negra de su tanga. Mi deseo, mi ansia, mi lujuria se dispara y sin ningún recato desgarro sus pantys. El sonido que produce aquella maraña de hilo al romperse es acompañado por un gemido profundo y continuado de ella. Es su tanga el que me obstaculiza el camino en este momento.
Me acerco a su sexo con calma, tranquilo, victorioso. Aparto hacia un lado la tela de su tanga, húmeda de sudor y de excitación. Mi boca entra en contacto con su coñito, que, húmedo, recibe las primeras caricias de mi lengua, deseoso de más, de mejores caricias, de que mis dedos exploren su interior, de que la noche no acabe, de sentirse llena de mi.
Los
jugos empapan su entrepierna, corren por sus muslos, por el valle de
su culito. Mi piel sabe a ella, mis manos están repletas de ella, mi
cara huele a ella. Un olor que me encanta, que me hace enloquecer,
que me hace lamer con más fuerza, buscando más profundidad, más
gemidos, más placer. Mi lengua golpea con fuerza y rápidamente su
clítoris. Hinchado y sensible por la excitación de las caricias
recibidas, transmite a su cuerpo una descarga eléctrica que
atraviesa su cuerpo y la hace temblar, cada vez que mi lengua
acaricia su botoncito del placer.
Con dos dedos, la penetro por sorpresa. La lubricación de su sexo ayuda a la penetración. La calidez de su interior, la lubricidad de coño, el aroma de su sexo, los gritos que llenan el interior de aquel coche, sus manos presionando mi cabeza contra su entrepierna, su cuerpo temblando, me inflaman y me hacen aumentar la velocidad de mi lengua, la fuerza de mi masturbación.
Por fin su orgasmo calma mi sed, mi sed de placer, mi sed de verla gritar, mi sed de gozarla, mi sed de cansarla.
Estoy
inflamado de deseo, tanto que apenas puedo contenerme cuando llega el
momento de ocupar mi sitio en su coñito. Apunto mi glande a la
entrada de su sexo. Guío la cabeza de mi polla a través de su sexo,
separando sus labios mayores y menores con ella, acariciando con ella
su clítoris, retribuido con un espasmo que tensa su cuerpo y le hace
pedirme entre gemidos que la haga mía. Llevo de vuelta mi glande
hasta su vagina y entonces de un solo empujón busco llegarle a la
garganta, quiero que me sienta lo más adentro posible, quisiera
llegar donde nadie más ha llegado, quiero entrar entero en ella.
Todo el calor del universo esta dentro de su cuerpo, siento como
quiere fundir el falo de carne que le entra dentro.
Sus ojos se abren completamente al sentirse atravesada por aquel trozo de carne dura y cálida. Su sexo se abre al paso de aquel cíclope que se entierra en ella. Su cuerpo se acomoda al mío y comienza una danza que nos lanza en pos del clímax. Mis caderas comienzan entonces a moverse rítmicamente, aumentando progresivamente la velocidad de sus vaivenes. Sus piernas se cruzan en mi espalda y me presionan contra ella, pidiéndome más profundidad, más intensidad, más de mí en su interior.
Nuestras miradas se cruzan, nuestros gemidos se acompasan. Sujeto con fuerza sus muñecas. La beso apasionadamente. Su humedad resbala ahora por mis testículos, cayendo sobre el asiento del coche, un recuerdo de esta noche tan particular.
El orgasmo nos pilla por sorpresa. Su cuerpo se tensa, sus piernas se cierran sobre mi cintura, su espalda se arquea y su pecho se vacía de aire en un grito de placer que exhala en mi cara, justo en el momento en que con un empellón brutal y profundo alcanzo el clímax dentro de ella.
Descargo mi esperma en su interior, a borbotones me vacío en ella, disparo mi esperma ardiente en su sexo, ayudándome con penetraciones rápidas y fuertes. Su cuerpo, irradiando calor, sudoroso, tembloroso, presa de temblores espasmódicos, se desmadeja bajo el peso de mi cuerpo. Sus ojos continúan cerrados, su cuerpo lucha, por conseguir el aire que le falta, con sus propios gemidos.
Abandono la calidez de su interior, mientras la beso dulcemente. Sus brazos rodean mi cuello y hacen más profundo nuestro beso. Con calma ocupamos nuestros sitios en el coche, mientras recomponemos nuestras ropas. Solo nuestra respiración aun agitada por la intensidad del placer obtenido ocupa el espacio sonoro que nos rodea. Las ventanillas del coche están completamente empañadas por nuestra respiración. El habitáculo huele a sexo.
Nos miramos directamente, pensando en qué podemos decirnos, en no estropearlo en este momento.
“Me debes unos pantys”, dice, por fin, ella.
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